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Juan Valera: americanismo y antiamericanismo chic

Juan Valera y Alcalá-Galiano (1824-1905). (Foto: https://www.cervantesvirtual.com/).
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Juan Valera y Alcalá-Galiano (1824-1905). (Foto: https://www.cervantesvirtual.com/).

LA CRÍTICA, 25 DICIEMBRE 2022

Por Manuel Pastor Martínez
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El objeto de este ensayo es una aproximación al fenómeno del “americanismo” y “antiamericanismo” en el pensamiento español contemporáneo. La sensibilidad e inteligencia de Valera le llevó a especular sobre múltiples cuestiones acerca de la historia, la cultura y la política, acuñando términos, esbozando conceptos y géneros políticos y culturales que han tenido una larga proyección desde finales del siglo XIX. Uno de tales términos, precisamente, es “americanismo”, (...)

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En 1881 Leopoldo Alas Clarín escribe el siguiente comentario: “Valera es la esfinge de nuestra literatura actual (…) Diga él lo que quiera, hablar de Valera es exponerse a no acertar. Que Valera es así, que es de otro modo… siempre será exagerada cualquier afirmación.”


Carmen Bravo–Villasante, en su biografía de 1959 del escritor cordobés reconoce que el juicio de Clarín sigue siendo válido, ya que “Valera es figura desconcertante y contradictoria (…) ¿religioso o hereje? (…) ¿liberal o conservador?”[1]

Por otra parte, Arturo García Cruz en su penetrante estudio Ideología y vivencias en la obra de Don Juan Valera, publicado veinte años más tarde, mantiene la misma opinión: “Valera está lleno de contradicciones (…) No creyó nunca ni en liberales ni moderados, pero anduvo siempre con unos y otros; sin creer en partidos políticos militó en ellos.” Y un poco más adelante añade: “Si miramos a Valera con detenimiento, su vida y su obra, en medio de la vida y obra del siglo XIX, nos sorprende su gentileza, su gracilidad, su serenidad, su manera, siempre ágil y aparentemente sencilla de aproximarse a la vida.”[2]

Es probable que “ese misterio psicológico en que se envuelve, porque tal vez aspire a una postura sosegada, olímpica, serena…”, como juzgaba Clarín, y lo que García Cruz percibe como “su gracilidad, su serenidad” sea lo que de Juan Valera ha fascinado a tantos y tan importantes lectores. Aparte de los críticos literarios, españoles y extranjeros, don Juan Valera (1824 –1905) interesó a personalidades tan diferentes como Cánovas, Menéndez y Pelayo, Clarín, Azorín, Azaña, Ortega, Ernesto Giménez Caballero, Julián Marías, Ricardo Gullón y Enrique Tierno Galván.

En 1947 Edith F. Helman sintetizó perfectamente el significado del escritor español para la obra de referencia obligada en la literatura comparada de la época: “If Valera was not a great or original thinker, he was the greatest writer of Spanish prose since Cervantes, of whom his work is often reminiscent, in its humor, its indulgence toward human weaknes, its good cheer, and especially in its style, which is classical without being archaic, naturally elegant, subtle yet luminous, and always delightful.”[3]

El análisis más profundo y sistemático, a mi juicio, es el realizado por Arturo García Cruz, que nos proporciona también la bibliografía más completa sobre los diversos estudios y valoraciones acerca de Valera.

El objeto de este ensayo es una aproximación al fenómeno del “americanismo” y “antiamericanismo” en el pensamiento español contemporáneo. La sensibilidad e inteligencia de Valera le llevó a especular sobre múltiples cuestiones acerca de la historia, la cultura y la política, acuñando términos, esbozando conceptos y géneros políticos y culturales que han tenido una larga proyección desde finales del siglo XIX. Uno de tales términos, precisamente, es “americanismo”, que Valera (no dice si en España es original suyo) propone –como contrapeso al exceso de afrancesamiento– como género ideológico y cultural en 1891, en una de sus Nuevas Cartas Americanas, a una revista de Nueva York: “Convertidas las que fueron colonias de España en multitud de repúblicas independientes que ocupan vastísima extensión de tierra, natural es que tengan algún lazo que en cierto modo las ligue como americanas. Harto sutil entendimiento se necesita, a mi ver, para explicar en qué consista y estribe el americanismo (…) Prevalece en Europa el fundadísimo orgullo de una civilización superior y de una gentes civilizadoras y dominadoras de las demás gentes que pueblan el planeta. Yo sospecho que este mismo orgullo europeo, transplantado al Nuevo Mundo, es lo que constituye el americanismo. América podrá decir a Europa: 'El porvenir es mío'; pero la reconocerá por madre y tendrá que considerarse como continuadora de su civilización (…) Como quiera que ello sea, el americanismo es innegable.”[4]

En un ensayo mío inédito, “Antiamericanismo radical y antiamericanismo chic en España”[5], postulo que probablemente Valera sea también responsable de esta actitud snob dentro de los círculos literarios españoles hacia finales del siglo XIX, precediendo a la crisis final de 1898. Naturalmente, “antiamericanismo” en este último caso está referido a lo que entonces ya se calificaba –siguiendo a algunos famosos ensayistas hispanoamericanos adeptos al “arielismo”– el “Gran Coloso del Norte”, el “Calibán”: los Estados Unidos de América.

Resulta curioso comprobar que en la misma época en que se origina esta especie de antiamericanismo chic, se detecta también el fenómeno inverso al otro lado del Atlántico en EEUU, el antiespañolismo, primero el chic de determinados círculos intelectuales, y después el ideológico-político, en sectores más amplios de la sociedad norteamericana. Henry Adams en su famosa autobiografía intelectual, The Education of Henry Adams (escrita entre 1903 y 1906, pero con reflexiones iniciadas en los 1890s), refleja perfectamente la génesis de un prejuicio anti-hispánico: desde las referencias étnico-culturales despectivas a los “dagos” y al estilo “churrigueresco”, hasta los problemas relacionados con la situación en Cuba[6]. Ernest Samuels, el gran biógrafo y especialista en la obra y pensamiento de Adams, señala que desde los años 1890s, “Adams's house in Lafayette Square became one of the meeting places of the Washington representtives of the Cuban revolutionists. Adams wrote the historical report in support of the recognition of the Cuban republic for senator Cameron. It was submitted to the Senate by the Committee, December 21, 1896, but no action was taken on it.”[7]

Edward Chanfant, no obstante, en el último volúmen de su impresionante biografía sobre Henry Adams, matiza su actitud “antiespañolista”. En noviembre de 1895 el embajador español Enrique Dupuy de Lome y su esposa cenan en la residencia de Adams. “What was said while they visited is unknown. To some extent, Adams may have been in the Spaniard's confidence.” Y en una carta a su amigo Phillips el 26 de julio de 1896, escribe Adams: “My heart bleeds for the Spaniards, whom I like more than any other people in Europe…”[8]

Los prejuicios de Valera (pese a su estancia como embajador en Washington DC) sobre la cultura norteamericana, como en el caso de la mayoría de los escritores coetáneos que subscribieron el “arielismo”, le impidió conocer la existencia de una tradición ya muy consolidada en el pensamiento, en la literatura y en las artes plásticas durante la segunda mitad del siglo XIX.

Refiriéndonos solo al pensamiento religioso-político, ¿cómo podían Valera y los “arielistas” ignorar los escritos de John Winthrop, John Cotton, Nathaniel Ward, Roger Williams y John Wise? ¿o los político-constitucionales de James Otis, John Dickinson, James Wilson, John Adams, Thomas Paine, Richard Henry Lee, George Mason, Benjamin Franklin y Thomas Jefferson? Es de suponer que al menos conocían la obra clásica de Alexander Hamilton, James Madison y John Jay, The Federalist (1787-88), pero casi seguro que ignoraban los ensayos histórico-políticos de George Bancroft y Francis Lieber, sin los cuales no se entendería la obra clásica La democracia en América de Alexis de Tocqueville. Asimismo son importantes en la segunda mitad del siglo XIX los ensayos y discursos de John Calhoun, Abraham Lincoln, Ralph Emerson, Henry David Thoreau, Orestes Brownson, Edward Bellamy, etc., y los estudios históricos y políticos de Henry y Brooks Adams, Woodrow Wilson, Henry Cabot Lodge, Theodore Roosevelt, y del almirante Alfred T. Mahan.

Las lagunas en el conocimiento de la literatura (un solo ejemplo de escándalo: ¡Walt Whitman!, con la excepción de Valera y Rubén Darío) son también sorprendentes. Respecto a las artes plásticas, no sólo ignoran a los “Old Masters” de la pintura (Benjamin West, John Singleton Copley, Charles Willson Peale, Gilbert Stuart), como en justicia los califica James Thomas Flexner (America’s Old Masters, Dover, New York, 1967), y otros igualmente notables (Thomas Sully, John Trumbull, Asher Durand, William Sidney Mount, George Catlin, Edward Hicks, etc.), sino también a sus propios coetáneos Eatsman Johnson, Mary Cassat, George Inness, Winslow Homer, Thomas Eakins, John LaFarge, Frederic Remington (cuyos dibujos sobre las corridas de toros en Harper’s Weekly eran probablemente los mejores desde Goya) y un largo etcétera. Particularmente extraño es que ni siquiera mencione Valera al gran John Singer Sargent, probablemente el artista más famoso precisamente durante los años que residió en Estados Unidos. ¿Cómo es posible, por ejemplo, que no hiciera siquiera un breve comentario a sus cuadros “Spanish Gipsy dancer”, pintado en 1879-80, y “El Jaleo”, pintado en 1882, que probablemente sean las primeras representaciones pictóricas del baile flamenco español en la historia del arte contemporáneo? En efecto, véase el estudio biográfico-artístico de Stanley Olson, John Singer Sargent. His Portraits, (St. Martin’s Press, New York, páginas 91-94, lámina IX). Asimismo, la obra de Richard Ormond y Elaine Kilmurray, Sargent:Portraits of Artists and Friends (Skira-Rizzoli, New York, 2015), que reproduce los cuadros con temas españoles: “Spanish Gipsy Dancer” de 1879-80 (pags. 68-69), “El Jaleo” de 1882 (pág. 29), “After El Jaleo” de 1882 (páginas 70-71), “La Carmencita” de 1890 (páginas 172-173) y otra versión de “La Carmencita” de 1890 (páginas. 182-183).

Igualmente extraña es la falta de sensibilidad de nuestros escritores españoles e hispanopamericanos respecto a la gran revolución arquitectónica que se venía fraguando en los Estados Unidos desde la Guerra Civil y que se manifestará en una explosión de palacios, edificios públicos y rascacielos que marcan el inicio de la modernidad occidental en este terreno, con arquitectos como Richard Morris Hunt, Henry Hobson Richardson, Burnham & Root, Adler & Sullivan, etc., y asimismo escultores como Augustus Saint-Gaudens, John Rogers, John Quincy Adams Ward, Daniel Chester French, Frederic Remington (su famosísimo “Bronco Buster” data de 1895), etc. (Véase Richard McLanathan, Art in America. A Brief History, Hartcourt Brace Jovanovich, New York, 1973, páginas 139 y siguientes; y Martha Jackson, The Illustrations of Frederic Remington, Crown, New York, 1970).

Valera defendió a España del antiespañolismo chic de algunos amigos de Henry Adams, como Clarence King, “acaso el más feroz de estos escritores antiespañoles” (…) “Las acusaciones del señor Clarence King… –en su ensayo Ha de ser Cuba libre? (1896)– llevan el propósito de excitar en los Estados Unidos el odio y el desprecio contra España y de favorecer a los rebeldes de Cuba”[9].

En 1896 la cuestión del antiespañolismo y del antiamericanismo ya se había politizado totalmente a causa de Cuba, pero durante la década anterior Juan Valera tuvo también la oportunidad de desarrollar su propia versión de antiamericanismo chic.

Manuel Pastor Martínez


[1] Cit. en C. Bravo-Villasante, Vida de Juan Valera (1959), Madrid: Ed. Magisterio Español, 1974, página 221.

[2] A. García Cruz, Ideología y vivencias en la obra de Don Juan Valera, Salamanca: Ed. Universidad de Salamanca, 1978, páginas 16 y 19.

[3] E. F. Helman, "Valera", en Horatio Smith (Ed.), Columbia Dictionary of Modern European Literature, New York: Columbia University Press, 1947, página 838.

[4] J. Valera, Nuevas Cartas Americanas, "A Nueva York, III" (Madrid, 6 de Octubre de 1891), en Obras Completas (O.C.), III, Madrid: Aguilar, 1958, páginas 423-424.

[5] Por casualidad he encontrado en un escrito de Valera el empleo del adjetivo inglés "chic" ya en 1869. En su importante ensayo La revolución y la libertad religiosa en España se preguntaba Valera con ironía si para algunos no resultaría incluso "falto… de chic el ser incrédulo", O.C., III, página 792.

[6] E. Samuels (Ed.), The Education of Henry Adams, Boston: Houghton Mifflin, 1973, páginas 333, 355.

[7] En toda la obra de Adams brilla por su ausencia una valoración seria de la cultura hispánica, excepto las referencias casuales, irónicas y un poco despectivas. Segun Samuels, Adams había visitado España brevemente en una sola ocasión, con su esposa, en octubre de 1879, pero no es probable que conocieran mucho aparte de Madrid y sus alrededores. Sin embargo, visitará Cuba al menos en tres ocasiones (1888, 1893, 1894), y asimismo México. E. Samuels, Henry Adams. The Major Phase, Cambridge, MA: Harvard University Press, 1964, página 588. Asimismo, E. Samuels (Ed.), páginas 352, 356, 362-ss, y 638. También, E. Samuels, ob.cit., página 163-164.

[8] E. Chanfant, Improvement of the World: A Biography of Henry Adams. His Last Life, 1891-1919, North Haven, CT: Archon Books, 2001, páginas 103 y 115.

[9] J. Valera, O. C., III, páginas 996-1001.

Manuel Pastor Martínez

Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid

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