... y contra un jovencito, un tal “Wall Street Wolverine” en particular con el que se acababa de enzarzar en un debate económico que no venía a cuento pero que parecía dominar el director. El fondo era la reciente noticia de la huida a Andorra de algunos “youtubers” por los excesivos impuestos que pagan en España. Tal vez detrás de esta bronca pública, haya más tomate que el simple ahorro de impuestos para unos y el quebranto de erario público para otros, como nos quieren dar a entender.
El que alguien aproveche las ventajas de residir medio año en el Principado para pagar menos impuestos, por muy insolidario que parezca, tiene la misma legitimidad que el que se desgrava en su declaración de la renta todo lo posible pues así se lo permite la normativa. Tal vez habría que preguntarse el porqué alguien tiene que pagar más de la mitad de lo que gana (hablo de los impuestos directos pues si sumamos los indirectos ninguno de los que estamos dentro de la ley escapamos a ese porcentaje) en unos impuestos absolutamente abusivos y si este afán recaudatorio no produce el efecto contrario del que se pretende. El cabreo me parece que viene principalmente por dos motivos que nadie saca a relucir:
Las televisiones hacen unos anuncios publicitarios magníficos con unos “montajes de atracción” (esto lo he aprendido leyendo el libro gratuito de Google Play “Propaganda, Mentiras, Doctrina, Estado” del genial Martín Cid) que ya hubiera querido el mismísimo Goebbels. Sin embargo, según me cuenta un anunciante amigo, cada vez son menos eficaces aunque al que paga le cuesten un ojo de la cara. Las televisiones para cobrar caro se empeñan en hablar de cuotas de pantalla, “share” y cosas por el estilo pero se basan principalmente en las “smart tv” que simplemente se chivan de si la tele está encendida y en que canal. No reflejan la auténtica realidad de montones de aparatos funcionando sin que nadie les preste la más mínima atención, o lo que es peor, si el televidente se ausenta en cuanto empiezan los anuncios a dar voces pues el volumen sube hasta cuatro veces.
Le puede pasar un poco a la tele con esto de aparatos que nadie mira, lo que a la prensa escrita. Una cosa es lo que se imprime y otra muy distinta lo que se lee. Antes del virus chino, motivado por una discusión en Wikipedia que consideraba a un determinado partido político como de extrema derecha porque ¡pásmense! lo decía El País que era muy influyente, me permití hacer un pequeño estudio –para mí- con una muestra ridícula de 26 bares en distintas zonas, viendo la aceptación y el grado de lectura de los periódicos que los establecimientos ponían a disposición de los clientes. Pues bien, por lo general, al final del día podía ver el “Marca” ajado y manoseado por las numerosas lecturas mientras otros estaban casi impolutos. La prensa local estaba en un punto intermedio, pero concretamente el País parecía casi siempre nuevo. Llegué a pensar que los lectores de este periódico, por considerarse moral y educadamente superiores, cuidaban mejor el papel, por lo que pregunté al respecto a uno de los dueños quien con una carcajada me aseguró que había días que nadie quitaba el precinto, marchando virgen el diario al cubo de reciclaje.
Si a esto unimos que los anunciantes, cada vez más convencidos de esta realidad, están optando por la publicidad en internet que es más barata, directa y con la ayuda del big-data casi personalizada (a día de hoy es el 80% y una buena parte de ella relacionada con los “youtubers”) no es de extrañar el enfado y la histeria del presentador que ve peligrar sus habichuelas en cuanto falte el aguinaldo que graciosamente regala el gobierno a las televisiones privadas, aunque hayan tenido beneficios en estos tiempos tan difíciles. Lástima que el dadivoso ejecutivo no haga lo mismo con sectores que están desapareciendo.
Pero hay una segunda razón de peso que justifica la ira con la que el comentarista, en su legitimo derecho –¡ya me acuerdo! Presentaba noticias en “Cuatro”, casi siempre con un sesgo favorable a sus amigos socialistas- azotaba a los “youtubers”: Muchos de ellos son jóvenes difíciles de controlar -por el momento que todo se andará- que discrepan bastante del despilfarro, la mentira, la propaganda y el rodillo del gobierno actual. Tienen, millones de seguidores aunque la mayor parte son de fuera de España –alguno, incluso más que los propios programas de televisión- y ¡eso es inconcebible!. Habría que preguntarse si precisamente tienen tantos seguidores por pretender ser imparciales y asépticos en sus comentarios y planteamientos. La caza contra ellos ya ha empezado. Hacienda amenaza con hacerles inspecciones con carácter retroactivo en los cinco últimos años. ¡Mira! Eso me parece bien. Igual que a todos los demás. O ¿acaso se creen que no lo ha hecho ya? Mientras, tal como ha ocurrido en América, y también aquí con algún partido político menos doblegable que la curva de incidencia del virus chino, no debería preocuparse tanto el comentarista o lo que sea. Cuando empiecen a resultar un peligro para el relato oficial, se les suprime la cuenta. ¿Algún problema?