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Irónicamente sería un renegado del catolicismo (en la tradición histórica judeocristiana) quien iniciara el perverso camino hacia el más brutal y totalitario paganismo del siglo XX, generando un trágico episodio “Kultur vs Zivilisation” (antinomia teorizada en el periodo de entreguerras mundiales por Oswald Spengler y Norbert Elias, entre otros) de la inevitable confrontación de una Cultura étnico-racial paganizante y excluyente, frente a la Civilización occidental pluralista e inclusiva.
En mi anterior artículo sobre la Esvástica Rosa subrayaba el conflicto “de género” interno en la comunidad gay alemana entre la facción de los “Fems” (homosexuales afeminados) y la facción de los “Butches” (homosexuales supermachistas). Guerra civil de la que emergen violentamente victoriosos los “Butches” que dominarán el Nazismo, desde la propia fundación del Partido Obrero Alemán (DAP) hasta el final de la siniestra historia del Partido Nacional-Socialista Obrero Alemán (NSDAP).
La facción “Fem” del movimiento gay alemán, representada por el Instituto de Investigación Sexual y el Comité Científico-Humanitario del doctor Magnus Hirschfeld, vinculado al socialismo del SPD, rechazó la filosofía supermachista “Butch” y su querencia por la cultura neopagana, “helenística”, en favor de la pedofilia, la pederastia y las prácticas sadomasoquistas. En consecuencia, el asalto y saqueo por los Nazis del Instituto y sus archivos (con numerosas fichas de homosexualidad comprometedoras para muchos militantes de las SA y las SS), fue una acción punitiva violenta, significativa en la guerra civil de este peculiar conflicto intragénero.
En los ámbitos historiográficos y politológicos se han postulado diversas hipótesis sobre las diferencias entre el Fascismo italiano y el Nazismo alemán, entre los respectivos tipos de dictadura, la autoritaria y la totalitaria, pero nunca se ha mencionado o destacado suficientemente el factor homosexual, dominante en el caso alemán, que de manera notable lo distingue.
Asimismo se podría señalar el neopaganismo anticristiano y el racismo antisemita, sustanciales en el substrato nacional y cultural germánico (volkish) frente al catolicismo (o la catolicidad-romanidad), multicultural y civilizacional, del nacionalismo italiano.
El totalitarismo nazi (estructuralmente más parecido al totalitarismo soviético), se caracterizó por la supremacía del Partido sobre el Estado, mientras en el autoritarismo fascista italiano el Partido siempre quedará subordinado al Estado.
El propio Hitler lo plasmó en un eslogan hacia 1938: “El Estado no controla al Partido: el Partido controla al Estado” (citado por el general Heinz Guderian, último Jefe del Estado Mayor del ejército hitleriano, en Memorias de un soldado, 1950).
Precisamente hacia 1938 también, tras la lectura de la encíclica Mit brennender Sorge (1937), en la que el Papa Pío XI condenaba el neopaganismo y el anticristianismo de los Nazis, Mussolini había recomendado al Pontífice (a través del jesuita Pietro Tacchi-Venturi, jefe de la Compañía de Jesús en Italia y peculiar consejero –una especie de “Rasputín”– del Duce) que excomulgara a Hitler.
Durante la terrible e inevitable Segunda Guerra Mundial la sutil percepción de Lord Keynes invocó en un famoso discurso la necesidad de rescatar a Alemania y en sus palabras: “devolverla al histórico redil de la Civilización Occidental, cuyos cimientos eran… la Ética Cristiana, el Espíritu Científico y el Imperio de la Ley. Únicamente sobre esos cimientos podría desarrollarse la vida de las personas”.
El régimen Nazi desplegó políticas que intentaron minar las culturas judía y cristiana, pervirtiendo la sexualidad, la familia, la religión y la moral tradicionales (por ejemplo, destruyendo o prohibiendo hábitos tradicionales, tal la celebración en Occidente de la Navidad), como igualmente lo intentan hoy en nuestras sociedades ciertas ideologías ateas, comunistas, populistas o nacionalsocialistas, “de género” o “woke”, con una clara y manifiesta voluntad totalitaria.
Manuel Pastor Martínez