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LA ESPAÑA INCONTESTABLE

La travesía del Idus de Marzo, la expedición que supuso nuestro retorno a la Antártida

El 'Idus de marzo' en la Antártida. Sus tripulantes iniciales: Javier Babé, madrileño, capitán y armador; Santiago Martínez Cañedo, asturiano, primer oficial, armador y Capitán de la marina mercante; Fernando Cayuela, vasco, 2º oficial; Sotero Gutiérrez, montañés, jefe de máquinas, experto en regatas de altura; Elías Meana, oficial radiotelegrafista; Xurxo Gómez, nostramo; Yosu Otazua, bermeano, cocinero; Diego Garcés, madrileño, marinero; José Mª Garcés, madrileño, marinero. (Foto: Sociedad Geográfica Española).
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El "Idus de marzo" en la Antártida. Sus tripulantes iniciales: Javier Babé, madrileño, capitán y armador; Santiago Martínez Cañedo, asturiano, primer oficial, armador y Capitán de la marina mercante; Fernando Cayuela, vasco, 2º oficial; Sotero Gutiérrez, montañés, jefe de máquinas, experto en regatas de altura; Elías Meana, oficial radiotelegrafista; Xurxo Gómez, nostramo; Yosu Otazua, bermeano, cocinero; Diego Garcés, madrileño, marinero; José Mª Garcés, madrileño, marinero. (Foto: Sociedad Geográfica Española).

LA CRÍTICA, 20 AGOSTO 2022

Por Hugo Vázquez Bravo
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En 1603, el palentino Gabriel de Castilla zarpó del puerto de Valparaíso con tres naves para combatir en los mares de Chile a los corsarios holandeses, que atentaban contra sus costas y la seguridad del tráfico marítimo. Uno de sus marineros dejó escrito que esa pequeña armada alcanzó los 64 grados de latitud sur, además de haber avistado una gran cantidad de nieve. Por este hecho, el navegante español es considerado como el descubridor de la Antártida.

Pasaron los siglos y se sucedieron las expediciones de otros marinos, como la del británico James Cook, pero no será hasta el año 1959 cuando el mundo se vuelva a fijar en este continente. (...)

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En dicha fecha un total de doce países firmaron el Tratado Antártico, por el que se trataba de salvaguardar esta área de todo uso militar o económico, permitiendo únicamente la investigación científica. España se adhirió a este acuerdo posteriormente, en el año 1982, lo que la obligaba a contribuir en esta línea.

Coincidió que, por entonces, un belga nacionalizado español de nombre Guillermo Cryns estaba organizando una expedición al continente helado. Éste había fundado, además, la Asociación España en la Antártida, y a través de ella lograría que su aventura adquiriese carácter oficial, representando por tanto a nuestro país ante los ojos del mundo. Para tal propósito se puso en contacto con dos armadores, Santiago Martínez Cañedo y Javier Babé que, en esos momentos estaban construyendo en los astilleros de Navia (Asturias) un barco, aunque su fin era dar con él la vuelta al mundo. Este navío era una goleta de tres palos, 32,5 metros de eslora por 7 de manga y con capacidad para 24 tripulantes. Aquellos dos hicieron suyo el nuevo proyecto que se les planteaba, bautizaron a la nave como el Idus de Marzo y se dispusieron a salir a la mar un 15 de diciembre de 1982, desde el puerto también asturiano de Candás. Con siglos de diferencia, esto suponía la continuidad al viaje de Gabriel de Castilla y nuestra primera expedición a la Antártida como tal.

En total zarparon con el Idus de Marzo un total de 8 tripulantes con rumbo a Vigo. Escribió su capitán, el anteriormente citado Javier Babé, que su barco fue recibido “con un fuerte temporal del oeste”, y añadía con ese tono épico y despreocupado característico de los hombres que han navegado ya miles de leguas, “que por lo menos sirvió para comprobar que el barco aguantaba muy bien los malos tiempos”. Recalaron en el puerto gallego sin mayores complicaciones.

De allí partieron hacia Canarias. De las Islas Afortunadas se dirigieron hacia Senegal para, posteriormente, gozando de fuertes vientos que les permitirían navegar tan rápido como deseaban, cruzar el Atlántico y alcanzar el continente americano a través de las costas de Brasil, desde donde fueron descendiendo hacia el destino de su periplo. El frío y las aguas bravas pondrían al límite tanto al barco como a su tripulación.

La dureza del viaje no obtuvo el premio merecido pues, justo antes de alcanzar el Estrecho de Magallanes, desde España se les informó de que el programa científico en que participaban quedaba cancelado. A este contratiempo respondieron asumiendo la continuidad a título personal, pues todos se consideraban demasiado involucrados a esas alturas. En Punta Arenas (Chile) subió a bordo el responsable de la iniciativa, Guillermo Cryns, junto al resto del equipo expedicionario que habría de alcanzar la proeza, otros 10 hombres más.

A finales del mes de febrero de 1983 atracaron en Puerto Williams, la población más al sur del planeta. En su última etapa deberían cruzar el mar de Hoces, aquel donde confluyen los océanos Atlántico y Pacífico, considerado de los más peligrosos del mundo para la navegación. Estas aguas fueron fieles a su reputación. Babé declaró que allí afrontaron los momentos más delicados, teniendo que enfrentarse a vientos superiores a 80 nudos que arrastraban el navío hacia un desgraciado fin en el helado litoral. Sin embargo, el Idus de Marzo demostró ser un barco bien diseñado, así como los hombres que lo gobernaban una tripulación apta para el reto que habían asumido. Finalmente, el 4 de marzo alcanzaron su objetivo, recalando en las islas Shetland del Sur. Acababan de llegar y el paisaje ya les había cautivado. En isla Decepción pusieron pie a tierra por primera vez y comenzaron los trabajos científicos. Más adelante visitarían algunas bases pertenecientes a varias nacionalidades, donde nos trasladaron que fueron estupendamente recibidos. El 16 de marzo colocaron una placa de bronce en Caleta Visca para que fuese testigo de su aventura, y el día siguiente iniciaron su retorno a España, alcanzando el puerto de Cádiz el 9 de junio y completando una travesía que superó los 30.000 kilómetros.

Esta expedición, que arrancó como una iniciativa privada, que luego recibió el amparo público de las instituciones para luego perder dicho respaldo, ayudó no obstante a que el Gobierno tomase conciencia de las obligaciones que había contraído al rubricar el Tratado Antártico. Tras este éxito se iniciaron los trabajos para que en los años siguientes se fundasen dos bases en aquellas latitudes, las que llevan por nombre Gabriel de Castilla y Juan Carlos I. Así mismo, se proyectó la construcción de un buque específico para investigaciones científicas que recibió el nombre de Hespérides, botado en 1990 un 12 de marzo, curiosamente muy cerca del día que daba nombre al que le precedió, y que aún hoy está en activo.

Por el contrario, el Idus de Marzo, que por derecho había ingresado en el florido parnaso de buques que han contribuido a la gloria de nuestro pasado naval, sufrió una fortuna similar a la de esos navíos que, tras habernos dado tanto, quedaron en el olvido o únicamente se recuerda su nombre. Nunca me explicaré tal hecho pues, aunque exista a quien le desagrade la mar o sufra un miedo horrible a surcarla, nadie puede negar la inmensa belleza de un velero con su aparejo desplegado al viento, para mí la creación más sublime del hombre desde que abandonó las cavernas. Pequeñas herramientas con que el ser humano se ha venido enfrentando a la inmensidad de las aguas y la terrible dureza de los elementos, nada simboliza en mayor medida la lucha del hombre por domesticar su entorno y el planeta que le permite su subsistencia. Así pues, sin atender a sus méritos fue vendido y, rebautizado con el nombre de Dawn Trader (Comerciante del Alba), sigue sirviendo como embarcación turística en el puerto japonés de Shimizu.

Sueño con que el Estado, el Principado de Asturias o cualquiera de las ciudades asturianas se planteen su compra, traerlo de vuelta y que, atracado en alguno de nuestros pantalanes, quizá con algún uso similar al que se le ha destinado, pudiese seguir siendo visitado y admirado como debiera y, por supuesto, dando testimonio de lo vivido para que su tripulación obtenga igual reconocimiento.

Hugo Vázquez Bravo

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