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¿Sacerdotisas? ¿Papisas?

Virgo Vestalis Maxima.
Virgo Vestalis Maxima.

12 JUNIO 2018

Por Francisco Ansón Oliart
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En Europa han existido sacerdotisas tan conocidas como las de Grecia o las vestales de Roma o las druidesas de galos y germanos...

... Su función principal era la de cuidar del templo y, con frecuencia, la de ofrecer sacrificios, generalmente relacionados con la agricultura. En la actualidad, en Comunidades protestantes, ejercen, con alguna frecuencia, pastoras.

Llevo ya bastante tiempo oyendo y leyendo sobre la posibilidad, conveniencia y necesidad (uno de los argumentos es la falta de vocaciones sacerdotales) de que dentro de la Iglesia Católica haya diaconisas, sacerdotisas, obispesas, cardenalas y papisas. Incluso dentro de la jerarquía eclesiástica, algunos, parece que muy pocos, sacerdotes, obispos y cardenales -según he oído al P. Santiago Martín en Religión en Libertad-, han hablado de la posibilidad de que dentro de la Iglesia Católica reciban el sacramento del Orden, mujeres.

He encontrado en ACEPRENSA, en su Servicio del primero de este mes y año, un artículo que aborda, precisamente este tema y lo hace de manera contundente, comentando el artículo publicado en L’Osservatore Romano por el sacerdote jesuita, Mons. Luis Francisco Ladaria, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sucesor del Card. Ratzinger, el que ha sido papa Benedicto XVl, y en el que hace memoria de lo dicho por san Juan Pablo ll, acerca de la ordenación sacerdotal de mujeres en la Iglesia católica. Recuerda que este Papa declaró definitiva e irreformable la doctrina que establece la ordenación sacerdotal sólo para los varones, de acuerdo con la tradición ininterrumpida de la Iglesia y fundamentándola en incontrovertibles argumentos teológicos. Mons. Ladaria cita, además, en su artículo -El carácter definitivo de la doctrina de ‘Ordinatio sacerdotalis’. A propósito de algunas dudas-, el Decreto sobre el Ministerio y Vida de los Presbíteros, Presbyterorum Ordinis, que tras ocho redacciones y enmiendas a los textos originales, fue aprobado y promulgado solemnemente por Pablo VI en 1965, y en cuyo n.2, se dice: “Por el ministerio de los presbíteros se consuma el sacrificio espiritual de los fieles en unión del sacrificio de Cristo, Mediador único, que se ofrece por sus manos, en nombre de toda la Iglesia, incruenta y sacramentalmente en la Eucaristía, hasta que venga el mismo Señor” (Cf. 1 Co., 11, 26).

En efecto, la Iglesia está “injertada” en Jesucristo a través de los sacramentos, la Eucaristía ante todo. “Íntimamente ligado a la Eucaristía se encuentra el sacramento del Orden, en el que Cristo se hace presente a la Iglesia como fuente de su vida y de su acción”. Y, como enseña el Concilio Vaticano II, los sacerdotes son configurados “con Cristo Sacerdote, para que puedan actuar en nombre de Cristo”. De manera que Juan Pablo ll, en su carta Ordinatio sacerdotalis, confirmó, una vez más, que la doctrina sobre la ordenación sacerdotal reservada a los varones pertenece a la: “Tradición constante y universal de la Iglesia: no es discutible ni tiene un valor meramente disciplinar: es una verdad perteneciente al depósito de la fe”.

Así, el sacerdote actúa, in persona Christi, en la persona de Cristo, “esposo de la Iglesia, y su condición de varón es un elemento indispensable de la representación sacramental (cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Inter insigniores, 15-10-1976, n. 5). Ciertamente, la diferencia de funciones entre varones y mujeres no supone subordinación, sino enriquecimiento mutuo. Recuérdese que la figura plena de la Iglesia es María, la Madre del Señor, que no recibió el ministerio apostólico. Vemos así que lo masculino y lo femenino, el lenguaje original que el Creador ha inscrito en el cuerpo humano, son asumidos en la obra de nuestra redención. Precisamente la fidelidad al designio de Cristo para el sacerdocio ministerial permite, pues, profundizar y promover cada vez más el papel específico de la mujer en la Iglesia, puesto que, ‘en el Señor, ni el varón sin la mujer, ni la mujer sin el varón’ (1 Cor 11, 11)”.

Otra idea sobre la que se extiende Ladaria y que resulta de especial importancia, no sólo para la presente cuestión, se refiere a que “las dudas sobre el carácter definitivo de la Ordinatio sacerdotalis tienen graves consecuencias también sobre la manera de entender el Magisterio de la Iglesia. Es importante reafirmar que la infalibilidad no se refiere sólo a los pronunciamientos solemnes de un concilio o del Sumo Pontífice cuando habla ex cathedra, sino también a la enseñanza ordinaria y universal de los obispos esparcidos por el mundo, cuando proponen, en comunión entre sí y con el Papa, la doctrina católica que ha de considerarse definitiva. Juan Pablo II se refería a esta infalibilidad en la Ordinatio sacerdotalis. Así, pues, no declaró un nuevo dogma, sino que, con la autoridad del sucesor de Pedro, confirmó formalmente e hizo explícito, para quitar toda duda, lo que el Magisterio ordinario y universal ha enseñado a lo largo de la historia de la Iglesia como perteneciente al depósito de la fe”.

ACEPRENSA en su Servicio citado, recuerda que “Benedicto XVI reiteró esta enseñanza en la Misa crismal de 2012. Más recientemente, el Papa Francisco reafirmó, en su exhortación apostólica Evangelii gaudium, 104, que “el sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía, es una cuestión que no se pone en discusión”. En el mismo lugar invitó a no interpretar el sacerdocio como expresión de poder, sino de servicio, de modo que se perciba mejor la igual dignidad del hombre y de la mujer en el único cuerpo de Cristo. Más aún, Mons. Luis Francisco Ladaria, recuerda que Juan Pablo II consultó a los presidentes de las correspondientes Conferencias Episcopales y: “Todos, sin ninguna excepción, declararon, con plena convicción, por obediencia de la Iglesia y al Señor, que ésta no tiene facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres”.

Cuando Jesucristo instituyó el sacerdocio, con los 11 Apóstoles (Judas ya se había ido), se encontraba la Virgen. Aunque la naturaleza angélica es más perfecta que la del hombre, sin embargo, más que los ángeles, arcángeles, tronos, dominaciones,… serafines y querubines, está María, la Madre de Dios, al punto que puede y debe decirse de María: “más que tú sólo Dios”. Pues bien, Jesucristo no le confirió el sacerdocio.

Francisco Ansón

Francisco Ansón Oliart

Investigador y escritor; licenciado y doctor en Derecho (Universidad Complutense de Madrid); doctor of Philosophy and Psychology (K-University, California); licenciado en Ciencias de la Información (Universidad Complutense de Madrid); doctor en Ciencias de la Comunicación (Universidad Camilo José de Cela)

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