... Durante la Revolución de los Claveles en Portugal el Secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger propuso la bizarra teoría (según propias palabras del líder socialista portugués Mário Soares) de que quizás habría que aceptar un gobierno comunista en el país vecino como una “vacuna” para el resto de Europa occidental. La propuesta fue rechazada entonces por el Partido Socialista Portugués, junto al resto de los partidos a su derecha, e incluso por el embajador americano en Portugal en ese momento, Frank Carlucci, que más adelante tendría los cargos de Director adjunto de la CIA, Consejero de Seguridad Nacional y Secretario de Estado en la administración de Ronald Reagan.
En España hemos adoptado la dudosa receta de Kissinger y vivimos el experimento de un gobierno social-comunista “Frankenstein” (recientemente también en Portugal, aunque más difuminado el experimento con el gobierno de jerigonza –“geringonça”– de António Costa desde 2015), que esperemos –pensamiento desiderativo– actúen ambos como vacuna en el futuro contra las epidemias ideológicas izquierdistas y los despotismos ibéricos.
Los portugueses por natura y cultura son más suaves y amables, pero los españoles somos algo brutos y arrogantes. Mientras nuestros vecinos se identifican con el fado aquí lo hacemos con la jota (especialmente la baturra) y el flamenco. Si en el país vecino y hermano el gobierno de jerigonza no deja de ser algo curioso o anecdótico, en España el gobierno social-comunista de Pedro y Pablo es algo serio y preocupante, en cuanto expresión de resentimiento, revanchismo y guerracivilismo históricos. Algo sin equivalente hoy en el mundo de las democracias constitucionales de Occidente.
Un gran teórico del Estado y de la Constitución, lamentablemente polémico y demonizado (generalmente por quienes no han leído o comprendido sus obras previas al Nazismo), Carl Schmitt, sostenía que ningún sistema constitucional puede legitimar en su seno las fuerzas de su destrucción, y si tales fuerzas o partidos sustentan una ideología totalitaria, no solo destruyen la Constitución sino también el Estado y la Nación (es la fórmula del Totalitarismo según expuso Schmitt en sus conferencias en Pamplona y Zaragoza, sobre Teoría del Partisano, en 1962).
Desarrollando la tesis schmittiana he dicho y repetido que un sistema constitucional democrático-liberal debe respetar la libertad de expresión y el derecho a la representación parlamentaria (incluso de las ideas totalitarias), pero no debe permitir que partidos, grupos o individuos que comulguen con las ideas totalitarias ocupen posiciones ejecutivas, de gobierno o judiciales, por su potencial tóxico y destructivo. El socialismo (no la vieja socialdemocracia) y el comunismo (o los nuevos populismos izquierdistas) son ideologías totalitarias, junto al fascismo, el nazismo, y las diversas teocracias políticas. Las feroces y sanguinarias rivalidades entre ellas no deben ocultarnos que comparten estructuras y rasgos totalitarios comunes, similares o simétricos. Las democracias libres occidentales, incluso las más consolidadas constitucionalmente gracias a un efectivo Imperio de la Ley, siguen luchando cada día contra estos fantasmas del pasado que intentan destruirlas desde el interior.
Concretamente el socialismo y el comunismo ya fueron condenados en el siglo XX al basurero de la historia (la expresión en inglés, traducida del ruso: “the ash heap of history”) por dos ilustres personajes políticos: León Trotsky lo hizo respecto al socialismo –es decir los partidos socialistas no comunistas– en las primeras horas de la Revolución de octubre/noviembre de 1917 (en el Congreso de los Soviets, en San Petersburgo); Ronald Reagan lo haría respecto al marxismo-leninismo y al comunismo en general el 8 de junio de 1982 en su primer discurso en Europa (ante los miembros del Parlamento británico, en Londres), advirtiendo del peligro de acomodarse políticamente con el “Mal Totalitario”, casi un año antes de otro memorable discurso suyo sobre el “Eje del Mal” ante la Convención Evangélica en Orlando, Florida, el 8 de marzo de 1983.
Se infiere que la crisis política presente requiere una toma de conciencia y una profunda batalla o debate de las ideas (incluido el “debate constituyente” reclamado por algunos). Pero en España más que debatir las ideas la mayoría de los políticos son carreristas y “podemitas”, es decir, solo buscan más poder. Por ejemplo, Pedro Sánchez afectado de “presidencialitis” aguda, quiere ser Presidente del Estado además de Presidente del Gobierno (Jefe del Gobierno, que en realidad debería denominarse Primer Ministro, confusión semántica en el texto constitucional). Tal usurpación es el fundamento del Totalitarismo, como cuando el Canciller (Jefe del Gobierno) Adolf Hitler asumió la Presidencia (Jefatura del Estado) en la República democrática y parlamentaria de Alemania tras la muerte del mariscal Paul von Hindenburg.
La Monarquía democrática y parlamentaria de España, es decir nuestro sistema constitucional, frente a los partidarios de la “revolución pendiente” sigue necesitando una consolidación. Repetiré sumariamente los principales criterios, a mi juicio, para tal consolidación pendiente: 1. Hegemonía de ideas liberales y cultura democrática, no partitocrática; 2. Imperio de la Ley con una Constitución normativa efectiva; 3. Justicia independiente sin adjetivos políticos.
Y ojalá existiera una vacuna efectiva contra las epidemias totalitarias, con sus monstruos y monosabios, pedros y pablos, chulos y macarras, ivanes redondos y dimitris cuadrados, y sus afanes de “Memoria Histórica” histérica por ganar la guerra civil que perdieron en 1936-39. Que San Pedro y San Pablo nos asistan y nos perdonen por invocar sus nombres en la urgente “vacuna PyP” contra esta peste política que nos han contagiado.