.
lacritica.eu

LA ESPAÑA INCONTESTABLE

Yo, Carlos de España

Carlos I de España (1500-1558), durante su retiro en el monasterio de Yuste. Miguel Jadraque y Sánchez. Museo del Prado, Madrid.
Ampliar
Carlos I de España (1500-1558), durante su retiro en el monasterio de Yuste. Miguel Jadraque y Sánchez. Museo del Prado, Madrid.

LA CRÍTICA, 15 OCTUBRE 2022

Por Íñigo Castellano Barón
Add to Flipboard Magazine. Compartir en Google Bookmarks Compartir en Meneame enviar a reddit Compartir en Yahoo

Los destinos de la Europa del siglo XVI fueron regidos por el rey Carlos I de España y emperador de Alemania. Esta última fue una herencia de los Habsburgo que supuso un cuantioso lastre para la corona de su inmediata anterior dinastía: los Trastamara, que ya poseían el Nuevo Mundo con sus cuantiosas riquezas. ¡Cuántos recursos invertidos en el sueño de la Universitas Cristiana que ambicionara Carlos de Gante! Qué fácil resulta imaginar los últimos y más íntimos pensamientos en su lecho de muerte que el rey y también emperador, pudiera sentir antes de encontrarse con el Juez Supremo… Monasterio de Yuste, septiembre de 1558 [1]

(...)

...

…Imagino en Flandes, en mi ya borrosa mente, a mi hijo Felipe al que me hubiera gustado por última vez decirle cómo y cuánto esmero debe poner en ese mi natural reino y abrazarle por las invictas glorias en San Quintín y Gravelinas. Todavía alcanzo a escuchar a mi pequeño hijo Jeromín[2] que en el último año no se ha apartado de mi lado y al que pronostico será digno hijo mío. Aún puedo observar la cara de preocupación de Alba intentando, seguro estoy de ello, dar respuestas a cuestiones muy severas que en poco sucederán y deberá afrontar. La armadura que ahora soporto es mayor y de naturaleza bien distinta a la que me ponía en Túnez, Argel, Metz o Mülhberg y en tantas otras batallas. La lanza que ahora soporto me traspasa el corazón como si yo mismo la dirigiera contra mí. Me pesa en demasía y siento que, dentro de poco, muy poco, un hábito monacal me vestirá para presentarme más limpio ante Él, que hace tiempo me espera para que le rinda cuentas. Ahora en esta alcoba, rodeado de mis consejeros más fieles, debo prepararme para el gran viaje, y ellos lo saben, e intuyo que están tomando las medidas necesarias. No dejo de pensar en la única que fuera mi verdadera amante, Europa. La he amado en profundidad y casi diría en exclusiva. A ella le dediqué mis esfuerzos y sinsabores; por ella he guerreado y llorado cuando su sangre ha vertido por mi causa. Ha sido el objeto de mi vida y bajo el signo de la Cruz la he recorrido y conocido. Mi Señor Jesucristo siempre fue mi guía y destino final; quizás no lo supe ver bien. Por Su causa he desperdiciado bienes y sacrificado súbditos, sobre todo los de Castilla donde ya quedan pocos jóvenes en sus tierras, pues los envié a luchar contra el infiel e incluso contra los propios reyes cristianos. Los exprimí como a los limoneros y naranjos que rodean y embellecen este monasterio; este monasterio que preserva mi estancia donde voy al poco a morir… Tras ella, los muros de Yuste; más allá, el valle de la Vera de Plasencia, inmensa llanura de castaños, y a lo lejos la sierra de Guadalupe puerta a la dura meseta de Castilla, la flor de Europa y luego nada, nada de un Imperio… el sueño se desvanece como la noche al apuntar el alba. Las naciones luchan entre sí por sus creencias religiosas, pero todavía pienso serán peor los tiempos que se avecinan y los que mi hijo Felipe tendrá que afrontar. Veo luchas por doquier y cabalgar a los cuatro jinetes del apocalipsis por todos los espacios de mi propio Imperio. ¡Todo lo que quise evitar se ha desvanecido como un sueño! ¡Qué poco me duró! ¡Ay, Lutero! ¡Cuánto has frustrado mis designios! y todavía peor, ¡los de Dios nuestro Señor, pues para mayor desdicha de este mundo te has ido con tus herejías a Su excelso juicio y no me diste más tiempo de tenerte como enemigo! ¡Si estuvieras vivo aún podría llamarte y debatir contigo tus abominables herejías; tendría un enemigo mortal a quien hacer frente!; un enemigo con quien luchar y convencerle de que renunciara a su abominación y me ayudara a unir de nuevo a Europa bajo el dogma de la Iglesia de Roma. Se podría de nuevo convencer a los príncipes alemanes de su error y hacerlos venir a nuestra santa alianza. Pero no, nada ha sido posible, te has ido; has muerto para consolidar tu idea que ahora prende maliciosamente en las almas de mis propios súbditos. ¿Contra quién lucho ahora?, ¿quién es mi enemigo?...

…¡Ay, Dios Mío! No son los infieles los que perturbaron mi sueño, aunque ocupasen gran parte de mis esfuerzos; ellos, al fin y al cabo, son seres desvariados y bárbaros, desdeñosos y traicioneros que solo quieren poder y mujeres, pero otra cosa somos los cristianos. Dios es nuestro guía y debemos convertir, conforme a los dictados de nuestros doce padres apóstoles, a cuantas personas se pueda sea cual fuera su posición, y más si son mis súbditos a los que como protector de ellos me debo sin límites. Es quizás Francisco… Francisco de Valois que nunca tuvo reparo en intentar apoderarse de lo que solo era mío por disposición divina y herencia de mis ancestros. ¡Ay, rey cristiano de Francia!, ¡qué poco me conociste habiendo habido ocasiones en las que nos vimos! Pensabas que aspiraba a tus reinos y nada más lejos de mi ánimo que perturbar la justicia que Dios ha impuesto repartiendo conforme a Su sagrada voluntad las riquezas y territorios de los que tú has gozado sin darte cuenta de que yo solo defendí los míos frente a tu rencor y codicia injustificada. Nunca pensé invadir tus reinos pues no los consideraba míos, sin embargo, esa fue tu obsesión al punto de pactar con los infieles con tal de destruirme…

…Ahora en mis momentos finales me doy cuenta de cuán equivocado estuve. Lutero me despertó del sueño y me reveló sin consideración, casi diría con crueldad, lo imposible de él. No fui capaz de mantenerlo; decidí apoyarme en mi hermano Fernando y en mi hijo Felipe porque ninguno de los dos ha sido absorbido por tan vagas e inciertas esperanzas que ya se han desvanecido para mí. Serán ellos ahora los que deban penetrar y avanzar por el oscuro corredor buscando la luz que les ilumine…

…He escrito mi testamento y algunas memorias como constancia de mis actuaciones y deberes imperiales, pero poco importa eso ahora. Siento que mi amada Europa, la amante que me susurraba cada noche indicándome cómo debía arroparla y protegerla, se desliza peligrosamente en una noche de pocos claros de luz y razón y muchas oscuridades que llevará a batallas y muertes por algo que ni los propios sabrán por qué lo hacen. Cómo agradecería en estos momentos de iniciar mi último viaje que pudiera estar mi inteligente consejero Erasmus de Rotterdam o fuera el propio Tomás Moro el que me leyera con mayor detenimiento su «Utopía», aunque quizás llegase a la conclusión de la ilógica de la propia historia, cuyos acontecimientos y sucesos se deben a las sinrazones de los hombres que mediante sus perfidias se empeñan en distorsionar su propia naturaleza, al contrario de los acontecimientos naturales que siguen su curso y un orden indefectible…

…El sueño me va embargando y Europa se aleja de mí; apenas recuerdo el perfil de sus fronteras ni las lenguas de sus ciudadanos. Oigo en la lejanía a mi muy fiel y amigo el duque de Alba establecer no sé qué disposiciones y asegurar no sé qué cosas… pero las palabras se alejan de mí y me resultan como un lejano eco que percibo como cánticos que elevan al cielo los monjes jerónimos que me acogen en Yuste y a los que ya apenas vislumbro desde mi lecho. Supongo, pues así se les he ordenado y prescrito, imploran a Dios para que me recoja en Su seno. Veo con claridad en mi mente el recuerdo de mi niñez, en Malinas junto a mi tía Margarita y mi esposa Isabel… Creo que vienen a recibirme y escoltarme como guardia personal para comparecer ante mi único Señor y Dueño que he tenido en la vida. Le rendiré mi espada desnuda y me inclinaré ante Él, siguiendo Su protocolo conforme se digne a dictármelo y Castilla esta vez velará mi sueño eterno sin sacrificios ni tributos. Reposaré aquí para siempre y desde la eternidad velaré por ella como agradecimiento y desagravio por los males que hubiera podido infringirla…

Iñigo Castellano Barón


[1] (Citado en El sueño de un Imperio, de este mismo autor).

[2] (Gerónimo) era hijo del emperador y de su relación de cuando estuvo en Ratisbona en 1547 con la alemana Bárbara Blomberg. Fue criado en España y es en Yuste cuando el emperador le conoció y mandó en su codicilo que fuese reconocido como miembro de la familia real. Se le cambió el nombre por el de Juan. Nunca entre ellos hablaron de su relación paterno-filial.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios