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Elogio de la mula

El autor, en el centro, conduciendo su primer híbrido en 1959..
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El autor, en el centro, conduciendo su primer híbrido en 1959..

LA CRÍTICA, 7 ABRIL 2019

Por Félix Ballesteros Rivas
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Corren tiempos de cambio acelerado e, irónicamente, de deceleración. Se nos motiva para cambiar a coches más y más ecológicos y a movernos con más calma, menos potencia, menos autonomía... En este mundo, pensemos si las mulas pueden tener un brillante papel. ...

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Para empezar, son auténticos híbridos, puesto que se hacen con una yegua y un asno. Por lo tanto, les corresponde la etiqueta ECO para circular por España y pueden aparcar por cualquier parte.

Además, como son 100% Bio, el colectivo ecologista los admite sin problemas. Seguro que se insistiría en que recibiesen el mismo trato que las bicicletas y, por lo tanto, podrían utilizar su carril, dejarse atadas (con un candado antirrobo, que los tiempos cambian) a las farolas y rejas, y viajar (acompañadas) en trenes de cercanías, metro y autobús urbano, al menos en algunos horarios.

El precio es muy competitivo, y la producción no requiere grandes instalaciones industriales. Aunque, hasta estar plenamente operativas, el proceso se extiende a lo largo de varios años (uno de gestación, y tres de maduración) y no se prevén mejoras tecnológicas que acorten estos plazos. A cambio tienen pocas averías, y las visitas al taller veterinario son menos (y más económicas) que en el caso de otros vehículos y, al ser estériles, ni siquiera hay que provisionar gastos por bajas de maternidad. Por todo ello, el Coste de Propiedad resulta, en general, bastante bajo.

Su velocidad máxima es perfectamente compatible con las limitaciones más estrictas para circular por ciudad, incluso en territorios en proceso de asilvestramiento como el Madrid Central. Su anchura reducida, incluso con albardas instaladas, y su baja emisión de ruido las hace óptimas para las calles estrechas de los centros históricos de las ciudades.

Son multicombustible, admitiendo una gran variedad de dietas, desde piensos industriales hasta hierba de cualquier tipo. Su contribución a los gases de Efecto Invernadero es reducida, aunque no nula: al CO2 de su respiración hay que añadir una cierta cantidad de metano (son veganas), que se contabiliza como especialmente dañino para el calentamiento global.

Su nivel de inteligencia las acerca a la clasificación de vehículos autónomos de nivel tres o cuatro (necesidad de un conductor presente, pero escasa u ninguna necesidad de manejar los mandos). A su natural inteligencia, superior incluso a la de los coches más avanzados, se une una relevante capacidad de empatía: dándoles un buen trato, llegan a desarrollar un cierto aprecio por sus dueños, lo que, por el momento, no es una opción disponible para los coches, ni siquiera para los de la gama más alta. En el otro platillo de la balanza, las mulas también pueden desarrollar su propia agresividad, y una discusión de tráfico puede, gracias a ellas, incorporar coces y mordiscos, y alguien habrá que aprecie esta opción como positiva o, al menos, llamativa y original; desde luego, es improbable que a los coches autónomos (civiles) se les incorpore, ni como un extra, la posibilidad de que ataque a los demás en caso de conflicto de intereses.

No todo son ventajas: al igual que en el caso de los coches eléctricos, todavía hay para ellas una gran escasez de estaciones urbanas de repostaje, aunque los departamentos de Parques y Jardines de las ciudades más ecologistas hacen lo que pueden y Madrid, por ejemplo, dispone de puntos de repostaje céntricos como el Parque del Retiro o el Campo del Moro (este último, a los pies del Palacio Real, es de esperar que quedase reservado para el Parque Móvil de la Casa Real). Para viajes a larga distancia, al contrario que para los eléctricos, los puntos de repostaje son, sin embargo, abundantes y variados, aunque hay que prestar atención a si son campos privados o montes comunales y, sobre todo, a si están sembrados.

En cualquier caso, uno de sus principales problemas, al igual que si se posee un eléctrico, es que resulta casi imprescindible, hoy por hoy, disponer de cochera en la propia casa o en las proximidades, sobre todo en zonas de clima frio o lluvioso. Además, la limpieza de la cochera pasa a ser una tarea mucho más… trabajosa.

Otro de sus inconvenientes, sobre el que se puede discutir mucho, es la famosa obsolescencia programada, según la cual se incorporan en el diseño los elementos necesarios para que unas averías, repetitivas y cada vez más difíciles de solventar, nos hagan comprar otra mula al cabo de un número determinado (y siempre limitado) de años; esto se achaca a la voluntad del Diseñador, para mejorar sus cifras de venta, en el mejor de los casos, o a oscuros deseos de hacer la puñeta a los compradores en opinión de los más extremistas conspiranoicos. Hay que reconocer que el ciclo útil de una mula, dependiendo de modelos y variantes específicas, no suele superar los 15 ó 18 años, lo cual es aceptablemente competitivo frente a los vehículos de combustión, pero si se trata de sobrepasar esas cifras, resulta prácticamente imposible conseguirlo. No hemos encontrado documentación que justifique esa limitación temporal ni, desde luego, ningún tratamiento que permita alargar su uso de manera indefinida, por lo que tenemos que estar de acuerdo en que se trata de un auténtico caso de obsolescencia programada.

Entonces, ¿empezamos a buscar en Internet las fechas de las ferias de ganado para comprarnos una mulilla joven?

Es cada vez más normal encontrar por todas partes argumentaciones ecologistoides como las de los párrafos anteriores, que hacen a este artículo tan estéril como un mulo. También suelen tener apariencia seria, o intentarlo, y a quien no tenga un entrenado sentido crítico pueden convencerle en alguna medida. La técnica de manipulación suele, como en este caso, consistir tan sólo en mencionar lo bueno, por absurdo o evidente que resulte, e ignorar lo malo o, al menos, una parte significativa de los inconvenientes, aunque mostrando algunos de ellos para parecer neutrales y equilibrados.

Tengamos cuidado con lo que leemos, porque si no lo tenemos, nos podemos ver abocados a un mundo en el que, para dar de comer a los 20 ó 40 millones de equinos que sustituyesen a los coches (sólo en España) tendríamos que pasar un hambre descomunal los de dos patas, por no decir nada de los millones de toneladas de excrementos que habría que recoger regularmente de las calles para abonar los campos, o cómo olería la cochera, o incluso nosotros mismos al llegar al trabajo después de pasar sobre un corcel sudado un rato en un atasco en el que sentiríamos, más que nunca, que formamos parte de un rebaño.

Y no tiene aire acondicionado.

Añoraríamos los coches (sobre todo los eléctricos).

Félix Ballesteros Rivas

08/04/2019

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Félix Ballesteros Rivas

Ingeniero de Telecomunicaciones y escritor.

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