“…rotund and bearded, like a Black Santa…” (Mark Whitaker, 2025)
...
El historiador Manning Marabe en su obra Malcolm X: A Life of Reinvention (Viking, New York, 2011) discretamente reveló el nombre del misterioso asesino, basándose en las investigaciones que en 2010 hiciera el historiador amateur Abdur-Rahman Muhammad, un afroamericano islámico, honesto admirador del líder asesinado. En el magnífico y largo documental Who Killed Malcolm X? (2019), de Rachel Dretzin y Phil Bertelsen, entrevistado el mencionado historiador amateur revelaba la identidad del presunto asesino: William Bradley (alias Al-Mustafa Shabazz), ex boina verde, “teniente” de la mezquita 25 de la Nación del Islam en Newark, en el Estado de New Jersey. Nunca fue acusado del crimen, y por tanto nunca fue juzgado y condenado. De los cinco criminales que participaron (tres pistoleros y dos encubridores), solo un pistolero, Talmadge Hayer, fue detenido en el momento del asesinato y cumplió condena. Otros dos individuos, Norman Butler y Thomas Johnson, fueron acusados equivocadamente y sufrieron prisión injustamente durante veinte y veintidós años.
Por tanto William Bradley/Al-Mustafa Shabazz y otros tres criminales, miembros de la organización NOI (Nation of Islam) en Newark -Leon Davis, Benjamin Thomas y Wilbur McKinley- gozaron de plena libertad, exceptuando algunas condenas por otros delitos comunes, hasta sus respectivas muertes por causas naturales. La del “Black Santa” Bradley/Shabazz tan reciente como el 24 de octubre de 2018, cuatro días antes de cumplir sus 80 años.
Resulta increíble que durante más de cincuenta años nadie acusara al “Santa Negro”, aunque parece que todo el mundo en Newark estaba en el secreto (si “todo el mundo” lo sabía no es plausible que el alcalde de Newark, hoy senador federal, Cory Booker, lo ignorara). Es inimaginable que las fuerzas policiales (el NYDP con su agente de inteligencia del BOSSI infiltrado en el grupo de fieles a Malcolm X como su guardaespaldas, o el FBI -ahora se sabe- con nueve informadores entre el público del salón Audubon Ballroom) no tuvieran información cabal sobre el misterioso asesino de la escopeta.
Aunque no es un santo de mi devoción, siempre he sentido cierto interés, si no fascinación, por la figura histórica y carismática de Malcolm X, quien a pesar de haber influido en organizaciones radicales, racistas y violentas de sus seguidores tras la ruptura con la Nación del Islam, como Muslim Mosque Inc. y OAAU (Organization of Afro-American Unity), o en diversos grupúsculos y sectas del Black Power, en los Black Panthers, y recientemente en BLM (Black Lives Matter), reconozco como digna y meritoria su postrera rectificación y convergencia final -quizás un poco exagerada por su biógrafo Alex Haley- con el movimiento reformista de los derechos civiles liderado por Martin Luther King y otros.
Como subtitula Mark Whitaker su obra, Malcolm X fue “An Outcast Turned Icon’s Enduring Impact on America”. Existen hoy excelentes biografías suyas, casi definitivas, como las de Manning Marabe (anteriormente citada, 2011) y de Les Payne y Tamara Payne (The Dead Are Arising: The Life of Malcolm X, Liveright, New York, 2020), necesariamente complementadas con el excelente documental de Rachel Dretzin y Phil Bertelsen (2019), y el citado ensayo de Mark Whitaker (2025), aunque persisten muchas dudas e incógnitas sobre el papel que jugaron organizaciones como la NOI/FOI, el FBI, el NYDP y el BOSSI en su trágica muerte. Un caso más en esa historia secreta y oculta del siniestro “Estado Profundo” estadounidense, con los asesinatos coetáneos de John y Robert Kennedy, de Martin Luther King, de Medgar Evers, e incluso George Lincoln Rockwell, entre otros.
Manuel Pastor Martínez
Conozca a Manuel Pastor Martínez
acceso a la página del autor
acceso a las publicaciones del autor