Era el Jueves, 25 de Febrero de 1858. Había unas trescientas personas reunidas. Casi todas se conocían y quizá por ello comenzaron a intercambiar miradas de entendimiento, hasta que una voz dijo en voz bastante alta: “Esta niña está loca”. La mayor parte asintió. Era exactamente lo mismo que pensaban, aunque no lo hubieran dicho. Lo que hacía aquella niña -no tan niña: tenía 13 o quizá 14 años- intentando beberse el fango, ensuciándose además toda la cara, no era propio de una persona normal… Pero, igualmente, todos abrieron la boca de asombro e incredulidad, cuando de aquel fango empezó a brotar un manantial de agua cristalina que produce unos cien mil litros de agua diarios, desde aquella fecha hasta nuestros días.
El 11 de Febrero, cuando la niña, llamada Bernadette Soubirous, según la pronunciación francesa (María-Bernanarda Sobirós en occitano y Bernadeta Sobiróus en gascón) fue a por leña con su hermana y una amiga, al descalzarse para cruzar el río y mirar a la cercana gruta: “vi a una Señora con un vestido blanco, un velo también blanco, un cinturón azul y una rosa amarilla en cada pie”. La Señora se le apareció a Bernardette Soubirous dieciocho veces y fue la que le pidió que bebiera agua del fango.
Después de que brotara el manantial, el Domingo siguiente ya fueron más de mil personas las que vieron el éxtasis de Bernardita, aunque de pronto apareció el juez Ribes que se la llevó y amenazó con meterla en la cárcel. Sin embargo, al día siguiente tuvo que volver Bernardette, y esta vez se habían reunido más de mil quinientas personas, porque en la cueva se había producido un milagro. Ello obligó a que, por primera vez, la acompañara un sacerdote. Así, una amiga de la Bernardita, Catalina Latapié, fue a la gruta y mojó en el agua del manantial su brazo y muñeca dislocados e inmovilizados, que se curaron de la misma forma que el resto de las curaciones en Lourdes: instantánea y completamente, sin dolor y sin que vuelvan a reproducirse.
Existe un rigor, tal vez desproporcionado, en las exigencias para declarar la existencia de un milagro en Lourdes. A lo largo de los años, desde que María se apareció a la futura santa Bernadette Soubirous en 1858 en la gruta de Masabielle, en Lourdes, el santuario ha investigado casi 8.000 casos considerados en una primera instancia médica como milagros. Pues bien, desde entonces, únicamente se ha reconocido esa calificación a 69; y el último que se ha aprobado hace tres o cuatro años, lo fue después de 23 años de evaluación, para garantizar que no había existido recaída.
Volviendo a las apariciones de Lourdes, Bernardita tuvo que sufrir larguísimos, incisivos y casi crueles interrogatorios, teniendo en cuenta que se trataba de una niña de familia muy pobre y analfabeta. La razón de ello se debió a que, ante la constante petición de Bernardette de que la Señora le dijera su nombre, ésta, en su décimo sexta aparición, el 25 de Marzo, le respondió: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Naturalmente la niña no entendió nada, puesto que la expresión era ajena a su vocabulario. El propio párroco de Lourdes, el Padre Peyramale, se desconcertó en un primer momento, por lo que ya con intervención de las autoridades eclesiásticas, se produjeron aquellos exhaustivos interrogatorios a Bernardette, que mantuvo una calma y seguridad asombrosas sobre lo que había oído, así como en la postura que había adoptado la Virgen al comunicarle el nombre.
El asunto no era para menos, dado que poco más de tres años antes, el 8 de Diciembre de 1854, se había proclamado el dogma católico de la Inmaculada Concepción, por lo que el 28 de Julio se creó una Comisión de Investigación: “para recoger y constatar los hechos que han ocurrido o que podrían ocurrir todavía en la gruta de Lourdes”. Sin embargo, la niña irradiaba tal inocencia y veracidad en lo que afirmaba que en el último interrogatorio ante la Comisión Eclesiástica, presidida por el obispo de Tarbes, éste, terminó emocionado, al repetir Bernardita el gesto y las palabras que la Virgen hiciera el 25 de marzo de 1858: “Yo soy la Inmaculada Concepción”, que publicó una carta pastoral con la cual declaró: “Juzgamos que la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, se apareció realmente a Bernardetta Soubirous, el 11 de febrero de 1858 y días siguientes, en número de 18 veces, en la gruta de Masabielle, cerca de la ciudad de Lourdes; que tal aparición contiene todas las características de la verdad y que los fieles pueden creerla por cierto… Para conformarnos con la voluntad de la Santísima Virgen, repetidas veces manifestada en su aparición, nos proponemos levantar una capillita en los terrenos de la gruta”. Se comenta que durante uno de esos interrogatorios Bernardette con ingenuidad y espontaneidad, dijo de la Señora: “Tan bella que cuando se la ha visto una vez, se querría morir para volverla a ver”.
“Lourdes es un sitio privilegiado para la devoción cristiana. Oración, silencio para el recogimiento. Abundantes actos de culto que facilitan la piedad. Muchos rosarios en las manos de los fieles por los espacios descubiertos e iglesias. Gente enfervorizada de rodillas. Culto público y multitudinario en tantas ocasiones para atender las necesidades espirituales de los peregrinos que acuden en masa… ¿Lo más grande? El enfermo, atendido, asistido, y hasta mimado; los más tristes y desesperados casos se pueden ver en cualquier rincón de Lourdes; perfectamente cuidados, llevados y traídos por un generoso voluntariado internacional y multirracial que con delicadeza ve a otro Cristo en el cuerpo -a veces tan descompuesto- de la camilla que empuja o arrastra. ¡Y lo más admirable! La humanidad doliente atendida, esa que suplica salud para el cuerpo, está pletórica de esperanza, de consuelo; se percibe a simple vista alegría en la aceptación de la enfermedad, del sufrimiento. Limitación sosegada y alegre con dulce resignación“(Francisco Pérez González, Dos Mil Años de Santos, Ediciones PALABRA, 2001, p196).
Si bien Lourdes es el santuario más visitado de Europa, al que acuden, todos los años, mayor número de peregrinos, Enzo Lodi, escribe:
“En sustancia, la actualidad de este mensaje “lourdiano” no está tanto en la expectativa de los milagros, sino en el milagro prolongado de una concentración de la piedad popular en la esencia del misterio pascual, a través de los signos de nuestra debilidad, tanto material (las enfermedades físicas, etc.), como, sobre todo, moral y espiritual. Lavarse en el agua de Lourdes significa retornar a la fuente de nuestro bautismo, para resurgir cada día del pecado a la vida nueva…” (Enzo Lodi, LOS SANTOS DEL CALENDARIO ROMANO, Ed. San Pablo, 1992, p. 84).
En sus apariciones la Virgen recomendó, en particular, el rezo del Santo Rosario, además de otras cosas. León XIII aprobó esta festividad, San Pío X la extendió a toda la Iglesia y León Xlll, aprobó el Oficio y la Misa de Lourdes -que se celebrará el próximo día 11-, y cuya oración colecta sintetiza el mensaje de la Virgen de Lourdes en nuestros desvalimientos físicos y espirituales: “Dios de misericordia, remedia con el amparo del cielo nuestro desvalimiento, para que, cuantos celebramos la memoria de la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, podamos, por su intercesión, vernos libres de nuestros pecados…”.
Pilar Riestra