... y la verdad es que tenía razones para ello. Con un Podemos acorralado y una escenografía protagonizada por un Pablo Iglesias ocupado en recuperar algo de credibilidad tras el ridículo negociador, veto asumido incluido, el PSOE se creía capaz de volver a ocupar los márgenes de la izquierda política.
En cambio, el saldo final de este capricho partidista ha sido el fracaso de la estrategia socialista, que se ha materializado en perdida de escaños y el aguante de Iglesias, quien ha sido capaz de salvar los muebles pese a estar entre la pared socialista y la espada errejonista. El colofón a todo esto no obstante lo ha puesto la debacle histórica de Ciudadanos, de ese partido que venía a desempeñar la función de partido bisagra y llave de la gobernabilidad.
Nunca se habían hecho tan visibles los problemas de España como ahora. Estas elecciones son una herida más para esa corriente mayoritaria de ciudadanos que, con toda razón, vive instalada en ánimos sombríos desde la crisis económica de 2008 y política de 2015. Se ha podido constatar que nos encontramos en un país cuarteado y que el estado de encallamiento en el que se encontraba una semana no ha hecho más que empeorar.
Pero el escenario esta cambiando. De hecho, ha cambiado. Estas elecciones han venido a descubrir un escenario político y poner en bajo el foco unos debates otrora ocultados a la sociedad. Unos debates que cuestionan temas que hasta hace muy poco eran tabú, como la sobrerrepresentación nacionalista o el propio sistema autonómico. Pese a continuados y enconados esfuerzos por alejar a la opinión pública de estos debates, han acabado emergiendo y lo han hecho porque son estos y no otros el verdadero problema de España, y lo han hecho de la peor manera posible para aquellos que precisamente buscaban su postergación: de la mano de VOX.
No ha sido UPyD, relegado a una extraña insignificancia que algún día habrá que explicar. Tampoco ha sido Ciudadanos, carente de un electorado fiel y errado en su estrategia política. Ha sido VOX quien se ha acabado imponiendo, porque es precisamente el partido de Abascal el que está a la altura de aquello que confronta, y lo está por cuestionar sin contemplaciones lo que parecía incuestionable y por encabezar de forma ruda y sin ambages una defensa para todos aquellos que han visto heridas sus más profundas emociones y convicciones.
Está a la altura, no nos engañemos, porque ante el desafío provocador, grosero, deplorable, falso e insultante que lleva planteando el separatismo en España durante largo tiempo, solo VOX muestra una firmeza desprovista de contemplación y contención alguna; y está a la altura, por último, porque así lo muestra la realidad, porque estas elecciones han mostrado de forma clara el éxito de VOX y los partidos abiertamente separatistas.
Ahora una gran parte de políticos, analistas, periodistas, opinadores y gurús de la comunicación se echarán las manos a la cabeza ante esta situación, y yo quisiera preguntarles si también consideran a los votantes de VOX ultraderechistas, fascistas o ultramontanos. Por el momento pregúnteselo usted, porque seguro que conoce a alguien que ha votado a VOX y seguro que no es capaz de encajarlo dentro de estos paradigmas.
Por el momento yo me conformaré con alzar la voz para expresar que, en mi opinión, buena parte de la sociedad española ha expresado su hartazgo; un hartazgo generalizado causado por una nefasta clase política que ha jugado con la paciencia de la sociedad a base de subestimarla. Mucho tiempo hace que nos obligan a comulgar con ruedas de molino haciendo aceptables y asumibles cosas que no lo son: mala gestión, corrupción generalizada, no asunción de responsabilidades y avance de unos paradigmas culturales que chocan con las convicciones de buena parte de la sociedad y ante los cuales uno no puede revelarse abiertamente so pena de señalamiento.
Largo tiempo se han atendido a las demandas de unos nacionalistas supuestamente agraviados, cuando los verdaderamente ultrajados son los que han sido constantemente relegados por unos partidos políticos girados hacia la defensa de sus intereses partidistas. Nunca se ha atendido que por encima, o mejor dicho, debajo, de todos los debates económicos, administrativos, fiscales... buena parte de la ciudadanía, en su cotidianeidad, vive de acuerdo a su propio modo de entender la vida; esto es, en base a ese conjunto de creencias, saberes, entendimientos, prácticas, usos etc. que les permite situarse, entenderse, definirse en el mundo y lo que es más importante, realizarse. No permitir que cada uno viva de acuerdo con su propio sistema de creencias o consentir que este sea de algún modo atacado al ceder ante el avance de un sistema de valores alternativo que pretende marcar lo que es correcto y lo que no; lo que se puede sentir y lo que no etc., genera un malestar que andando el tiempo se convierte en reacción. Y esto han sido estas elecciones: una reacción.
Pedro Sánchez convocó elecciones persiguiendo intereses partidistas y ha conseguido a cambio una reacción que ha terminado por polarizar a la sociedad. Finalmente lo ha conseguido: hemos regresado a las dos Españas.