En las próximas elecciones del 26 de junio España se juega su futuro, esta vez literalmente. A diferencia de anteriores convocatorias, los españoles se encuentran con tres cursos de acción diferentes (Inmovilismo-Modernización-Transformación), aunque los cuatro partidos mayoritarios se empeñen en limitarlas a dos, cambio contra corrupción o ruptura frente a continuismo...
Hasta el pasado diciembre solo dos partidos tenían opciones de formar gobierno, y ambos se asemejaban tanto que apenas notábamos el cambio, España seguía su rumbo. Pero eso ya no es así, dos nuevas formaciones han revolucionado la escena política española para acabar con un bipartidismo insano que de nuevo ha fracasado a la hora de modernizar España, seguramente porque ese nunca fue su objetivo.
Por tanto, desde mi punto de vista, a los españoles se les presentan tres alternativas bien claras. Ahora sí, tendremos que escoger de verdad, no entre dos caras de la misma moneda, sino entre varias monedas distintas:
- Inmovilismo: el practicado por unas élites políticas que han antepuesto su futuro personal al desarrollo nacional. Tanto los líderes del PSOE como del PP, y resto de partidos menores que han tocado poder, son culpables de no haber apostado por la modernización de nuestro tejido industrial, condenándonos a trabajos en el sector servicios como consecuencia de su apuesta por convertir a España en la Florida europea. A nivel nacional todos conocemos los numerosos casos de presidentes, ministros y consejeros de Estado que acaban en consejos de administración de grandes empresas o en puestos de organismos internacionales, mientras que a nivel local todos padecemos cómo alcaldes, concejales, diputados provinciales y mandos administrativos se reparten el cotarro sin rubor alguno, tan celosos de proteger su cortijo que es casi imposible medrar sin su consentimiento. Ninguno de ellos está interesado en cambiar un sistema que les ha permitido enriquecerse, y todo con nuestro consentimiento en las urnas, la mejor de las coartadas.
- Modernización: es el único cambio que nos puede interesar, y el que se promete desde algún partido, acabando con la connivencia entre política y ladrillo, regulación y especulación, para pasar a un modelo basado en la investigación y la innovación, donde la educación deje de ser un arma ideológica y se convierta en motor de desarrollo. Solo así pondremos fin a esta crisis, que no nos confundamos, no acabará con el repunte de la construcción y las hipotecas, con ello solo la perpetuaremos, pues no se trata de un ciclo bajista, como muchos nos quieren hacer ver, sino del derrumbe de un sistema que hace aguas por todas partes. En España, la crisis iniciada en 2008 con los bonos basura ha revelado la imposibilidad de continuar con el Inmovilismo. Los recortes no los ha provocado nuestra exposición a la burbuja financiera, sino que son la consecuencia lógica de un modelo que no puede ocultar por más tiempo su ineficacia, de ahí que España continúe con su crisis, cuando otros países ya hace años que han salido de ella.
- Transformación: la prometida por la nueva y la vieja izquierda de este país, que apoyándose en el resentimiento y la indignación legítimos de muchos españoles, ocultan bajo eslóganes y promesas de limpieza, su verdadero programa: acabar con la democracia liberal y asentar un modelo socialista, al más puro estilo soviético, donde las libertades individuales se sacrifiquen en aras de un bien común definido únicamente por sus élites. El sorprendente atractivo de dicho proyecto se basa en su promesa de castigar a los ricos y dar a los pobres, de repartir el pastel con justicia, de volver todo del revés, donde el condenado por terrorismo es un preso político al que se le rinden honores y el okupa acaba teniendo más derechos que el propietario honrado. De hecho, comparte con el Inmovilismo esa concepción de Estado paternalista encargado de la asignación de bienes y riqueza, no dándose cuenta de que una vez engullida, ya no habrá más tarta, ni para ricos ni para pobres. Y sin tarta solo queda el Estado al desnudo, en su versión más descarnada y violenta, como en la URSS antes y como en Venezuela ahora, y como pasará en España si antes, para variar, no nos pensamos las cosas dos veces.
Estas tres opciones son tan distintas entre sí que no cabe compromiso alguno entre ellas, de ahí la creciente polarización de la campaña. Es una prueba más del momento crítico que vivimos. El que Inmovilismo y Transformación compartan muchos rasgos (desde el ya citado del Estado paternalista a la apropiación de lo público por unas élites obsesionadas por el poder, pasando por una burda instrumentalización sectarista de la democracia o el culto al pasado) explica en parte el interés de PP y Unidos Podemos en hacer desaparecer de la escena a socialistas y ciudadanos, presentando estas elecciones como un duelo a dos. No les falta razón, en sus modelos no caben más participantes que ellos mismos, en el primero porque se trata de apropiarse de lo de todos, y cuantos menos participen en la fiesta a más tocarán por cabeza, y en el segundo porque nadie más que ellos conoce la verdad, solo ellos poseen la luz que guiará al pueblo. Esa falta de apertura política es la que debería inhabilitar a Inmovilismo y Transformación, pues ambas dividen y enfrentan a la sociedad, devolviéndonos a las dos Españas.
Solo la Modernización es una opción de futuro para España, pues a ella se pueden unir cuantos partidos quieran, y cuantos más mejor, pues menos críticas recibirá y será más aceptada por todos. Es más, en la Modernización caben todas las siglas y todas las ideologías, siempre que se aparquen los maximalismos y se acepten los consensos. La Modernización es la verdadera transformación, el único cambio que nos puede interesar, la opción que puede poner fin a este modelo caduco basado en el ladrillo, la especulación y la corrupción, que condena a España a vivir del turismo sacrificando su fuerza industrial y su talento científico.
Pero la Modernización también exigirá mucho de los españoles, y quizás por ello fracase frente a Inmovilismo y Transformación, pues ambos cuentan con el atractivo de pedir bien poco, es decir, el primero no exige nada más que cerrar los ojos y continuar como hasta ahora, mientras el segundo solo nos pide soñar, aunque despertemos de repente en medio de una pesadilla. La Modernización no, pues sin sacrificio no hay paraíso, no se asaltan los cielos, se trabaja en la tierra. La Modernización pedirá el fin de unas élites ya amortizadas, el cierre del casino del capitalismo de amiguetes que tanto daño ha causado, pero también que todos nos esforcemos a diario en nuestras vidas particulares, y para ello tendremos que renunciar a los miles de programas que compran nuestra lealtad a base de subsidios. Pues la Modernización no es más que un programa para liberarnos a todos de nuestras ataduras, a diferencia de Inmovilismo y Transformación, que acaban siendo un fin en sí mismo. Por eso es la única opción verdaderamente compatible con la democracia, la única que trata al ciudadano como a un ser adulto, mientras las otras dos opciones prefieren reducir al pueblo a sujeto pasivo de sus caprichos.
No nos engañemos, las nefastas consecuencias del
Inmovilismo han alimentado las peligrosas promesas de la
Transformación, ambas se necesitan, se retroalimentan en un perverso juego de empatía subliminal. Los españoles parece que solo pensamos en términos binarios, rechazamos cualquier alternativa que nos exija ir más allá de lo elemental, nos condenamos así, sin crimen ni juicio, a un castigo muy severo. Sería un sueño que los españoles eligiésemos por una vez en nuestra historia un camino distinto, la
Modernización, pero me temo que perderemos de nuevo nuestro tren.