El dilema de Puigdemont: ¿dui o diu?

Es evidente que el discurso del Rey Felipe VI supuso un punto de inflexión en la crisis originada por el independentismo catalán. Fue sin lugar a dudas la señal que esperaban tanto entidades como ciudadanos que observaban perplejos la situación para, al unísono, plantar cara a un proceso a todas luces alucinante e irracional.

Y la situación ha cambiado tanto que hoy, cuatro días después, el propio "procés" se ha desinflado como un globo.

El silencio de los líderes revolucionarios de la CUP, Omnium Cultural y la Asamblea Nacional Catalana y el descoloque de las élites burguesas independentistas de PDCat y Esquerra son tales que, entre llamadas a la ocupación de la calle por los primeros y de socorro a la intermediación y el recurso a triquiñuelas legales por los segundos, parezca que el final de todo está a la vuelta de la esquina y aquí paz y allí gloria.

Pero no será así. Cada cual tendrá que asumir sus responsabilidades, políticas y penales, y por ello unos y otros en busca de la salida menos dolosa y dolorosa podrían volver a sorprendernos.

Mención especial merecen los detractores del sistema democrático del 78 que, al más viejo estilo, aprovechan la crisis para soñar su mantra de derribar al Gobierno de España como primer paso hacia su revolución totalitaria en la que solamente quepan ellos. La ofensiva de sus líderes y sus turíferos contra el sistema, al que consideran machaconamente heredero del franquismo, les inhabilita una vez más para ser considerados parte de la solución. Todo lo contrario: son parte muy importante del problema, y así lo deberían entender sus votantes, si es que no lo han entendido ya.