El único rey santo de la monarquía española, fue hijo de un matrimonio incestuoso, que consiguió coronarse rey de León y Castilla gracias a las dotes políticas de su madre, Berenguela.
Conquistó Murcia y casi toda Andalucía. La rendición de Sevilla se convirtió en un auténtico reto para las estructuras militares cristianas que, por primera vez, se enfrentaban al asedio de una ciudad portuaria, lo que obligó a construir una escuadra que, mandada por Ramón Bonifaz, impidió la llegada de refuerzos y además sitiar la ciudad por el río. Se cuenta del rey Fernando, y parece históricamente probado, que, durante el asedio de Sevilla, llevaba anillada al arzón de su caballo una imagen de la Virgen, que actualmente se conoce bajo la advocación de la Virgen de los Reyes.
Se casó con Beatriz de Suabia (1219) y a su fallecimiento, con Juana de Ponthieu (1237). Tuvo trece hijos que llevaron a cabo misiones importantes en los reinados siguientes.
Uno de sus biógrafos, Francisco Pérez González, escribe de Fernando lll: “…sabía comportarse en lo humano, como un gran señor europeo; fue un verdadero palaciego que gustaba de la caza, componía versos o cantigas, entendía de música y sabía jugar a las damas y al ajedrez; tenía un porte elegante y era excelente jinete. En efecto, su hijo, Alfonso X el Sabio escribió de él que: todas estas vertudes, et gracias, et bondades puso Dios en mi Rey Don Fernando”. Ello no impidió que un Jueves Santo tomara una toalla y un cubo con agua y lavara los pies a doce de sus súbditos más pobres.
Me parece especialmente siginificativo para conocer el comportamiento del rey Fernando, que nunca consistió que le levantaran una estatua, su epitafio: “Aquí yace el Rey muy honrado Don Fernando, señor de Castiella é de Toledo, de León, de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia é de Jaén, el que conquistó toda España, el más leal é el más verdadero, é el más franco, é el más esforzado, é le más apuesto, é el más granado,, é el más sofrido, é el más omildoso, é el que más teme a Dios, é el que más le facía servicio, é el que quebrantó é destruyó a todos sus enemigos, é el que alzó é onró a todos sus amigos, é conquistó la Cibdad de Sevilla, que es cabeza de toda España, é passos hi en el postrimero día de mayo en la era de mil et CC et noventa años”. Digo que me parece especialmente significativo, porque fue su comportamiento tan tolerante, honrado y cumplidor de su palabra dada a sus enemigos, que, además de que hay indicios de que con ese su comportamiento convirtiera a varios importantes musulmanes al cristianismo, este epitafio puede leerse también en hebreo y árabe (naturalmente también en latín), como reconocimiento a su ejemplar testimonio de vida y al perdón a sus enemigos, que no fue entendido en su tiempo, unido a su comprensión a los que profesaban una religión diferente a la suya.
De hecho, una historiadora, sobre todo, rigurosa y objetiva, María Isabel Pérez de Tudela y Velasco ha escrito de este monarca santo en la Enciclopedia de Historia de España, dirigida por Miguel Artola, lo siguiente: “Su dedicación incansable a la Reconquista, y la preocupación por el bienestar de su reino le convierte en un monarca paradigmático de su tiempo. Sus cualidades humanas, sus muestras de piedad, y su respeto a las normas de la moral cristiana, le procuraron el ascenso a los altares en 1671”.
Pilar Riestra