Maestros de la "performance" los catalanes, ayer, tercer día de la revolución de los "pacíficos", miles de cintas blancas -que no podían ocultar su condición de papel higiénico- se elevaban desde las cabezas de los manifestantes engañando una vez más al mundo: muy pocas horas después los villanos volvían a encender las luces con su fuego, un poco menos discretitas, esta vez alimentadas de coches y de miedo. ... en tanto, el visir Torra cede al ultimátum y condena la violencia achacándola a los infiltrados del Estado español, mientras nuestro ministro del Interior, el señor Grande-Marlaska, cena apaciblemente -suponemos que con sus amigos- en un restaurante de moda del barrio de Chueca de Madrid. ...
"La calle siempre será nuestra" rebota en las fachadas de los edificios catalanes, mientras los vecinos en su interior tiemblan ante la posibilidad de que esa amenaza pueda ser cierta.
Ayer día 16 de octubre, tercer día ya de esta revolución soñada por muchos en Cataluña -pero no por todos, ni siquiera por una mayoría de catalanes- la violencia ha subido de tono ante el estupor de los viajeros del exterior atrapados a la fuerza, que se hacen cruces y prometen no volver a pisar ese suelo, antaño acogedor y orgulloso y hoy tercermundista y empequeñecido por el odio solamente posible en sociedades más que primitivas.
A las tres horas del no-discurso del presidente del Gobierno español, el gran visir en Cataluña del expresidente catalán Puigdemont -este huido de la justicia española-, el señor Quim Torra, acojonado y para eludir las posibles consecuencias deducibles de las palabras del presidente del Gobierno, señor Sánchez, se asoma a las pantallas y, con un cinismo solo concebible en personas de su calaña, condena la violencia como se le exigía, aprovechando la ocasión -claro está- para adjudicársela a los infiltrados del Estado español en sus angélicas manifestaciones.
Bueno, algo es algo señor Sánchez, parece que a usted con eso le basta...