... Personas tocadas de una gracia especial que llegan a abandonar su propia naturaleza para mimetizarse con su espíritu que les sobrepasa para confundirse con el amor divino. Muchos y grandes místicos ha habido en la historia humana, como recientemente el caso que hoy nos ocupa y que en esta sección de la España Incontestable he querido dar muestra de ello. San Rafael Arnaiz y Barón nació en Burgos el 9 de abril de 1911. Fue un joven estudiante de arquitectura que como tantos jóvenes diseñaba su vida a través de una prometedora profesión, aunque eran malos tiempos los que corrían en aquella época de la Segunda República. Le gustaba divertirse como a cualquiera y acoplarse a las comodidades que su familia podía ofrecerle. Profesaba un especial amor por el dibujo y un sincero cariño por sus tíos, los duques de Maqueda, a los que visitaba con frecuencia cuando éstos con sus cinco hijos pasaban largas estancias en «Pedrosillo», finca situada en las cercanías de Ávila. Esos tiempos le servían para relajarse del ajetreo de la ciudad y mantener largas conversaciones con el duque dotado como su mujer de una gran espiritualidad.
En un verano, Rafael Arnaiz, ya avanzado en sus estudios universitarios, fue invitado por su tío el duque Leopoldo Barón (Polín) a visitar a su amigo el padre Armando Regolf, encargado de los ejercitantes de La Trapa de San Isidro de Dueñas (Palencia), siendo aquella ocasión la que sirviera para que el joven Rafael y de manera muy especial, se interesase por la vida monástica que pudo observar en su primera visita. Desde aquella vez, las visitas a La Trapa se hicieron más frecuentes. Rafael cumplió con sus obligaciones militares alistándose para el servicio militar en un regimiento del cuerpo de Ingenieros y Zapadores siendo el año de 1933, pero no por ello abandonó la idea que desde un tiempo y con intensidad creciente venía rondándole por ingresar en La Trapa. Pasaron los meses hasta que finalizó su reemplazo. Desde ese momento, Rafael reanudó las visitas a sus tíos a «Pedrosillo» e intensificó una frecuente correspondencia epistolar con ellos, donde abarcaba temas del ámbito familiar como espiritual, pues ya el alma del joven Rafael iba prendiéndose del amor divino y una gran inquietud le embargaba, encontrando en ello una gran comprensión en sus tíos los duques de Maqueda que desde su ámbito social se dedicaban plenamente a prácticas piadosas y caritativas.
Mantenía un continuo y ferviente deseo de visitar La Trapa y oír los salmos que el Cister sabe regalar a los que le escuchan. Cada vez más fuerte era su deseo de incorporarse al monasterio hasta que decidió formalmente ingresar como monje en la orden cisterciense para lo que envió una carta pidiendo su ingreso haciéndoselo saber al padre Abad, hecho que sucedió al inicio de 1934.
No fue un camino fácil su entrada en el Cister como tampoco sus diferentes estancias en el mismo, pues hubo de salir por tres veces del monasterio debido a sus problemas de salud. Fue en un día cualquiera cuando Rafael vio mermadas muchas de sus capacidades, sufriendo en determinadas épocas fuertes dolores que le incapacitaban con frecuencia para sus disponibilidades y tareas que debía cumplir. Al poco de su entrada en La Trapa supo que sufría diabetes en un grado importante. Sin embargo la mente de Rafael no estaba en esos padecimientos que le obligaban a abandonar el monasterio para su recuperación. No obstante, ya fuera del claustro, el empeño y amor a Dios que su alma iba desarrollando le hacía insistir en regresar a «su Trapa», al punto de que no le importaba servir como oblato a sus hermanos aunque no pudiera profesar como monje con tal de estar cerca del Sagrario para que nada perturbara su relación con Dios. Sus oraciones personales ante el Santísimo Sacramento le sumían más intensamente en su vocación a la que nunca renunciaría. Otras dos veces hubo de salir de La Trapa por razones de su salud, pero también estas ocasiones sirvieron para confirmar su decidida vocación por el Cister.
Recordemos que Rafael ingresó para monje corista y su carácter distendido, alegre, sencillo le hizo ver la vida monástica con verdadera alegría a pesar de sus penalidades y dolores que no manifestaba y le obligaba a esforzarse con verdadero sacrificio en el silencio que ofrecía como alabanza a Dios. En una primera etapa de su camino espiritual, la oración y el cumplimiento de sus tareas más sencillas como oblato, pues ya tenía claro que por sus limitaciones no podría tomar los hábitos como monje, fueron sus principales motivaciones que le llevaron a entregar su alma y mente que llenaba con una íntima conexión con Dios y la Virgen María. Y aunque las salidas mencionadas del monasterio le desesperaban, imploraba volver a La Trapa, pues el mundo no era para él dado que nada le atraía que no fuera la oración y el amor a Dios. El Hermano Rafael como así le llamaban, regresaba cada vez a la vida monástica a sabiendas que su vuelta era volver al sufrimiento y al silencio, cuando no a veces a la incomprensión de sus propios hermanos de Orden que entendían que mejor estaría al cuidado de su familia que a veces en la enfermería del monasterio o en las largas horas de maitines. Pero como en numerosas cartas por él escritas a su madre, hermano, y a sus tíos los duques de Maqueda, así como muchos testimonios de cuantos le conocieron, dieron cuenta de que La Trapa había pasado de ser el lugar de oración y alabanza a Dios para convertirse en el lugar en el que podría además aproximarse al sufrimiento de Cristo, padeciendo aquella vida monástica y ciertamente austera mediante su cuerpo enfermo cada vez más incapacitado por la diabetes. Aquello fue una evolución en su espiritualidad. La Virgen María y la Cruz, es decir, el sufrimiento con Cristo, se convirtió en el eje de su entrega al amor de Dios y ¡qué mejor que el monasterio frente a las comodidades de su casa familiar! Quería ser trapense, pero ya que no podía, al menos ser oblato: ¡qué más da! ¡Solo Dios basta! En su tercero y último regreso atisbaba ya el final de su vida (27 años) y el domingo de Resurrección, Félix Alonso, el abad, le impuso simbólicamente el escapulario negro y la cogulla trapense, cumpliendo su deseo de poder morir con ella. Un coma diabético acabó finalmente con su vida el 26 de abril de 1938. Fue sepultado inicialmente en el cementerio del monasterio, pero el 13 de noviembre de 1972 sus restos fueron trasladados a la iglesia abacial del mismo.
No fue necesario para Rafael tomar los venerables hábitos blancos del trapense y la cogulla, tan solo le bastó orar con los hermanos y venerar el Sagrario tan amado. Como tan explicativamente publicó Monseñor J. Antonio Martínez-Camino en su libro Ejercicios Espirituales con el Hermano Rafael. En éste se encontraba la «teología del ¡qué más da!» un pensamiento que proclama en su fondo: ¡solo Dios basta!, siendo irrelevante cualquier otra cosa, padecimiento, inquietud, circunstancia adversa, etc. «¿Qué más da la salud o la enfermedad, la pobreza o la riqueza, qué más da ser trapense o militar, qué más da vivir o morir…?». Fue este el eje de su pensamiento místico y la línea de conducta que le conduciría durante los pocos años que pudo gozar de La Trapa hasta su temprana muerte.
Eso fue el plan de Dios… En su celda y en lo más álgido de su enfermedad, entregó su alma a Dios que le premió llevándosela por no anhelar otra cosa que reunirse con su Creador. Sublime en lo espiritual, fue canonizado el 11 de octubre de 2009 en la Basílica Vaticana y en donde con gran emoción asistimos la familia. No quiero dejar pasar un especial recuerdo a la importancia que Dios quiso que tuvieran mis abuelos Maqueda en el camino de santidad de aquella alma buena especialmente tocada por Dios, en cuanto que supieron encaminar a su sobrino desde la espiritualidad de la que ellos mismos gozaban y con quien a lo largo de toda su vida mantuvieron una rica correspondencia en la que Dios y la Virgen María fueron sus protagonistas.
Iñigo Castellano y Barón