Afganistán ya no es una prioridad para los gobiernos de Occidente, agobiados por otros conflictos como el de Ucrania y las consecuencias económicas que de él se derivan. No así para quienes seguimos sin entender cómo es posible que pudiera entregarse de nuevo el pueblo afgano a los talibanes contra los dictados de la propia Historia.
El atentado contra Salman Rushdie viene a demostrar que la amenaza integrista permanece así que pasen los años y que nuestras sociedades -cada vez más virtuales- evolucionen ilusoriamente hacia un frágil metamundo preocupado más por el bienestar de las mascotas que por quién controla el botón del "apaga y vámonos".
Con las últimas evacuaciones de ciudadanos afganos a Occidente se aleja definitivamente la esperanza de que desde allí se pueda poner freno a la oscura intransigencia medieval que, con armas y bagajes, propició su regreso la espantada occidental de hace un año.
Y como piensan algunos de estos ciudadanos evacuados con tristeza, comienza la espantosa cuenta atrás hacia un nuevo once de septiembre, como el anterior inesperado, que pondrá una vez más a Afganistán en el centro del mundo real.