El intento de hacer saltar por los aires el orden constitucional para construir una España radicalmente distinta, nos acerca a nuevas formas de fascismo y nazismo que creíamos desterradas para siempre.
La política española de los últimos 38 años ha girado en torno al Partido Socialista Obrero Español y al Partido Popular, junto a las formaciones nacionalistas. En el poder o en la oposición, estos grandes partidos han logrado la estabilidad del sistema democrático y constitucional y el Estado de Derecho que define nuestro actual sistema político.
Estabilidad que, con sus luces y sus sombras, nos ha permitido disfrutar de una larga etapa de convivencia, de prosperidad y desarrollo como jamás había sucedido en España.
Nuestra capacidad de esfuerzo y sacrificio ha dado lugar a un país moderno con una sociedad abierta y plural, integrada en las democracias occidentales. Todo este gran patrimonio ha generado confianza en el futuro y ha permitido alcanzar importantes objetivos en consonancia con una potencia media como España.
Así ha funcionado un sistema político que se enfrenta al mayor nivel de corrupción que se recuerda y a la que han sucumbido una parte de los políticos y singularmente los responsables de los gobiernos de la Nación, de las comunidades autónomas, de las diputaciones y de los ayuntamientos.
La corrupción ha generado tal inestabilidad que hace peligrar todo lo logrado por más que los partidos directamente relacionados con esta lacra traten de minimizar el impacto económico, social y político de una situación que claramente se ha desbordado.
A todo ello se suman las consecuencias de una crisis que ha arrojado a la más absoluta pobreza a miles y miles de españoles sin más amparo que la familia y las organizaciones sociales.
En este ambiente decrépito de fin de una época, asistimos perplejos a la irrupción de grupos y partidos, hasta ahora minoritarios o inexistentes, con la clara vocación de hacer saltar por los aires la España constitucional y la monarquía.
Quieren construir, según afirman sus líderes, una España radicalmente distinta y en esa tarea no dudan emplear, y así lo anuncian algunos de ellos, métodos revolucionarios entre los que destaca la desobediencia civil a las leyes, tribunales y poderes públicos.
Se trata de la erupción de los nacionalismos y populismos que ya creímos alejados de este solar para siempre. Parecen emular el ambiente del siglo XIX con los resultados tristemente padecidos en el siglo XX en aquella Europa agitada por las convulsiones sociales de signo nacionalista.
Convulsiones que finalmente desembocaron en el nazismo y el fascismo que arrasó las ciudades, pueblos y campos de Europa y también de España.
Fue la Europa de Adolf Hitler, de Benito Mussolini y de Joseph Stalin, los más conspicuos ejemplos de nacionalismo y populismo trasladados a unos idearios políticos que dejaron millones de muertos y otros millones de oprimidos.
Puede que haya otra explicación para entender a los partidos situados al extremo de una izquierda irredenta que se estrena en las agitadas aguas de la política española. Puede que lo que leemos y escuchamos tenga intenciones ocultas o sea un señuelo publicitario para hacerse notar.
Pero lo cierto es que inquietan los pronósticos sobre un futuro inmediato que anuncia tiempos revueltos ante la intención de algunos de reescribir lo que ya forma parte de la historia y que para otros representa un claro retroceso.
En Europa, la democracia sin complejos dispone de los instrumentos legítimos para preservar el bien social y el orden constitucional. Y en España algunos partidos atentan directamente contra el orden constitucional.
Puede que seamos el país más democrático de Europa, los más acomplejados o los más idiotas. En breve lo sabremos.