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La Mafia Lavanda

Frederic Martel (1967): escritor, sociólogo y periodista francés. (Foto: Wikipedia)
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Frederic Martel (1967): escritor, sociólogo y periodista francés. (Foto: Wikipedia)

LA CRÍTICA, 15 SEPTIEMBRE 2019

Por Manuel Pastor Martínez
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Pocos saben que el nombre “Lavender Mafia” fue acuñado hace ya casi dos décadas, no por los enemigos de la Iglesia Católica sino por el cura estadounidense, sociólogo y escritor liberal-progresista Andrew Greeley ...

..., famoso por su gran tolerancia respecto a la sexualidad hetero (incluso en los clérigos católicos) y que llegó a proponer la canonización de J. F. Kennedy, primer presidente americano católico y “mártir”. El dinámico padre Greeley criticó enérgicamente la red de curas y obispos homosexuales que se protegían y ayudaban entre ellos. New Oxford Review fue casi la única publicación católica que adoptó entonces la expresión, asumiendo también la crítica del cura-sociólogo de Chicago.

¿Quién soy yo para juzgar?”, se preguntará jesuíticamente el Papa Francisco en respuesta a una pregunta sobre la homosexualidad en la Iglesia que le hizo un periodista en 2013. Jesuita poco destacable intelectualmente, Bergoglio no obstante aprendió bien los métodos maquiavélicos de la Compañía. Métodos impregnados de consabida hipocresía que han alcanzado su momento máximo en el propio pontificado del jesuita argentino, como refleja Frédéric Martel en el título de su reciente y demoledora obra, muy esperada y publicada simultáneamente en varios países occidentales (cito la edición en inglés que tengo a mano), In the Closet of the Vatican. Power, Homosexuality, Hypocrisy, Bloomsbury, London-New York, 2019.

El autor, que se declara abiertamente “no católico” (p. 252), es un buen escritor, con talento narrativo, pero a veces exhibe cierta presunción o arrogancia cultural progresista un poco cursi: “Afortunadamente en Francia creemos más en la poesía que en la religión” (p. 172), y no puede evitar cierto desprecio étnico hacia la piedad y religiosidad popular latinoamericana, como el culto guadalupano en Méjico, en comparación con el catolicismo francés, intelectualmente sofisticado según él, de Pascal, Bossuet y Chateaubriand (p. 245).

Pero, efusiones poéticas e intelectuales aparte, Martel nos descubre –al menos en mi caso- un catolicismo francés del siglo XX que muchos ignorábamos, que va a tener enorme influencia en el Vaticano durante los Pontificados de Juan XXIII, Pablo VI y sucesores, con una clara impronta o influencia homosexual mediante lo que el autor denomina “Código Maritain”. Además de recordar a numerosos y célebres escritores franceses que se relacionarían con el famoso filósofo (homosexuales católicos y no católicos: Mauriac, Gide, Genet, Green, Cocteau, Sachs, Aragon, Crevel, Radiguet, Guitton…), Martel destaca la centralidad intelectual de Jacques Maritain y su cruzada personal a favor de la “amistad amorosa” entre hombres.

Según el autor, el “Código Maritain” estaría en la base de la red y cultura que evolucionó, degenerando, hacia la “Mafia Lavanda”. Hoy, el Vaticano se ha convertido en la mayor organización/lobby gay internacional, y para Martel lo criticable no es tanto el carácter gay como la impostura e hipocresía en tratar de ocultarlo.

La gran regla que resume a la docena que Martel propone sobre la cultura gay vaticana sería: los obispos y cardenales más tolerantes moral y doctrinalmente con la homosexualidad son precisamente los heterosexuales, mientras que los más intransigentes son – ¡gran paradoja!- los secretamente homosexuales.

La obra merece una atenta lectura, independientemente de que aceptemos o no el punto de vista del autor (a mi juicio, en el fondo pro-gay), y pese a la tremenda tristeza que a los católicos de infantería nos produzca tanta información perturbadora sobre la corrupción material y moral de los pastores de la Iglesia. Los retratos documentados, por ejemplo, del cura mejicano Marcial Maciel, del obispo chileno Fernando Karadima, del cardenal colombiano Alfonso López Trujillo, o del cardenal cubano Jaime Ortega, son monstruosos, demoledores y deprimentes, en particular por el largo periodo de encubrimiento que tuvieron por parte de todos los papas –lamento decirlo, con ningún rasgo de santidad- desde Juan XXIII hasta Juan Pablo II (ambos incluidos), y sus respectivas cortes y burocracias vaticanas.

El autor asegura que, además de un 75 por ciento de los residentes en el Vaticano, varios papas recientes han sido homosexuales, pero solo analiza con detalle el caso del “discípulo de Maritain”, Giovanni Battista Montini (Pablo VI), y de éste solo comenta su relación con el actor italiano Paolo Carlini. Sin embargo no menciona la posiblemente más comprometida (y documentada por los servicios de inteligencia británico y estadounidense) con el espía inglés Hugh Montgomery, hermano del también gay Peter Montgomery controlado por el KGB.

Respecto a España, sin ser tan dramáticas, no dejan de ser inquietantes y nada edificantes las informaciones que revela sobre el cardenal Antonio María Rouco Varela y su “cruzada anti-gay” en la guerra civil de los obispos españoles, al que dedica todo un capítulo (pp. 349-365), y sobre su protegido el cura Lucio Vallejo Balda en el escándalo “VatiLeaks” (pp. 503-507).

Intencionadamente el autor evita relacionar la homosexualidad con la pederastia, pero son muy evidentes las insinuaciones y los datos.

Por otra parte, mi mayor crítica es que no toma suficientemente en serio el escrito “Testimonianza”, la famosa denuncia en 2018 del arzobispo Carlo Maria Viganò sobre la homosexalidad y pederastia de religiosos católicos en EEUU y la responsabilidad del papa actual en encubrirlos, cualesquiera que hayan sido las motivaciones del prelado acusador.

Ignoro las ramificaciones y consecuencias que tendrán estos tristes y fatales escándalos de la Iglesia Católica, ya que un debate público (y penal) objetivo todavía está pendiente. El papa Francisco niega que haya una “Mafia Lavanda”, algo que considera inaceptable, pero respecto a la aparentemente extendida cultura homosexual en el Vaticano y en el clero católico mundial… ya lo ha dicho: “¿Quién soy yo para juzgar?”

Manuel Pastor Martínez

Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid

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