... «No es menos clara ni milagrosa la segunda imagen de los libros (la primera era los conventos fundados); en los cuales, sin duda, quiso el Espíritu Santo que la Madre Teresa fuese un ejemplo extraordinario (rarísimo). Porque en la alteza de las cosas que trata y en la delicadeza y claridad con que las trata excede a muchos ingenios; y en la forma de decir y en la pureza y facilidad de estilo y elegancia y compostura de las palabras, y en una elegancia desafeitada que deleita en extremo, dudo yo que haya en nuestra lengua escritura que con ella se iguale.»
Aquí podemos encontrar cómo Luis de León da un valor a la escritura teresiana partiendo de la unidad esencial entre materia y forma literarias sin romper la unidad esencial que existe entre ellas. Lo que escribe Santa Teresa de los pormenores de su vida forman una unidad esencial con sus experiencias místicas y estas sólo pueden narrar o describir como ella lo cuenta.
Para analizar la singularidad de la escritura teresiana debemos tener en cuenta su formación (teológica) espiritual y su formación literaria. Teresa se lamenta con frecuencia de sus carencias literarias y teológicas regladas. Salvo honrosas excepciones como Beatriz Galindo, las mujeres de su tiempo no cursaban ningún tipo de estudio reglado. Por eso escribe: «las mujeres no tenemos letras» (estudios) o «como no tengo letras, mi torpeza, no sabe decir nada». Sin embargo esta carencia de letras filosóficas y teológicas la suplió con creces de la única manera que podía como mujer y religiosa: en la dirección espiritual y confesionario con los más cualificados teólogos de su tiempo. Ella no ocultaba nada a sus confesores y nada ejecutaba sin el consejo de grandes letrados. Este trato directo o indirecto con grandes teólogos y/o experimentados directores espirituales supuso para ella un auténtico aprendizaje basado en la comunicación oral directa que sustituía a los libros, poco asequibles con frecuencia por su elevado tono magisterial y abstracto.
Otra forma de aprendizaje fue la predicación de la que Santa Teresa gustaba mucho, especialmente cuando el predicador se servía de la retórica de la persuasión no con estilo sublime, sino con el llano, más asequible según los preceptistas para acomodarse a las personas sencillas. La lectura de libros espirituales como el Tercer Abecedario del franciscano Osuna, le sirvió de buen ejemplo para adentrarse y comprender los rudimentos de la práctica de la oración mental, de la que llegó a ser la Maestra insuperable con su famosa definición: «no es otra cosa oración a mi parecer sino estar muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama».
Lecturas de Santa Teresa. La Doctora mística fue siempre desde la más tierna infancia una entusiasta lectora. En el libro de la Vida nos cuenta: «cómo en casa su padre era aficionado a leer buenos libros y así los tenía de romance para que leyesen sus hijos». Y cómo con su hermano Rodrigo compañero de lecturas y aventuras se recogían a leer las vidas de los santos: «Tenía uno casi de mi edad, juntábamonos entrambos a leer vidas de Santos (que era al que yo más quería, aunque a todos tenía gran amor y ellos a mí)».
En su adolescencia se enfrascó en la lecturas de los libros de caballerías junto con su madre de quien dice:
«Era aficionada a libros de caballerías (…) de esto le pesaba mucho a mi padre que se había de tener aviso a que no lo viese. Yo comencé a quedarme en costumbre de leerlos; y aquella pequeña falta que veía en mi madre, me comenzó a enfriar los deseos y comenzar a faltar en los demás; y parecíame no era tan malo, con gastar muchas horas del día y de la noche en tan vano ejercicio aunque a escondidas de mi padre. Era tan en extremo lo que en esto me embebía que, si no tenía libro nuevo no me parece que tenía contento».
En los duros momentos de su juventud y enferma leyó el famoso tratado de San Gregorio Magno, Las Morales, pues afirma: «mucho me aprovechó haber leído la historia de Job en las Morales de San Gregorio».
Hacer un recuento de los muchos libros que leyó especialmente relacionados con la ascética nos llevaría toda la exposición, basta tener en cuenta lo que nos dice: «aunque he leído muchos libros, espirituales declárase muy poco» (aquí se refiere a las experiencias místicas, que muchos libros no las aclaraban, incluso las consideraban sospechosas).
Entre los muchos autores cuyas obras leyó de todas las tendencias y escuelas espirituales se pueden citar los Franciscanos: Francisco de Osuna, Bernardino de Laredo y San Pedro de Alcántara. Dominicos: Luis de Granada, San Vicente Ferrer (…). Jesuitas: Rodrigo Álvarez y San Francisco de Borja. Un autor que con seguridad leyó fue el gran San Juan de Ávila a quien consultaba todas sus grandes gracias místicas.
Una pena muy grande para ella fue la medida del Inquisidor General Valdés quien, en 1559, publicó un Índice prohibiendo la lectura no sólo de libros que contenían herejías, sino muchos otros escritos en romance, que a Juicio de Valdés, podían hacer daño a las almas sencillas, por eso escribe:
«Cuando quitaron muchos libros de romance, que no se leyesen, yo sentí mucho, porque algunos me daban recreación leerlos y yo no podía ya, por dejarlos en latín; me dijo el Señor: No tengas pena yo te daré libro vivo».
El libro vivo sería en adelante el mismo Jesús.
Fidel Garcia Martinez