De nuevo se replantea la cuestión territorial y nacional por las distintas fuerzas políticas, unas desde su aspiración programática en revisar el Título VIII de la Constitución y otras, minoritarias, desde su aspiración secesionista...
... a partir de distintas interpretaciones de la dialéctica regionalismo/nacionalismo, lo que parece augurar una metamorfosis inacabada, alimentada por el debate ideológico y político de los últimos años, abocando ahora en el proceso secesionista iniciado por decisión del Parlamento catalán y su influencia a la hora de pactar el próximo gobierno de España.
Para introducirnos en tal cuestión de raíz geopolítica y en conceptos clave como los de autonomía, constitución, descentralización, Estado-nación, federalismo, identidad, nación, nacionalismo, organización territorial, país, región, regionalismo o secesión, entre otros, puede servir una serie de lecturas e interpretaciones previas como, por ejemplo, las obras de J. García Álvarez (Provincias, regiones y Comunidades Autónomas. La formación del mapa político de España, Madrid, Temas del Senado, 2002) o de L. López Trigal (Diccionario de Geografía política y Geopolítica, León, Universidad de León, 2013).
Una interesante y particular interpretación del mapa político de España en “grandes conjuntos geopolíticos”, es la adoptada por B. Loyer (Géopolitique de l’Espagne, París, Armand Colin, 2006): 1º regiones nacionalistas (País Vasco, Navarra, Cataluña); 2º otras regiones bilingües (Galicia, Baleares, Valencia); 3º regionalismo andaluz; 4º España de débiles densidades (Aragón, Castilla y León, La Rioja, Castilla-La Mancha, Extremadura, Asturias y Cantabria) con base en el legado de Castilla; 5º la región capital (Madrid), y 6º ultramar y el muro Norte-Sur (Canarias, Ceuta y Melilla). Territorios a su vez caracterizados por un destino común en cuanto a repartos (del agua), solidaridades (en inmigración, en el sistema internacional, hispanidad y tensiones mediterráneas), intereses territoriales (reforma del modelo territorial) y un proyecto de organización territorial como el Estado autonómico, que ha sido interpretado tanto como una modalidad de Estado unitario como de Estado cuasi federal, que permite un nivel de autogobierno amplio a las Comunidades Autónomas, con una diferente capacidad competencial (asimetría basada en hechos diferenciales y privilegios fiscales) y niveles de organización territorial, conforme a los propios Estatutos que delimitan en cada caso los campos de actuación.
En este mismo sentido, se puede optar por la lectura de distintas interpretaciones sobre el modelo territorial en cuestión, a la vista de la segunda generación estatutaria reciente y sus efectos sobre la fragmentación territorial e institucional del país. Es el caso del artículo de N. Baron («État composé ou décomposé? La réforme des autonomies espagnoles et ses effets sur la fragmentation territoriale et institutionnelle du pays», L’Espace Politique, vol. 11, 2, 2010). O, en otra dirección, el trabajo de H. Béjar (La dejación de España. Madrid, Katz Editores, 2008) sobre la complejidad de la cuestión nacional de España, que arranca históricamente del enfrentamiento existente entre los discursos del “españolismo tradicional” -visión de España como concepción orgánica y nación cultural-, el “neoespañolismo” -España como nación plural-, el “nacionalismo subestatal moderado” -Estado como nación de naciones- y el “nacionalismo subestatal soberanista” -Estado español ajeno y nación fracasada-.
Diferendos de interpretación que resaltan la fragmentación creciente de la sociedad, el territorio y las fuerzas políticas y que nos sitúan en el núcleo del debate actual, con reflexiones como la del geógrafo J. Romero González (Geopolítica y gobierno del territorio en España, Valencia, Tirant lo Blanch, 2009) quien entiende que las reformas (de la Constitución y estatutarias) producirán un avance notable en el autogobierno en vía hacia un Estado federal, si bien “no se ha producido la creación o consolidación de anclajes federales claros y aceptados por todos los actores políticos”.
La del historiador J. Álvarez Junco (en J. Fernández Sebastián y J. F. Fuentes, dirs. Diccionario político y social del siglo XX español. Madrid, Alianza, 2008, p. 487) al enjuiciar que “la generalización de las autonomías ha creado agravios entre las llamadas nacionalidades históricas que han incrementado sus demandas. Pero el hábito de negociar se ha impuesto... y ello permite augurar que la identidad española resistirá probablemente el asalto de las que hoy rivalizan con ella, aunque para ello…el viejo ideal del Estado-nación soberano y autónomo e infranqueable continuará cediendo terreno” ante los nacionalismos disgregadores y secesionistas vasco y catalán.
O la del jurista S. Muñoz Machado (Informe sobre España, Barcelona, Crítica, 2012) que observa el avance inexorable del proceso de deterioro de las instituciones constitucionales (crisis de Estado), ante lo cual se plantean opciones alternativas posibles, antes de que tal deterioro conduzca a la destrucción o a la secesión: el retorno al centralismo, la conservación parcial y reforma del Estado autonómico, o la sustitución por un modelo federal, incluido el asimétrico.
Estas y otras lecturas y visiones pueden servir para meditar en el debate que se articula en el presente sobre la denominada por los geógrafos franceses “question de l’Espagne” (
Hérodote, 91, 1998), enraizada en la interrelación constitución-territorio y su diferente interpretación, que pasa por ser la clave, a su vez, de la “cuestión catalana” y que conviene sea solventada para bien de todos los ciudadanos españoles antes de desembocar en un conflicto geopolítico de mayor relieve.