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Fátima: ¿Valor infinito de nuestra libertad?

Los pastorcillos Jacinta, Francisco y Lucía. (Foto: https://alfayomega.es/ CNS).
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Los pastorcillos Jacinta, Francisco y Lucía. (Foto: https://alfayomega.es/ CNS).

LA CRÍTICA, 23 ABRIL 2022

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Las apariciones de la Virgen en Fátima, han tenido repercusiones en el mundo en general y en Rusia y Portugal en particular. Pero la necesaria brevedad de un artículo de periódico, obliga a centrarse únicamente en Portugal. En Portugal, el 5 de octubre de 1910, los masones, «cuyas dos vedettes eran Magalhães Lima y Alfonso Costa, logran derribar la monarquía e inmediatamente permiten que se cometan las peores violencias contra la Iglesia y los católicos, hasta el asesinato. (…)

… Este estado de cosas había de durar hasta 1917. Costa Borrochado ha detallado el enorme número de saqueos de iglesias y capillas que se cometieron durante este último año… incluyendo, casi siempre, la profanación de las Sagradas Formas, y ello, al menos en Lisboa, bajo la benévola mirada de la policía y del Gobierno». (C. Barthas, La Virgen de Fátima, Ed. Rialp, 1981, p.147).

Entre tanto, en 1911, había aparecido el decreto llamado “Ley de Separación”. Había sido precedido de un Congreso de librepensadores en el que Alfonso Costa proclamó que el pueblo portugués estaba admirablemente preparado, para que «en dos generaciones el catolicismo fuera completamente eliminado de Portugal» (declaraciones del 26 de marzo). De hecho, el Gobierno aspiraba a que en ese plazo Lisboa fuera la capital del ateísmo.

El cambio de esta situación empezó, probablemente, durante la primavera de 1916 en una minúscula aldea de 20 casas, llamada Aljustrel, que se encuentra a pocos centenares de metros del pueblo de Fátima, casi en el centro geográfico de Portugal.

En Aljustrel vivieron los tres pastores protagonistas de esta historia: Lucia (no Lucía) de nueve años y sus primos Francisco y Jacinta de ocho y seis años respectivamente (todos los párrafos entrecomillados corresponden al extenso escrito que redactó una de las videntes, Lucia, sobre las apariciones del Ángel y de la Virgen).

«No puedo precisar las fechas con certeza porque en aquel tiempo no sabía contar aún los años, ni los meses ni siquiera los días de la semana. Me parece, sin embargo, que debía ser en la primavera de 1916 cuando el Ángel se nos apareció por primera vez (se les apareció tres veces), en nuestra Loça de Cabezo. Ya dije en el escrito sobre Jacinta, como subimos la pendiente en busca de un abrigo, y como fue, después de merendar y rezar, que comenzamos viendo a cierta distancia, sobre los árboles que se extendían en dirección al saliente, una luz más blanca que la nieve, en forma de un joven transparente, más brillante que un cristal atravesado por los rayos del sol. A medida que se aproximaba, íbamos distinguiéndole las facciones… No decíamos palabra.»

El Ángel les exhortó, en esta primera aparición, a que rezaran a los corazones de Jesús y María; en la segunda, que aceptaran los sufrimientos que les sobrevinieran; y en la tercera, que pidieran por los pecadores. Así, las apariciones del Ángel enseñaron a los tres pastores a rezar por los que no rezan, a sacrificarse y reparar por los pecadores y a amar por los que no aman o incluso odian; en este sentido, los prepararon para el mensaje de la Virgen y las revelaciones posteriores.

La primera aparición acaeció el 13 de mayo de 1917 y lo cuenta Lucia como sigue:

«Estando jugando con Jacinta y Francisco en lo alto de la pendiente de, de Cova da Iria, haciendo una pared alrededor de una mata, vimos de repente algo como un relámpago. ‘Es mejor que nos vayamos a casa- dije a mis primos-, está haciendo relámpagos; puede haber tormenta’. –‘Pues, sí’. Y comenzamos a bajar la cuesta, llevando las ovejas en dirección de la carretera. Al llegar poco más o menos a la mitad de la pendiente, muy cerca de una encina grande que allí había, vimos otro relámpago, y habiendo dado algunos pasos adelante vimos sobre una encina a una Señora, vestida toda de blanco, más brillante que el sol, esparciendo luz más clara e intensa que un vaso de cristal lleno de agua cristalina, atravesado por los rayos del sol más ardiente. Nos paramos sorprendidos por la Aparición. Estuvimos tan cerca que nos quedamos dentro de la luz que la cercaba o que Ella esparcía. Tal vez a metro y medio de distancia, más o menos. Entonces la Señora nos dijo: ‘No tengáis miedo no os hago mal’-¿De dónde es usted?- le pregunté. ‘Soy del cielo’ - ¿Y qué es lo que usted me quiere? ‘Vengo a pediros que vengáis aquí seis meses seguidos, el día 13, a esta misma hora. Después os diré quién soy y qué quiero. Después volveré aquí todavía una séptima vez».

Nada más terminar esta frase Lucia preguntó a la Aparición si ella y sus dos primos irían al Cielo. Y la Señora respondió que sí y que sus dos primos irían al Cielo enseguida (fallecieron los dos, poco más de un año después y están canonizados), pero que ella debía permanecer en la tierra más tiempo (así ha ocurrido, ha muerto con cerca de 100 años). Y después la Señora añadió: Rezad el rosario todos los días para alcanzar la paz en el mundo y el fin de la guerra. Enseguida comenzó a elevarse serenamente subiendo en dirección al saliente hasta desaparecer.

Pero esta vez, Jacinta, la pastora más pequeña de los tres, contó en casa la Aparición. La noticia se extendió por todo el pueblo. Y comenzó un calvario para las tres niñas. Incluso el párroco, en el interrogatorio a que sometió a los niños con motivo de las apariciones, introdujo en el corazón de Lucia, que sólo contaba 10 años, la duda de si se trataba de una sugestión diabólica, o lo que es lo mismo, que el que en realidad se les aparecía era el demonio. Lucia, según propio testimonio, sufrió horriblemente.

No obstante, los tres pastorcitos siguieron yendo y en la tercera aparición: “El pueblo en masa nos esperaba por los caminos. Con esfuerzo conseguimos llegar allá”. (En esta aparición se inserta el llamado “Secreto de Fátima”, que se dio a conocer el año 2000, que interpretó, con gran rigor y profundidad, el entonces cardenal Ratzinger y en el que predice el atentado con arma de fuego, que casi ocasionó la muerte al “Obispo vestido de blanco”, (“que tuvimos el presentimiento que era el Santo Padre”), actualmente San Juan Pablo II.

En la sexta aparición, en Aljustrel, no había sólo expectación. Los vecinos amenazaban a los niños: “¡ay de vosotros si no hay milagro!”. Unos aconsejaban a los padres que huyeran; otros, que no acompañasen a sus hijos: cómo eran pequeños no les harían nada, ¡pero a ellos…!

Pero como los niños habían anunciado el mes, el día y la hora en que iba a haber un milagro que haría que todos creyesen y ello apareció publicado en toda la prensa, desde la víspera del día 13 una ingente multitud marchaba aquella noche, bajo la lluvia, por todos los caminos que iban hacia Fátima. Marchaban cantando y rezando, riendo o silenciosos, empapados sus vestidos, pero sin detenerse; soldados con bayonetas caladas intentaron rechazarlos, pero si lo conseguían por un lado, por otro continuaban avanzando (como afirmaba un testigo presencial, “no hubiera habido poder humano capaz de contener aquellas decenas y decenas de miles de peregrinos, que se congregaron alrededor de una carrasca de un metro en Cova da Iria, para acudir a la cita con su Señora”). No faltaron tampoco testigos excepcionales: periodistas y militantes de izquierdas que fueron a levantar acta de aquella “gigantesca impostura y superchería reaccionaria”. Se calcula que asistieron un mínimo de 70.000 personas. He aquí cómo lo cuenta Lucia:

«Salimos de casa bastante temprano, contando con las demoras del camino. Había masas de gente. Una lluvia torrencial. Mi madre, temiendo que aquel fuera el último día de mi vida, con el corazón partido por la incertidumbre de lo que iba suceder, quiso acompañarme. Por el camino las escenas del mes pasado, más numerosas y conmovedoras… Llegados a Cova da Iria, junto a la encina, llevada por un movimiento interior, pedí a la gente que cerrase los paraguas para rezar en Rosario. Poco después vimos el reflejo de la luz y enseguida a la Señora sobre la encina.»

En la sexta aparición la Señora comunicó, ente otras muchas cosas, algunas proféticas –que se han cumplido tal y como las predijo–. Finalmente dijo: “Soy la Virgen del Rosario… Y tomando un aspecto muy triste añadió: que no ofendan más a Dios nuestro Señor que está ya demasiado ofendido. Y abriendo las manos las hizo reflejarse en el sol y mientras se elevaba, continuaba el reflejo de su propia luz proyectándose en el sol”. Entonces Lucia, sin darse cuenta, exclamó: “Mirad al sol”. Todos miraron. “De pronto cesó la lluvia y las nubes, negras desde la mañana, se disiparon. El sol apareció en el cenit como un disco de plata que podían mirar los ojos sin deslumbrarse. Alrededor del disco mate se distingue una brillante corona. De pronto, se pone a temblar, a sacudirse con bruscos movimientos, y, finalmente, da vueltas sobre sí como una rueda de fuego, proyectando en todas direcciones unos haces de luz cuyo color cambia muchas veces. El firmamento, la tierra, los árboles, las rocas, el grupo de videntes y la inmensa multitud aparecen sucesivamente teñidos de amarillo, verde, rojo, azul, morado… ¡Esto durante dos o tres minutos!

El sol se detiene unos instantes. Luego vuelve a emprender su danza de luz de una manera aún más resplandeciente.

Se detiene de nuevo para volver a comenzar una tercera vez, más variado, más colorido, más brillante aún, este fuego de artificio tan fantástico como ningún artista humano hubiese podido imaginar. En un mismo instante, todos cuanto forman la multitud, todos sin excepción, tienen la sensación de que el sol se desprende del firmamento y zigzagueando, parece precipitarse sobre ellos irradiando un color cada vez más intenso. Un clamor o más bien diversas exclamaciones, indican las varias disposiciones de las almas: “¡Milagro! ¡Milagro!”, Gritan unos… “¡Creo en Dios!”, pronuncian otros… ¡Dios te salve, María!”, exclaman estos… “¡Dios mío, misericordia!”, imploran los más… Y enseguida, este último grito es el que predomina… Entonces el sol, deteniéndose súbitamente en su vertiginosa caída, remonta otra vez, y zigzagueando, tal como había bajado, poco a poco vuelve a tomar su normal esplendor en medio de un cielo limpio. La muchedumbre, después de haberse levantado, se da cuenta de que sus vestidos que estaban empapados, se encuentran completamente secos.

La rotación del sol con los intervalos, duró 10 minutos. Fue observada por todos los presentes sin excepción: creyentes, incrédulos, campesinos, ciudadanos, hombres de ciencia, periodistas”. Este hecho extraordinario desde luego “no fue un fenómeno cósmico, no se puede decir que consistiese en el movimiento real del sol: además de haberse visto en toda la tierra y registrado en los en los observatorios astronómicos, habría sido un cataclismo planetario. Se trató de un fenómeno visual, probablemente producido no en los ojos de los espectadores, sino en el aire, y por eso visto igualmente por todos, creyentes e incrédulos. Atribuirlo a una sugestión colectiva es insostenible: ¿Quién inducía a la sugestión en una muchedumbre que no tenía ni idea de lo que podía suceder? ¿Quién decía: “Mirad, ahora el sol gira, ahora está verde, azul… Ahora viene hacia nosotros?” Además imposible sugestionar a un mínimo de 70.000 personas y de otras muchas en un radio de 40 km de distancia. En toda la historia es el primer milagro anunciado con día y hora -anuncio que apareció en toda la prensa- y precisamente para probar un hecho sobrenatural: las apariciones que unos niños decían tener”. (J. L. De Urrutia, Fátima, Secretariado Reina del Cielo, 1968).

Una de las cosas que más impresionaron a los niños, es que aún cuando aquella Señora tenía un poder inmenso, no obstante rogaba, por favor, que se dejara de ofender a Dios. La ofensa a Dios, el pecado, para serlo debe ser cometido desde la libertad que, en consecuencia, tiene la posibilidad de “ofender”, a Dios, al Ser infinito. Por consiguiente, nuestra libertad tiene una proyección, un algo de infinito, que necesariamente trasciende esta vida.

Pilar Riestra

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