... En cualquier caso, es importante una clarificación terminológica y conceptual referida al fascismo, fenómeno imprescindible que impregna casi todas las guerras civiles a partir del siglo XX.
Conviene que aclaremos algo básico cuya incomprensión ha sido motivo de una confusión política generalizada: el fascismo nunca ha sido de derechas. Su ideología autoritaria o totalitaria, estatista o colectivista, revolucionaria y anti-capitalista, lo caracteriza más bien como un hijo bastardo del socialismo. Por tanto, completamente opuesto al liberalismo y al conservadurismo, rival competitivo de la socialdemocracia y del comunismo en el odio a las ideologías burguesas.
Mussolini, no lo olvidemos, era un socialista radical, teórico y dirigente del Partido Socialista italiano hasta la Gran Guerra, observado y elogiado por el propio Lenin desde su exilio en Suiza. Cuando funda el Fascismo en 1919 lo define como un socialismo nacional o nacionalista, renegando del internacionalismo marxista que había fracasado con la Segunda Internacional en 1914. Asimismo Hitler era un socialista anti-marxista, como apuntó tempranamente el periodista español Javier Bueno que lo entrevistó poco después de la refundación del Partido Obrero Alemán Nacional-Socialista (“Hitler, el jefe del fascismo bávaro”, ABC, 6 de Abril de 1923).
Curiosamente fue un gran nacionalista catalán y probablemente el más inteligente, Francisco Cambó, quien primero en España captó la naturaleza del fascismo y meditó sobre su importancia histórica en varios artículos en catalán (entre 1920 y 1924) y asimismo en dos libros publicados también en español: En torno del Fascismo italiano (Editorial Catalana, Barcelona, 1925), y Las Dictaduras (Espasa-Calpe, Madrid y Barcelona, 1929).
Cambó destacó en sus libros los rasgos “progresistas” del fascismo, subrayando las concomitancias y paralelismos con el comunismo, en un contexto histórico de crisis económica, política y cultural. Y especialmente en una profunda crisis del parlamentarismo, como destacarán muchos teóricos europeos de las dictadura.
Pero aunque el instinto liberal-conservador de Cambó le distanció del fascismo genuino según los modelos italiano o alemán, las circunstancias trágicas de la Guerra Civil española le llevarán a adherirse al franquismo como mal menor (lo mismo le ocurriría a Unamuno), como sistema autoritario pero no totalitario, ante el desafío revolucionario social-comunista del Frente Popular (véase la obra de Borja de Riquer, El último Cambó, 1936-1947. La tentación autoritaria, Grijalbo, Barcelona, 1996). El caso de Cambó no fue único. Un autor ha investigado y registrado casi doscientos apellidos de familias ilustres catalanas, generalmente procedentes de diversos grupos catalanistas, que ante el dilema de optar por una dictadura roja u otra blanca también decidieron colaborar activamente con el franquismo (Ignasi Riera, Los catalanes de Franco, Plaza & Janés, Barcelona, 1999).
El franquismo fue una dictadura autoritaria (repito, no totalitaria), militar, nacionalista y conservadora, con una fuerte influencia del catolicismo tradicional, de rasgos “fascistoides” en su estilo superficial durante alguna etapa de su historia, pero no exactamente fascista en el sentido estructural y paradigmático de los modelos italiano o alemán.
Por el contrario, algunos partidos izquierdistas catalanes adoptaron con mayor exactitud elementos genuinos de ese fascismo paradigmático, casi una década antes de la fundación de la Falange Española, como es el caso del partido Estado Catalán de Maciá o de Esquerra Republicana de Cataluña de Companys, que incorporaron organizaciones como Bandera Negra, los Escamots o las escuadras paramilitares y uniformadas de las JEREC, lideradas por los hermanos Miquel y Josep Badia. La percepción en aquellos años era que el fascismo representaba un fenómeno revolucionario, anti-capitalista, republicano, progresista y “futurista”, lo cual era cierto antes de que la propaganda de la Komintern (Internacional Comunista), exceptuando el período 1939-1941 que duró el pacto totalitario Hitler-Stalin, redujeran el término “fascismo” a puro insulto político, acepción que llega hasta nuestros días contaminando o distorsionando toda discusión ideológica objetiva.
Todo ello explica que ante el espectáculo patético del golpismo posmoderno en Cataluña veamos reaparecer en esas izquierdas catalanistas y en nuevos actores nacionalistas y autoritarios con grupos violentos peligrosamente próximos al terrorismo (las CUP, CAJEI-Arran, los CDR, etc.) del llamado “procés” independentista, que una vez más –con líderes como Puigdemont, Torra y Junqueras- han anulado a las derechas liberal-conservadoras tradicionales como hicieron con la Liga de Cambó en los años 1930s. Inevitable expresión y rasgos muy característicos de ese fascismo progre que ya generó y exhibió el nacionalismo catalán en el pasado.
Lo peor de las guerras civiles frías es el dramático descenso de la sensibilidad moral cívica y el ascenso irremediable de la banalidad ideológica. Es preocupante que los independentistas en Cataluña puedan ser víctimas ya de una nueva modalidad de lo que Hannah Arendt llamó “banalidad del mal”, la banalidad de un fascismo progre, aparentemente blando (pero no siempre pacífico) que, como en el cuento de Pedro y el Lobo, sea una pauta psico-patológica interiorizada, una especie de bloqueo mental que les impida conjurar el peligroso avance de un totalitarismo o fascismo más duro en el propio seno de su movimiento.