.
lacritica.eu

Reformas convenientes

Reformas convenientes
Por Fernando Álvarez Balbuena
Add to Flipboard Magazine. Compartir en Google Bookmarks Compartir en Meneame enviar a reddit Compartir en Yahoo

“Y al que escandalizare a uno de estos pequeñuelos que creen en mí, más le valiera que le colgasen al cuello una piedra de molino de asno y le hundieran en el fondo del mar. (Evangelio de san Mateo 18, 6-7.)”

Los escándalos sexuales, por parte de algunos clérigos, que saltan cada día a los medios de comunicación, están haciendo un daño irreparable a la Iglesia Católica, máxime en estos tiempos en que es moda “progresista” atacarla y denostarla.

Por si fuera ya poco el combatir a la Iglesia con argumentos más o menos rebuscados, tachándola de retrógrada y de cavernícola, se destapan estas perversiones que por ser reales, son mucho más nocivas y, a la vez que avergüenzan profundamente a los católicos, dan argumentos a sus enemigos para combatirla de forma encarnizada.

Ante este situación indeseable, se hace cada día más urgente tomar medidas eficaces por parte de la jerarquía eclesiástica para combatir y erradicar este comportamiento delictivo que, si en cualquier ciudadano es condenable, lo es aún más en aquellos que han hecho de la propagación de la fe, el fomento de las buenas costumbres y el ejemplo de Cristo, la razón de ser de su vida. Precisamente por ello, están obligados, aún más que los seglares, a dar un ejemplo intachable de conducta moral, porque aparte de razones de estricta conciencia, son mirados por la sociedad con un mayor nivel de exigencia y, como dice el adagio tradicional: “El mejor predicador es Fray Ejemplo”.

Las debilidades humanas nos afectan a todos, pero no son disculpadas ni valoradas del mismo modo en todos los hombres. Por eso las medidas a tomar contra estas conductas lamentables, no pueden basarse solo en el rigor del castigo, ni en declaraciones de pesar, ni en peticiones de perdón. Es necesario atacar el problema en su raíz y la raíz está en el celibato obligatorio de los sacerdotes, celibato que hace aún más fuerte la tentación y más fácil, por tanto, la caída.

Están en el primer libro de la Biblia, El Génesis, las palabras de Dios, que dicen: “no es bueno que el hombre esté solo” y esto es tan verdad hoy como en el tiempo de la creación. No es el celibato, por otra parte, un mandato de derecho divino y, por tanto, podría perfectamente autorizarse el matrimonio de los sacerdotes, o también, alternativamente, ordenar como tales a hombres ya casados. Esta es la mejor forma de luchar contra los instintos primarios y de ayudar a los clérigos en su función de propagar la palabra de Dios, tanto con la predicación como con el ejemplo.

Esto es muy importante porque, sin perjuicio de que existan también conductas desviadas fuera del sacerdocio, éstas se dan con mucha menor frecuencia en personas que viven en pareja y en matrimonios canónicamente establecidos.

Además de las conveniencias de que hemos hecho mención, me parecen muy de tener en cuenta los beneficios colaterales que aportaría la mujer a la Iglesia en la vida parroquial. Ahora que gracias a Dios, la mujer ya es protagonista en pié de igualdad con el hombre en tantas tareas sociales, intelectuales y políticas, su labor como parte activa y protagonista en la vida espiritual, redundaría en una mejor y mayor eficacia en la tarea de la propagación de la fe en la sociedad. De este modo, además, sería consejera, compañera y freno natural a una concupiscencia incontrolada, y así el sacramento del orden se vería reforzado con el del matrimonio.

Tomemos ejemplo de la Iglesia Anglicana (cuyo credo es prácticamente igual al nuestro) e incluso de los Católicos Coptos, cuyos sacerdotes se casan, sin mengua de su fe ni de sus buenas costumbres, sino todo lo contrario.

Y en apoyo de cuanto antecede, solo me queda referirme a científicos como Freud, Jung, Marañón o Kindsay, que han estudiado exhaustivamente el desarrollo de la sexualidad humana y su problemática social, moral y personal. Ellos certifican que la continencia del célibe es extraordinariamente difícil, si no imposible, por lo que cualquier medida razonable para aliviar el deseo irreprimible, debe de ser mirada con interés y puesta en práctica con un sensato pragmatismo.

Fernando Álvarez Balbuena

Historiador. Doctor en Ciencias Políticas y Sociología

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios