... Nos lo recomendó Cristina Cañeque como relaciones públicas. Carlos siempre me llamó afectuosamente “Gatsby” (aunque el “nickname” se le había ocurrido a Enrique Montoya).
Carlos se suma ahora a la lista de los, por desgracia, ya desaparecidos entre los habituales en la UIMP aquellos veranos: Ricardo Gullón, Santiago Roldán, Pina López Gay, Francisco Bobillo, Edward Malefakis, María Fernández Castillejo, Xavier Domingo, Víctor Merino, Don Enrique Tierno Galván y Don Carlos Ollero, Pablo Lucas Verdú, Miguel Boyer, Luis García San Miguel, Luis González Seara, Camilo José Cela, Francisco Umbral, Octavio Paz, Jean-Françoise Revel… (los dos últimos, maestros ejemplares aquéllos años en mi re-orientación política hacia el “neoconservadurismo”).
Fueron auténticos “Summer of Love”, veranos de amores o flirteos intensos, duraderos o fugaces (con americanas, polacas o españolas). Dos aparentemente gays, un escritor famoso español y un político latinoamericano (Premio Príncipe de Asturias), me tiraron los tejos –por cierto, poco delicada e inútilmente. Carlos, que también era gay pero con una educación refinada y sumamente discreto, nunca hizo sentirse incómodos a los que trabajábamos con él.
Fueron años más o menos felices y divertidos, de auténtica camaradería en el equipo al que se incorporó Carlos: Antonio García Vega, Enrique “Quique” Montoya, Juan Cruz “Curro” Correas, María “Nena” Fernández Castillejo, Victoria “Vico” Fernández Cuesta, y Pina López Gay. No solo me ayudaron muchísimo en el gran seminario “estrella” de la UIMP sobre Cultura, Sociedad y Política (dirigido personalmente por el rector, en el que yo actuaba de secretario y muchas veces de presentador), sino que organizaban todas las actividades lúdicas y artísticas -fiestas, conciertos y exposiciones- aparte de las relaciones con las personalidades, medios de comunicación y múltiples “happenings” (visitas a la UIMP de Nacha Pop, Alaska y los Pegamoides, el grupo La Luna y diversos artistas de vanguardia y La Movida, etc.). Creo no equivocarme si digo que para Carlos la UIMP fue una escuela de entrenamiento y de importantes contactos para su salto a la fama en la prensa y televisión rosas años más tarde.
Después de Santander, por circunstancias de la vida, no volví a tener relaciones con él, aunque alguna vez leí sus columnas en periódicos y revistas. La triste noticia de su fallecimiento –que me trae el recuerdo del de otros amigos de aquellos años- me coge muy lejos, durante el confinamiento por la maldita pandemia con mi esposa e hijos en un bosque junto al lago Boulder en el norte de Minnesota, muy cerca del nacimiento del Mississippi. Quiero recordarle como lo que era aquellos veranos en la UIMP: una excelente persona, un esteta sofisticado y cosmopolita, inteligente e irónico pero siempre amable y con fino sentido del humor, que nos hacía ver el mundo –incluso en los mínimos detalles o en las pequeñas cosas- más bello y mejor.