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EL AGENTE PROVOCADOR

La fractura social, la tecnológica y las cocinas de inducción

Por Félix Ballesteros Rivas
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La ‘fractura social’ que separa cada vez más a los ricos de los pobres es muy preocupante, pero es algo con efectos y soluciones más sencillas de resolver que en el caso de la fractura tecnológica, que puede cimentar un distanciamiento cuyas raíces llegan incluso a la actitud de cada cual.

Iba yo el otro día a comprar el pan (perdón, admirado Umbral, por tan burda imitación: tómalo desde allá arriba como un merecido homenaje) cuando en el ascensor del centro comercial una señora se hizo un lío porque tomó el ascensor en la dirección equivocada y, tras pasar por la planta a la que no iba, volver a parar en aquella en la que se subió al ascensor y llegar finalmente a las cocheras, su aturullamiento era tal que tuvimos que explicarle las cosas con manzanas para convencerle de que, si iba a recuperar su coche, tenía que salir del ascensor, y tenía que ser allí, aunque no lo entendiese.

Si eso era con un ascensor con media docena de botones, ¿cómo podía esa señora, o caballero, que para el caso es lo mismo, conducir y acertar con su casa? ¿Y con Internet? (vale: Internet está hecho para jefes, es muy sencillo) ¿Y con el siglo XXI?

Un concejal del municipio en el que vivo tiene serios problemas para organizar su agenda, llega tarde a todas partes y, a veces, llega a donde no es, es un negado explícito y convencido en cuanto a todo lo que tenga que ver con el teléfono móvil, por no hablar del resto de tecnologías que sus hijos dominan… y pretende organizar la vida del resto de ciudadanos del pueblo, unos 90.000 más o menos (perdón: ‘unos y unas’, ‘ciudadanos y ciudadanas’ o, mejor, ‘ciudadanas y ciudadanos’… ¡!).

Un experimento: haced una búsqueda en Internet tratando de saber si las cocinas de Gas consumen más (o menos), y cuánto más (o menos), que las de Inducción. Es un tema en el que valdría una simple cifra: 56% (las de gas consumen el 56% de lo que consumen las de inducción en términos de energía global, medida en euros); pero en las discusiones lo que encontraréis es argumentos variopintos, y el problema es que, en su mayoría, no tienen la menor pretensión de solidez técnica ni, mucho menos, científica.

Veréis que dicen cosas como que sí, que la de inducción consume más, pero es más rápida, por lo que gasta electricidad durante menos tiempo y, por lo tanto, no está tan claro.

Otros dirán que consume más, pero se limpia mejor.

Otros que se gradúa muy bien la llama a simple vista, frente a la electricidad que no se ‘ve’.

Otros que en la de inducción se gradúa mucho mejor la potencia, porque se pone el mando en una cifra: ‘7’, mientras que con el gas no hay manera de ponerle cifras a la llama.

Hay quien pone como ventaja el hecho de que las cocinas de inducción son de una tecnología más actual.

Otros ponen como ventaja del gas el hecho incontrovertible de que es una tecnología mucho más tradicional.

Hay quien al gas le pone el baldón de que se obtiene por ‘fracking’, ignorando que el 60% de la electricidad de España se obtiene en centrales de ciclo combinado con combustibles como el gas.

Otros vetan las de inducción porque utilizan ondas electromagnéticas que deben ser cosa del demonio ya que no se ven ni se entienden (la verdad es que las ecuaciones de Maxwell necesitan un poco de atención en clase para comprenderlas).

He visto cifras que dicen que el número de kilovatios para calentar un litro de agua es menor con la electricidad que con en el gas, pero que después de tener en cuenta ‘otros factores’ es más barato el gas.

Otro de los más graciosos explica que las de inducción pueden ser una buena opción, pero sólo si se contrata la electricidad con empresas basadas exclusivamente en tecnologías renovables (sin entender que los electrones que nos llegan a casa vienen muy mezclados, casi siempre incluyendo alguno que viene de centrales nucleares francesas y, de noche y sin viento, ni uno sólo proviene de fuentes renovables).

Y esto es así de difuso y embarullado en algo perfectamente medible y cuantificable como es el consumo energético: a igualdad de utilización, miras una factura, miras la otra… y se acabó la discusión.

Si un ingeniero se encuentra esos problemas, ¿cómo se las apañan los ‘de letras’? ¿Y los ‘iletrados’? ¿Cómo nos apañamos los ‘de ciencias’ con los asuntos jurídicos, psicológicos o estéticos?

¿Hay alguien que de verdad crea que ‘el personal’ está preparado para el Siglo XXI? A mí, en días como hoy, me corroen las dudas.

Y en los próximos años tenemos que tomar decisiones claves sobre muchos temas trascendentes.

Por ejemplo, empezando a ras de suelo, tenemos que decidir si dejamos de lado los coches (y camiones y barcos) de gasoil por sus efectos cancerígenos que están bien documentados. Algunas alcaldías, como la de París, por ejemplo, ya han puesto fecha límite a la presencia de motores diésel en sus calles, y no es una boutade, sino la punta de un iceberg. ¿Lo tiene la gente en cuenta a la hora de comprar coche?

Muy poco después tendremos que pensar sobre si abandonamos también los de gasolina en beneficio de los eléctricos. Y si alguien intenta irse por las ramas invocando los de Hidrógeno o las células de combustible, le advierto que puedo contraatacar con las alfombras mágicas, la teleportación (‘Scotty, teletransporte, que nos atacan los viganes’) y los agujeros de gusano que, a corto plazo, son opciones más o menos igual de realistas, pero mucho más vistosas. Bueno, el Hidrógeno sucederá también algún día.

Los coches eléctricos ya son una muy buena opción (desde el punto de vista económico también, que síii), sobre todo para ciudad, y muchas familias tienen un segundo o tercer coche que no sale nunca a carretera, pero no se plantean que sea eléctrico, sino que sea un todoterreno de dos toneladas para recoger a los niños a la salida del colegio.

Justo a continuación viene lo de los coches que se conducen solos. Tienen muchos menos accidentes, no se cansan, no se enfadan, no se distraen, pero ¿nos vamos a asustar de ellos? ¿Vamos a recomendar a nuestros hijos que se hagan conductores profesionales? Las discusiones sobre la implantación de Uber en las ciudades se quedarán en un ‘¿te acuerdas de aquello?’ en cuando taxistas y camioneros empiecen a ser conscientes de lo que se les viene encima; y se nos viene a todos encima, porque querrá decir que los ancianos (espero llegar a ello) podremos seguir desplazándonos en coche a edades muy muy avanzadas… ¿también los niños podrán ir solos?... ¡sería la bomba!, pero eso implicará que los coches-bomba adquieran otro significado aún más preocupante. Habrá que cambiar muchos capítulos de la legislación, y repasar muchas señalizaciones de carretera (3000 millones de euros es el presupuesto de adaptación para la red Española), pero lo más costoso será conseguir que aquella señora del ascensor (o caballero, que es el mismo problema) no le haga un lío al coche cuando en vez de decirle dónde hay que ir, le explique lo que le acaba de suceder en el hipermercado.

Tenemos que decidir si dejamos a nuestros hijos y nietos desarrollarse en base a juegos de ordenador (que no son como el parchís, cierto, pero que les preparan para lo que se van a encontrar en su vida laboral) o si nos empeñamos en que salgan a la calle a jugar al ‘escondite’, al ‘tula’ o a pelearse a pedradas con otros raritos que no tienen tablet. Si les dejamos viendo la tele o les contamos cuentos. Si les llevamos de marcha por el campo con la merienda en la mochila o les dejamos que salgan de marcha por la noche con una bolsa llena de botellas de ron y ginebra.

Tenemos que decidir si rechazamos o no las investigaciones con células madre, sobre lo que muchos tiene opinión sin tener idea de genética ni de epigenética ni sobre sus posibles aplicaciones. Porque pueden ser la clave para la curación de casi cualquier enfermedad o traumatismo, pero también es algo demasiado bien relacionadas con el cáncer y, sobre todo, hasta ahora su obtención implicaba trabajar en zonas llenas de tabúes como los embarazos, la placenta y los nonatos, por lo que muchos dicen que ‘no’ sin dejar margen para razonamientos.

Tenemos que decidir si se legaliza la minería espacial. Puede parecer Ciencia-Ficción, pero es el típico asunto en el que para cuando la gente se lo empieza a tomar en serio los espabilados ya han sacado tajada. De momento los Estados Unidos han preparado sus propias leyes al respecto que, por supuesto, les permiten hacer lo que les parezca sin pedir permiso a nadie más.

Tenemos que prepararnos para el advenimiento de la nanotecnología, que revolucionará muchas facetas de la vida diaria, pero sobre todo la Medicina. Los que ahora estudian en la universidad se encontrarán en su vida profesional con que especialidades enteras (inmunología, farmacología, cirugía…) pueden casi desaparecer o, al menos, cambiar tanto que haya que reestudiarlas desde cero, pero siguen examinándose de materias que a la mitad de su vida profesional ya no tendrán ningún sentido. ¿No deberíamos plantearnos que los más jóvenes estudien con más visión de futuro? Yo tengo la esperanza de que la próxima pastilla contra el colesterol consista en una invasión de nanorobots que recorran las arterias con micropicos y micropalas eliminando las acumulaciones de colesterol. Y, si se eliminan con la orina, por ejemplo (habrá que tomar una dosis de recuerdo todos los años) estaría bien que al pasar por el riñón me rompiesen también los cálculos renales y acabasen con los cólicos nefríticos, que son una verdadera lata. Seguro que se os ocurren otras virguerías que podrían hacer unas máquinas microscópicas trabajando contra un tumor, por ejemplo o, ya puestos, contra la resaca (quizá eso es pedir demasiado).

Y llegará la Singularidad Tecnológica, cuando las máquinas sean más inteligentes que los humanos en casi cualquier ámbito. A partir de ese día se acelerará aún más y cada vez más el ritmo de cambios y evoluciones técnicas… sigo pensando en la señora (o caballero) aquella del ascensor, y me pongo pesimista.

Tenemos que prepararnos para la difusión de las impresoras 3D, que nos permitirán (a los que estemos listos para ello) autofabricarnos cualquier cosa, pieza, juguete, herramienta, marco de foto, lámpara o adorno en casa, lo mismo que con las impresoras ‘clásicas’ ya nos preparamos cualquier escrito. Hay quien ya se ha construido armas que disparan, coches que andan, casas enteras… y eso sólo es el principio: esas impresoras funcionan depositando pequeñas partículas de material en lugar de tinta, y el material se va acumulando y dando lugar a las formas que deseemos, pero el ‘material’ que depositan suele ser algún plástico, cemento para el caso de imprimir casas (que no es broma: ya se hace con regularidad y de buen tamaño) y puede llegar a ser, por ejemplo, células vivas y, en ese caso, lo que construyen (también se ha hecho ya, no es Ciencia-Ficción) es músculos aprovechables, piel viva (y del tono moreno que queramos), un corazón, un riñón… Los resultados todavía necesitan mejoras, no nos pongamos más nerviosos de la cuenta, pero preparémonos para asombrarnos.

Para rematar esas impresoras que nos podrían regalar las próximas navidades, pensemos en la posibilidad de que impriman hamburguesas, lubinas o solomillos a partir de cubas de crianza de organismos unicelulares. Distintas marcas fabricantes nos deleitarán con sabores imaginativos, nos propondrán carnes con el contenido graso que prefiramos, alguien recreará los filetes de mamut de Pedro Picapiedra… ¿Seguirían los vegetarianos teniendo escrúpulos para comer un churrasco si está hecho en base a organismos unicelulares sólo porque no utilicen clorofila? ¿Y los musulmanes aceptarán un jamón que no tenga cerdos en su árbol genealógico? ¿Se pondrán de moda los jamones con un veteado haciendo dibujitos navideños?

Los pacientes de un hospital ¿aceptarán que el diagnóstico los realicen médicos cibernéticos, tan sólo porque tengan un índice de éxito mucho mejor que el de los humanos? ¿Y la exacta cirugía por robots?

Ya empieza a haber aplicaciones utilizables que, en un superteléfono de esos tan corrientes hoy en día, nos den en el auricular la versión en nuestro idioma preferido de lo que nuestro interlocutor está diciendo en otra lengua desde su propio teléfono. Esos traductores automáticos en tiempo real también nos cambiarán nuestra manera de afrontar los viajes, las negociaciones, o incluso nuestras relaciones personales, puesto que en un bar de copas puede que la única manera viable de entablar conversación con una posible pareja algo exótica sea a través de nuestros respectivos teléfonos. Si esa imagen a lo Hans Solo en la taberna estelar nos parece graciosa, pensemos en lo que puede ser el resto de la noche si (¡Oh milagro!) la relación cuaja y terminamos en un entorno íntimo… y cada uno con su teléfono ocupándole una mano; bueno, la señora o caballero del ascensor, esa noche no se comería una rosca internacional.

… Y hay que prepararse para otras mil y una cosas más, que sucederán en los años inmediatos, pero de las que todavía no tenemos la menor noticia y, por eso mismo, las sorpresas que nos provoquen serán mucho mayores que todo lo anterior.

¿Acertaremos en nuestras decisiones? ¿Yo? ¿Tu? Sí, me refiero a ti: ¿te estás preparando?

Marx (Don Carlos) estaría encantado de comprobar que los medios de producción del siglo XXI, que son principalmente la Información, la Formación y los Datos, están cada vez más al alcance del proletariado y, de paso, al alcance de todos pero, a la vez, yo que él estaría muy preocupado al darme cuenta de que la mayor parte de la ciudadanía ‘pasa’ de tomar las riendas de su futuro, pasa de formarse, pese a la infinidad de cursos disponibles para todos en la Red y, dejando de lado que en la Red están hasta los mensajes personales de los jefes de gobierno, la gente se informa en pozos llenos de infobasura, toma decisiones guiada por la publicidad y los ‘reality’ y, como nos descuidemos, votarán por democrática mayoría tontunas y temas trascendentes por igual, tanto lo de atrás, como lo de las páginas anteriores o posteriores a ésta.

¡Que Marx (Don Groucho) nos ilumine!

Y, hablando de iluminación, no nos olvidemos de que también hay que decidirse a cambiar todas las bombillas a LED. Que sí, ya sé que es después de que nos convencieran para que pasásemos a los minifluorescentes que llamamos de ‘bajo consumo’, pero lo haremos. Aunque habrá que tener cuidado con los que auguren infinitas desgracias porque, por ejemplo, los LED son del mismo material que los microprocesadores, por lo que a lo peor son parte de una conspiración para espiar lo que cocinamos en nuestra cocina de ¿inducción o gas?

Félix Ballesteros Rivas

Ingeniero de Telecomunicaciones y escritor.

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