Pero los votos -por supuesto que dentro de la democracia incluso con sus imperfecciones- tienen magia y los votantes lo saben. Magia propia. Que tanto valen si se lanzan a la cara como bofetadas o se introducen tímidamente en la urna enmascarados en sobres íntimos y esperanzadores, aunque no sean verdes. No es serio presentar tantas realidades diferentes como opciones políticas en liza porque, realidad, realidad... solo puede haber una. Y los votantes, como es lógico, lo saben. ¿Pero qué realidad es esa? La de verdad. ¡Ah! Esa es otra historia y cada votante finalmente elegirá aquella que se aproxime más a la suya propia. La que sus circunstancias, sus conocimientos, sus sueños, sus principios y su experiencia le indiquen...
El problema lo tiene el votante al darse cuenta de que las opciones que ofrecen los políticos rara vez están en sintonía con su realidad y aun así tienen que elegir. Solucionar ese problema es su auténtico reto y ahí no hay nadie para echarle una mano. ¡Y mejor que no lo haya! Aunque esto sea una utopía porque la "circunstancia electoral" es la inversa...
Así que la única opción satisfactoria que tiene el votante en democracia es convencerse de la magia de su voto y dejar que este juegue su papel, solitario, uno a uno, desde la urna encantada porque no tiene otra salida al mundo en nuestro mundo civilizado, y de este modo, aunque no sea más que un pequeño triunfo, podrán tapar la boca de tanto fanfarrón y fanfarrona sueltos y con ansias de devorar tajadas suculentas del poder.
Eso sí, tenga en cuenta que su voto en forma de euro irá a parar a la bolsa del que lo reciba. ¿O pensaba que encima le iban a pagar a usted?