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San Celedonio: ¿Qué significa mártir?

Santos Emeterio y Celedonio. (Foto: Catedral de Calahorra).
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Santos Emeterio y Celedonio. (Foto: Catedral de Calahorra).

LA CRÍTICA, 26 JUNIO 2022

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De que Calahorra ya era cristiana en el siglo IV tenemos noticia por el Peristephanon de Prudencio que, en prosa poética, relata el martirio de San Celedonio y San Emeterio, los patronos de Calahorra, los denominados por los calagurritanos, los Santos. Sin embargo, poco sabemos del martirio de Emeterio y Celedonio, por cuanto un decreto de Diocleciano, mandó destruir todas las Actas de los procesos y martirios de los cristianos, con el fin de que no quedara recuerdo y ejemplo alguno, puesto que se estaba cumpliendo, al pie de la letra, lo que ya anunció Tertuliano en el siglo II “La sangre de mártires, semilla de cristianos”. (...)

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No se conoce con seguridad el lugar donde nacieron estos santos, aunque lo más probable es que nacieran en León, si bien vivieron y se convirtieron al cristianismo, según las Actas de Tréveris, en Calahorra y allí conservaron familiares y amigos; por eso, cuando se refugiaron de las persecuciones lo hicieron en esta ciudad. Conviene señalar que de los dos mártires el más importante parece ser Emeterio. De hecho, y por ejemplo, en una de las teorías del nombre de Santander se le atribuye a este mártir, Sant Meder, como se le llamaba durante los primeros siglos.

No se sabe tampoco si fueron hermanos biológicos, porque como muy bien argumenta, quizá el biógrafo que más me ha convencido de los que he leído, Jesús Fernández Ogueta: “Esta fraternidad la hallamos en los códices y breviarios, en los autores que los consideran como hermanos de sangre. No obstante, lo obvio y lógico de esta fraternidad estriba en la identidad de lugar de nacimiento, de profesión militar y de tormentos, puesto que cristianos ambos se habían amamantado juntos en la misma cuna de la diócesis calagurritana; juntos habían compartido en la legión Romana los días felices y las fatigas de la vida militar; juntos habían sido detenidos y aherrojados a las cárceles y juntos también bajarían al arenal de Cidacos donde murieron y donde hoy se levanta la catedral”. (Jesús Fernández Ogueta, Santos Emeterio y Celedonio, mártires, Año Cristiano, Biblioteca de Autores Cristianos, 1959, p.485).

Me parece un error que determinadas legislaciones nacionales y sobre todo la ideología totalitaria del wokismo, estén reescribiendo la historia, bien ignorando una gran parte de ella, bien interpretándola y falseándola de tal manera que están segando las raíces del ser, de la identidad de los pueblos e incluso de la historia universal. Digo esto, porque Calahorra tiene una serie de hechos ejemplares, también para la generación presente. Uno de ellos ocurrió con motivo del asedio a esta ciudad, cuyos habitantes prefirieron morir de hambre y de sed antes que rendirse (de todos es conocida la Fames calagurritana). Según la tradición, cuando entraron las tropas pompeyanas se desorientaron, porque en todas las casas había fuego encendido y parecían habitadas. Las fueron destruyendo hasta que en la última casa encontraron, herida, a una sola mujer, con un cuchillo, que consiguió encender el último fuego, antes de que la mataran. Esta mujer es la Matrona que simboliza la Fames calagurritana. En todo caso la fama de los guerreros calagurritanos fue tal que el propio Augusto formó su guardia personal con soldados procedentes de Calahorra; e incluso, ya en la actualidad, en honor a esta ciudad se dio a un cráter de Marte el nombre de Calahorra. Además, en el siglo IV se designó sede episcopal a Calahorra, abarcando una enorme extensión, que duró hasta la segunda mitad del siglo XIX y que comprendía entre otras provincias, Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, por lo que la devoción a estos dos Santos se extendió por toda la sede episcopal.

No se conoce el año en que murieron Celedonio y Emeterio, pero es probable que fuera en el principio del siglo IV. De manera que como la persecución de Decio, correspondió a su edicto del año 250 y la de Valeriano, pocos años después, (253-260), su muerte se produjo, durante la última y más dura y cruel persecución de todas: la de Diocleciano. Este emperador estableció un nuevo régimen de gobierno, una tetrarquía que gobernara los inmensos territorios del Imperio romano. Es lo cierto que durante los primeros años Diocleciano no persiguió a los cristianos, pero a instancias del César Galerio, promulgó entre febrero del año 303 y marzo del 304, cuatro edictos, con objeto de terminar de una vez para siempre con el cristianismo y la Iglesia.

La noticia de dónde y cómo murieron nuestros Santos la conocemos por una de las indiscutibles glorias calagurritanas, considerado uno de los mejores poetas cristianos de la Antigüedad: Aurelio Prudencio Clemente (conocido como Prudencio). Es el autor del famoso Peristephanon (escrito, con seguridad, antes del año 401, en el que Prudencio tuvo que ir a Roma), que a lo largo de los catorce himnos que lo componen, se narra la muerte de varios mártires y entre ellos, los de san Emeterio y san Celedonio, los patronos de su Calahorra natal.

Emeterio y Celedonio, debieron destacar por su valor, ya que a ambos les concedieron e impusieron el torques. Sin embargo, al confesarse cristianos, fueron encarcelados y poetiza Prudencio: “El ceñudo tirano urgía con la espada la libre creencia que, manteniéndose íntegra con el amor de Cristo, solicitaba a los azotes, las segures y las uñas de doble gancho. La cárcel oprime con duras cadenas los cuellos amarrados, el verdugo atormenta por toda la plaza, la acusación corre como si fuera verdad, la voz verídica se condena… Entonces se enardece en los corazones amados de los dos hermanos, a quienes había unido siempre la comunión de la misma Fe: están dispuestos a sufrir cuanto su última suerte les depare”. (Peristephanon hym.l, vv.43-54). Los futuros san Emeterio y san Celedonio fueron finalmente decapitados. Sus cabezas, metidas en un cesto, arrojadas al río y según la leyenda el cesto surcó las aguas contracorriente y subió río arriba.

Termino poniendo de relieve el acierto del edicto de Diocleciano, para su propósito de hacer desaparecer el cristianismo y los cristianos, ordenando la destrucción absoluta de todas las Actas y documentos relacionados con los procesos de los mártires, dado el ejemplo que suponían para el pueblo y que ya Prudencio lo manifiesta en su Peristephanon y con un sentido más teológico y espiritual lo expresa Benedicto XVI:

“¿En qué se basa el martirio? La respuesta es simple: en la muerte de Jesús, en su sacrificio supremo de amor, consumado en la Cruz para que pudiéramos tener la vida (cf Jn 10,10). Cristo es el siervo sufridor del que habla el profeta Isaías (cf Is 52, 13-15), que se ha dado a sí mismo en rescate por muchos (cf Mt 20,28). Él exhorta a sus discípulos, a cada uno de nosotros, a tomar cada día la propia cruz y seguirle en el camino del amor total a Dios Padre y a la humanidad… Es la lógica del grano de trigo que muere para germinar y llevar vida (cf Jn 12,24). Jesús mismo es el grano de trigo venido de Dios, el grano de trigo divino, que se deja caer en la tierra, que se deja quebrar, romper en la muerte y, precisamente a través de ello, se abre y puede llevar fruto a la inmensidad del mundo” (Benedicto XVI, Visita a la Iglesia luterana de Roma [14 de marzo de 2010]. “El mártir sigue al Señor hasta el fondo, aceptando libremente morir por la salvación del mundo, en una prueba suprema de fe y de amor (cf Lumen Gentium, 42)… Una vez más, ¿de dónde nace la fuerza para afrontar el martirio? De la profunda e íntima unión con Cristo, porque el martirio y la vocación al martirio no son el resultado de un esfuerzo humano, sino la respuesta a una iniciativa y a una llamada de Dios, son un don de Su gracia, que hace capaces de ofrecer la propia vida por amor a Cristo y a la Iglesia, y así al mundo. Si leemos las vidas de los mártires, quedamos estupefactos por la serenidad y el coraje al afrontar el sufrimiento y la muerte: el poder de Dios se manifiesta plenamente en la debilidad, en la pobreza de quien se confía a Él y pone sólo en Él la propia esperanza (cf 2Cor 12,9). Pero es importante destacar que la gracia de Dios no suprime o sofoca la libertad de quien afronta el martirio, sino que al contrario la mejora y la exalta: el mártir es una persona sumamente libre, libre frente al poder, al mundo; una persona libre, que en un único acto definitivo da a Dios toda su vida, y en un supremo acto de fe, de esperanza y de caridad, se abandona en las manos de su Creador y Redentor; sacrifica su propia vida para ser asociado totalmente al Sacrificio de Cristo en la Cruz. En una palabra, el martirio es un gran acto de amor en respuesta al inmenso amor de Dios… En el martirio se da testimonio de la fe en Cristo, porque se está dispuesto a morir antes que abandonar la fe en tiempos de persecución. Si bien, el martirio es un don que Dios concede a algunas personas, todos los cristianos estamos llamados a confesar a Cristo ante el mundo”. (Benedicto XVI: El martirio, forma de amor total a Dios, Audiencia general del 17 de agosto de 2010).

Pilar Riestra

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