I
Puso su mano en la cansada frente
y el tedio eterno del vivir cansino
vio perderse a lo largo del camino
entre la luz difusa del poniente.
Esbozó una sonrisa tristemente;
arriba el cielo mustio y opalino
y, entre voces de un trágico destino,
la tierra abajo, seca, dura, ardiente.
Rotos sus sueños, su ilusión perdida,
entre el cielo y la tierra está su vida
flor de desdichas y de azar repleta.
Sintió el cansancio de su mano mustia,
la bajó de la frente con angustia
reviviendo sus sueños de poeta.
II
Sueños de un pensamiento que se esfuma
mientras el débil corazón palpita
y el genio muerto del amor medita
envuelto en el sudario de la bruma.
Ella era hermosa, de melena bruna
que el viento acariciaba dulcemente
y el rumor escondido de la fuente
encantaba el jardín bajo la luna.
Las estrellas del ancho firmamento,
cual notas del pentágrama del viento,
decían una larga sinfonía…
Y ese cariño que al amor se implora
nació radiante cual la hermosa aurora
y murió tierno antes del mediodía.
III
En la tarde de invierno mortecina,
poblada de fantásticas visiones,
quiso decir las últimas canciones
del tiempo viejo que a morir camina.
En el ansia del alma que adivina
los oscuros presagios de la suerte
sintió los lentos pasos de la muerte
que el blanco de la nieve difumina.
Y dijo:
“Escucha: el que a morir empieza
quiere alzar hoy su voz con entereza”
… Las profundas arrugas de su frente
Deshicieron el nudo del encanto
y su última canción fue como el canto
del cisne que murió junto a la fuente.
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