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A los héroes de Annual (Parte 2ª)

Luis de Marichalar y Monreal (1873- 1945), vizconde de Eza. Ministro de Guerra y de Fomento durante el reinado de Alfonso XIII.
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Luis de Marichalar y Monreal (1873- 1945), vizconde de Eza. Ministro de Guerra y de Fomento durante el reinado de Alfonso XIII.

LA CRÍTICA, 6 FEBRERO 2022

Por Amalio de Marichalar y Sáenz de Tejada
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Como ya señalamos en la primera parte del artículo, una de las primeras convicciones que trajo el vizconde de Eza de su viaje, tras largas conversaciones con el general Berenguer, Alto Comisario de España, y con los Comandantes generales, era que por eficacia no podía seguir, en cuanto a atribuciones militares de este alto cargo, con las cortapisas que tenía, pues lo convertían en mero espectador de las operaciones militares (…)

… de los Comandantes generales, y de ahí que planteara con el ministro de Estado Lema, el proyecto de un Real Decreto que corrigiese la disfunción orgánica y otorgase al Alto Comisario, «mientras el cargo lo ejerza un General, todas las atribuciones de un General en Jefe (de un ejército en operaciones)», y que fue aprobado inmediatamente en el Consejo de Ministros.

Para la sociedad española aquel verano supuso un enorme mazazo, que cogió a todos desprevenidos ante la tragedia.

El ministro de la Guerra, vizconde de Eza, que tras el asesinato del jefe del Gobierno don Eduardo Dato, en marzo de 1921, fue confirmado como ministro por su sucesor, don Manuel Allendesalazar, ante los efectos terribles de lo ocurrido, ordenó por Real Orden de 4 de agosto de 1921, al teniente general don Francisco Aguilera y Egea, presidente del Consejo Supremo de Guerra y Marina, que comenzase a actuar con celeridad en calidad de Juez Instructor el laureado,general de división don Juan Picasso Gonzalez, gran conocedor de África, de sólida preparación y honradez admirable, al que Eza había tratado tiempo atrás. Su misión, investigar los sucesos y depurar responsabilidades. Diez días más tarde dimitió el Gobierno Allendesalazar, y con él Eza, siendo sustituido en la cartera de Guerra por La Cierva, ya en el gobierno de don Antonio Maura.

Las Comisiones parlamentarias del Congreso-Senado se constituyeron para depurar responsabilidades políticas y para seguimiento de la actuación del juez Picasso. El vizconde de Eza, no solo aplaudió la constitución de las Comisiones, sino que se ofreció desde el primer momento a intervenir en el Senado y en el Congreso, y cuantas veces dispusieran.

Las causas del Desastre y sobre todo las inmediatas, se deducen de las declaraciones de los testigos, de las intervenciones en las Cortes –algunas muy vehementes–, y del análisis serio del expediente “Picasso”, que resume lo ocurrido después de que la sociedad española aún no se hubiera repuesto de lo que supuso la derrota del “98”.

Muy brevemente, causas estructurales y no inmediatas en todo el trasfondo, son la falta de conciencia en la sociedad y en los sucesivos gobiernos sobre las cuestiones de Marruecos, que era considerado una carga, en vidas y en gasto económico. La carencia de inversiones en el Protectorado, algo ya endémico. La ineficaz estructura desde la administración del Estado, en las áreas civil y militar, que alargaba sine die los problemas de África. La falta de consideración al ejército de África, como ejército en campaña, con todas las carencias que ello suponía y que ya hemos hecho algún repaso.

La inercia tradicional de la Administración del Estado. La inercia de la larga cadena de mando militar sin un órgano de trabajo operativo, que tuviera en cuenta todas las necesidades.

Hay que señalar también, que como el vizconde de Eza dejó muy claro en sus intervenciones, de modo continuo, e incluso días antes de los sucesos, entre las dudas y aseveraciones de Berenguer, las reservas y manifestaciones del Alto Comisario y de Fernandez-Silvestre, irradiaban casi una total tranquilidad, a lo sumo algún pequeño conflicto, presentando ante Madrid una realidad idílica, casi ausente de problemas, excepto la necesidad de recursos económicos; siendo todo ello lo que se deduce de la correspondencia analizada. Sólo, y al final, sin tiempo, se presentan ante Eza, y su ministerio, casi sobre la marcha, los problemas en su verdadera crudeza.

En cartas de Berenguer a Eza de 17 de abril, le dice que «ocupar Alhucemas no tiene dificultad…» y días más tarde tras visitar Melilla «que militarmente el problema de Alhucemas se puede considerar al alcance de nuestras manos…», y en carta de 30 de Mayo, «de Melilla no tengo nada que añadir, las cosas siguen en el mismo estado…».

Lo mismo ocurrió con Silvestre que había estado con Eza en Madrid, a finales de abril, y no regresa a Marruecos hasta dos semanas antes de la pérdida terrible de la posición de Monte Abarrán, con trescientos hombres dejados a su suerte y fue arrasada, elevando la moral de los rifeños sublevados, alistándose los rifeños en todas las cábilas desde Tensaman, Beni Said, Beni Tuzín…, y convirtiéndose la zona en un infierno contra lo español.

Fernandez-Silvestre no conocía a sus hombres, a pesar de las advertencias de sus mejores oficiales como el teniente coronel Fidel Dávila Arredondo, que estaba «harto de las operaciones militares amigables…», sin aplicar los principios tácticos, y que llevaban en sí mismas el riesgo de la derrota, o el coronel Morales, o el teniente coronel Fernández Tamarit, o Benítez, o el propio general Navarro, barón de Casa Davalillo, o los oficiales de la Guardia Civil, el capitán García Agulla y el teniente Pérez Ondátegui.

En el expediente “Picasso” se recogía que numerosos jefes como el coronel Morales consideraban que se «había llegado al límite de elasticidad del despliegue…», de las unidades de Melilla, lo cual significa que cualquier acción sobre un punto vital de la extensa línea, podría tener resultados catastróficos, como así ocurrió.

Hay casi unanimidad entre los investigadores en un hecho fundamental. El mando de la Comandancia de Melilla, desconocía al enemigo marroquí, y no quiso saber de su movilización, instrucción de maniobra y tiro, armamento…, mientras lo que él consideraba era la ocupación de terreno, y no permanecer inactivo, lo cual no se podía controlar, a pesar de las múltiples advertencias y recomendaciones en contra. El propio teniente coronel Dávila Arredondo, que llegó a ser ministro del Ejército veinte años después, creía que no hay «fuerzas y elementos para proseguir la acción militar, era obligado afirmar y consolidar (las posiciones)».

El ministro Eza pedía constante información a Berenguer aquellos días, así como a Silvestre directamente el mes de junio, tratando de frenar los impulsos de Silvestre, y así se le dice por el Alto Comisario.

La rigurosa documentación que aportó el ministro Eza en sus intervenciones en el Congreso y el Senado, en defensa de sus actuaciones, y que como consecuencia de ello fue declarado sin responsabilidad, supone un riguroso análisis de los hechos, en los que bien podemos profundizar aún más, rebatiendo en las sesiones parlamentarias de octubre de 1921 y noviembre de 1922, todas las inculpaciones, que en un principio se le formularon, aportando datos y argumentos contundentes e irrebatibles.

Nunca se había considerado ningún plan para avanzar sobre Alhucemas, y además Eza como ministro, jamás regateó las dotaciones en hombres para Marruecos, vistos los informes, y como dijo en el Congreso.

El Congreso y Senado, declararon sin responsabilidad a Eza, y el propio Alcalá Zamora le dijo que eran las carencias expuestas que venían de tiempo muy atrás, de todo tipo, político, organizativo, militar, de personal, de información, de armamento, el caldo de cultivo para que se desencadenara todo. Al afrontar Eza con serenidad la propia defensa de la gestión ministerial, desmontó el apasionamiento y la sinrazón, y los cargos, incluso los livianos de culpabilidad, o por las deficiencias, fueron retirados por los Diputados, pues ninguno de los ministros de la Guerra en la segunda década del siglo XX superó a Eza en impulsión en el ministerio y en preocupación por afrontar los endémicos problemas de África, por lo que los políticos ante la evidencia de los argumentos, tuvieron que reconocer la bondad de su gestión.

En el debate parlamentario intervinieron Melquiades Álvarez, Pedregal, Martínez Campos, Antonio Maura, Cambó… Todos hicieron justicia a la actitud, intachable patriotismo, y a la probidad con que el vizconde de Eza se había desenvuelto, así como a la firmeza de los argumentos, datos, fechas, correspondencia, exposiciones, en verdad abrumadores. Sus intervenciones parlamentarias en el Congreso y desde la barandilla del Senado los días 21 y 25 de octubre de 1921, fueron modélicas y piénsese que él ya había dimitido por su propia voluntad, aun habiendo salido exento de responsabilidad política en los debates, y al afrontar los mismos, lo hizo también pensando sobre todo «en los que nos sucedan», a fin de que puedan tener visión certera de los sucesos dramáticos de Melilla de 1921, y de sus antecedentes.

Tal fue el reconocimiento de la Institución militar, que años más tarde, en julio de 1925, a Eza por Real Decreto de Alfonso XIII, se le concedió la Gran Cruz de la Orden del Mérito Militar, con distintivo blanco, por sus extraordinarios merecimientos al frente del Ministerio de la Guerra, en los momentos más difíciles, desde las campañas de Cuba y Filipinas de 1898, reconociéndosele en el ministerio por quienes ya nada podían esperar de él, por la caballerosidad como norma, por su dedicación y sensibilidad con los sectores sociales más necesitados, así como por su lealtad también hacia sus subordinados.

Quiso el vizconde de Eza, en su libro Mi responsabilidad en el desastre de Melilla como Ministro de la Guerra, escrito dos años después de las aclaraciones, al reabrirse al año infamemente las dudas, una vez cerradas las explicaciones, y exonerado de toda responsabilidad, grande o pequeña, dadas las acusaciones más infundadas y queriendo resucitar en el Senado un asunto ya muerto en el Congreso, aunque no hubiera materia para ello, y quedando al descubierto la mala praxis política e intereses espurios, removiendo pasiones, contrarrestadas de nuevo con la verdad, la nobleza y la caballerosidad que la nación reclamaba, a fin de dejar con hechos y pruebas, nuevamente aclarado todo para sus contemporáneos y también para saber la verdad sus sucesores. Con ello, queriendo hacer llegar hasta a los más sencillos y completos sectores de la sociedad, lo que si no, esta acotado en los políticos, e incluso aportando aún más datos de los que ni siquiera se tratan en el expediente “Picasso”, y dejando claro que si alguna nueva censura surgiera, pasado el tiempo, su plena disposición a aclarar lo conocido o cualquier nueva circunstancia.

El vizconde de Eza, que fue el impulsor con el gobierno de Dato, de la jornada de ocho horas, y de las más importantes reformas sociales, asistiendo a la creación de la OIT en Washington, y de forma permanente a sus sesiones constitutivas de Ginebra, es quien se adelanta al verdadero impulso de la transformación, progreso, avance y beneficio social, y no como se ha dicho recientemente, de forma tendenciosa, conmemorando a Largo Caballero en la República, y aunque ello sea objeto de otro estudio, y podría parecer que no tiene que ver aquí, es precisamente la acción de Eza la que transforma en beneficios y avances sin precedentes la sociedad, fuera en el ámbito militar, el agrario, el económico o el social, con muy especial atención a los derechos de la mujer y de la infancia.

Este breve estudio en este articulo quiere mostrar la secuencia de hechos y las verdaderas razones del Desastre de Annual, el contexto histórico, los antecedentes, y las consecuencias, por quienes fueron los actores principales de ello, y sin que nada tenga que ver con una interpretación tan poco documentada y tan sorprendentemente parcial, dirigida, e interesada, como la aparecida en televisión española el pasado 22 de Julio. El rigor, transparencia y contundencia de los hechos y de las pruebas que aquí se relatan, así lo demuestran, y agradezco la ingente labor recopilatoria y erudita del general de división don Argimiro Calama Rosellón, quedando permanentemente en deuda de gratitud con su familia, y con el que mucho pude hablar, aprender y compartir estudios y documentos de nuestro archivo familiar, y al que he querido expresamente transcribir en la mayor parte de este artículo con sus textos, por el exquisito rigor de su análisis y de la mucha y diversa documentación que consultó y trabajó con la mayor imparcialidad, y el máximo rigor académico.

Amalio de Marichalar y Sáenz de Tejada
Conde de Ripalda
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