Día decimonónicamente glorioso de estelada y butifarra, en tierra francesa, para Puigdemont y los suyos -unas bastantes docenas de miles-, que vivieron su fantasía por unas horas para goce y disfrute de los mercaderes perpiñaneses. (...)
Ya lo han visto ustedes en las televisiones -aunque la verdad no con mucho énfasis-. Un Puigdemont eufórico viviendo un acto más de su particular revolución republicana, amparado por sus fieles, que lo mismo les da Bruselas que Perpiñán: todo sea por la patria perdida antes de nacer. Total, por unos miles de euros más o menos bien vale una fiesta de vez en cuando junto al líder autoderrocado y autoexiliado.
Esta vez el líder, semioculto tras su frondosa cabellera, ha jugado fuerte anunciando que se está en el momento culmen de la lucha contra el Estado español y, por ende, a un pasito, que casi se puede tocar con las manos, de la deseada independencia. Y claro, sus fieles, aunque en el fondo de sus corazones tienen más que dudas sobre lo que su líder proclama y vaticina, aplauden a rabiar porque es su fiesta y para eso han venido a Perpiñán: para resarcirse de tanto fracaso con el ungüento mágico de la ilusión, que eso no se lo quita nadie.
Mientras, en Moncloa, el presidente Sánchez, transformado en oráculo, se consulta sin hallar respuesta sobre tanto berenjenal sobre su mesa. Nosotros, los ciudadanos de a pie, confiamos en su juventud atesorada y su cordura y esperamos, todavía con esperanza, que juegue bien sus cartas, aunque pierda.