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El Arcipreste de Don Carnal y Doña Cuaresma

Fragmento de El combate entre don Carnal y doña Cuaresma. Pieter Brueghel el Viejo, 1559. Museo de Historia del Arte, Viena.
Fragmento de El combate entre don Carnal y doña Cuaresma. Pieter Brueghel el Viejo, 1559. Museo de Historia del Arte, Viena.

La Crítica, 25 Febrero 2017

Por Fidel García Martínez
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En esa joya que es El Libro del Buen Amor de Juan Ruiz, más conocido como Arcipreste de Hita, una de las muchas cimas de la Literatura Española y por lo tanto mundial, se narra una batalla gastronómica de proporciones épicas, según los modelos medievales y en la que intervienen dos ejércitos que pelean a muerte por imponer sus delicias gastronómicas: uno capitaneado por Don Carnal y el otro por Doña Cuaresma, carnes y pescados frente a frente.

La batalla se inicia con el arrogante y sanguinolento Don Carnal, quien con su vitalismo hedonista y voraz se impone sin contemplaciones de ayunos y abstinencias a la lúgubre y triste Doña Cuaresma, durante cuatro días. Durante los cuales la astuta Cuaresma prepara sus estrategias para dominar cuando llegue el Miércoles de Ceniza, con el que se inicia el triunfo de la humilde sardina sobre el orgulloso rey cerdo.

Con este simulacro bélico el genial Arcipreste, clérigo vital y jovial, no pretende sino plasmar poéticamente una tendencia básica que domina en el ser humano: la lúdico-festiva que tiende a rebelarse contra la opresión de la monotonía cotidiana sometida a la tiranía del reloj y de las normas que anulan creatividad y suponen el triunfo de lo políticamente correcto, que configura seres humanos unidimensionales.

Don Carnal y Doña Cuaresma se necesitan porque la vida, por mucho que nos quieran vender, no es solo hedonismo irredento, ni tampoco pesimismo, que conduce a la angustia y al sin sentido existencial. El Carnaval y la Cuaresma sólo tienen sentido dentro de la tradición cristiana en la que nacieron y de la que la han desgajado las ideologías políticas laicistas reaccionarias, que no pueden vivir sin servirse de los símbolos religiosos para profanarlos, cuando se contemplan desde la Pascua de Resurrección. El gran Chesterton, con su agudeza e ironía sublimes, estaba en lo cierto cuando afirmaba que muchas fiestas llamadas laicas, tienen un origen cristiano, sofocado por el pensamiento nihilista postmoderno, que las ha reducido a puro esperpento paganizante.

Escribe el Arcipreste, el poeta que mejor entendió el Carnaval:

Acercándose viene el tiempo de Dios Santo, fuime para mi tierra para holgarme algún tanto // Después de siete días era Cuaresma; ¡Cuánto miedo por todo el mundo puso y qué gran espanto!

Fidel García Martínez

Catedrático Lengua y Literatura, Doctor en Filología Románica

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