La legislatura se acabó y sigue el festival electoral en un año sin tregua y plagado de sobresaltos.
A los españoles nos quedan unas cuantas semanas para ir asimilando que la cosa política ha cambiado y mucho. Los cuatro jinetes preparan sus monturas para una carrera con final imprevisible el próximo 20 de diciembre.Todos salen a ganar aunque todos saben que lo tienen muy difícil. Mariano Rajoy no se rinde y junto a Pedro Sánchez hará todo lo posible para que los recién llegados no terminen ocupando el sillón de la Moncloa, desde hace décadas coto privado de sus dos partidos.
Mariano Rajoy en su balance de la legislatura afirma sentirse orgulloso de haber gobernado un gran país, y tiene razón. Que su mayor quebradero de cabeza ha sido la cuestión del independentismo catalán, y tiene razón. Pero lo ha toreado como ha podido y la sensación general es que más mal que bien, habiéndole faltado para unos firmeza y lo contrario para otros. Solo cuenta el resultado final, que es el que es y que lo define el ¡Viva la república catalana! de hoy mismo en boca de la presidenta del parlamento catalán. Que ha cambiado la situación económica a mejor, y tiene razón. Pero no ha bastado. El lastre de la corrupción ha podido más que sus importantes logros al haber alcanzado al corazón mismo del Partido Popular y a muchas de sus figuras emblemáticas. En el camino ha dejado muchos corazones rotos y muchas promesas incumplidas, no solo en lo económico, comprensible por la situación heredada.
A Pedro Sánchez le falta autoridad moral para transmitir ilusión, esperanza y, menos, regeneración. Viene de la nada y trae lo de siempre: el poder a toda costa, aunque el coste sea la desestabilización permanente y la corrupción, también, permanente y enquistada. Las soflamas parece que ya no bastan y los votos, uno a uno, se alejan buscando nuevos horizontes sin saber muy bien a dónde van.
Iglesias y Rivera son la consecuencia de los errores y la prepotencia de populares y socialistas a lo largo de los años, acrecentados por las dificultades y el desencanto de los últimos tiempos, tan difíciles para la mayoría. Si en un principio representaban el descontento más o menos ruidoso y minoritario, hoy, para muchos, son una realidad que puede cambiar, por fin, las cosas. Quizá sea una entelequia pero ha calado en nuestra sociedad y hoy parten con posibilidades reales en la misma línea de salida que populares y socialistas. Claro que las cosas se pueden cambiar para bien o para mal. Y eso, señores, está por ver.