... : Felipe González Márquez, Joaquín Almunia Amann, José Luis Rodríguez Zapatero, Alfredo Pérez Rubalcaba, y Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Cada uno más siniestro e incompetente que el anterior.
Fui testigo privilegiado de un momento crucial de su historia reciente: el de la unificación del PSOE y del PSP en 1978, en que formé parte de la comisión negociadora, junto a Raúl Morodo y Fernando Morán (por parte del PSP), frente a Alfonso Guerra, Luis Yáñez y Luis Gómez Llorente (por parte del PSOE). La vana esperanza o wishful-thinking, al menos por mi parte, de que el injerto Tierno Galván-Morodo-Morán tuviera un efecto intelectual positivo y modernizador en un partido obrerista del siglo XIX (el profesor Tierno Galván perversamente lo describió como el partido de “los Botejara”) nunca se realizó. Permanecí escéptico algún tiempo en la Comisión Internacional —y desde luego muy crítico de la ridícula campaña “OTAN de entrada NO”— hasta el 23-F de 1981, en que definitivamente abandoné el partido, el socialismo y cualquier vínculo con las izquierdas (24 horas antes del 23-F un responsable perplejo de la CIA en Madrid, amigo personal, me informaba en la cafetería Mazarino que el PSOE apoyaría la “solución Armada”).
Ya he contado qué personas con sus obras e ideas influyeron en mi decisión en aquel momento de mi vida, en 1980-1981: el historiador e hispanista norteamericano Stanley G. Payne y el pensador/analista político francés Jean-Françoise Revel. De Payne me había beneficiado con su tutela académica durante casi dos años como investigador en la Universidad de Wisconsin en Madison (1973-75), y en el verano de 1980 volví a encontrarme con él en la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo de Santander. En este mismo lugar conocí a Revel en el verano de 1981 y tuve el privilegio de acompañarle casi en exclusiva durante más de una semana de conversaciones, comidas y cenas en la magnífica oferta gastronómica de Cantabria.
Volviendo al PSOE. Aunque se ha dicho y repetido, conviene recordar que es un partido que lamentable y recurrentemente, directa o indirectamente, ha estado implicado en acciones de dudosa legalidad/legitimidad o antidemocráticas, a veces violentas y abiertamente golpistas, en las mayores crisis españolas de 1909, 1917, 1923, 1931, 1934, 1936-1939, 1981, 2004, 2018… Creo que los españoles demócratas y constitucionalistas hemos agotado ya, con creces, toda la paciencia y confianza en su comportamiento político, que lo ha hecho inservible para una democracia constitucional moderna, occidental.
Aparte de su ideología “socialista”, periclitada y refutada en la prueba irrefutable de la Historia. Por tanto, ni Socialista, ni Obrero, ni Español (ya que percibe a España como un mosaico “plurinacional”). Iría más lejos: ni Partido, ya que ha degenerado en una secta partitocrática “podemizada”. La elección de Pedro Sánchez como Líder/Secretario General fue un aquelarre populista plebiscitario de sumisión de los militantes al caudillo (sin consideración hacia los votantes), contra las élites y los barones (líderes regionales), que son esenciales en toda organización compleja y democrático-representativa.
En 1917 un arrogante Trotsky anunció que los partidos socialistas estaban condenados al basurero de la Historia. Su perspectiva desde el totalitarismo comunista soviético era errónea (ya que su ideología —y en particular el trotskismo— muy pronto revelarían su perversión intrínseca y degeneración política), pero se anticipó a la plausible tesis de Friedrich A. Hayek de que la era del socialismo, iniciada hacia 1848, se agotó en la década de 1940s.
La Internacional Socialista (IS) fundada en Frankfurt en 1951 es una organización artificial en la que la ideología socialista se diluyó en una “democracia social” legitimadora del Welfare State y poco más. Durante la Era Brandt (1976-1992) la IS impulsó eficazmente a un PSOE renovado bajo el liderazgo de Felipe González que facilitaría la Transición desde el franquismo a la democracia, aceptando la Monarquía parlamentaria. Hoy la IS es el esqueleto de un dinosaurio burocrático.
El balance del PSOE en los cuarenta años de democracia tiene, a mi juicio, muchas más sombras que luces: participación en el 23-F, la nacionalización de Rumasa, los casos Filesa y ramificaciones, el caso de los GAL, el caso Roldán, los ERE y otras corrupciones del régimen andaluz, la politización e intervención de las Cajas de Ahorro, la manipulación del 11-M, el pacto del Tinell, el caso Faisán, los pactos secretos para el voto de censura en 2018…
El resultado final es el presente gobierno Frankenstein, expresión gráfica de una cultura política antidemocrática y de la máxima corrupción política, intelectual y moral, exhibiendo una incompetencia absoluta que ha llevado a España a su crisis existencial más grave de toda la etapa democrática.
Ante la patente defunción del PSOE la democracia española requiere una urgente reconstrucción. En democracia, como apuntó Maurice Duverger, no existe el “Centro” —concepto geométrico, abstracto— sino el “Centro-Derecha” y el “Centro-Izquierda”. El C-D está bien representado por el PP y Vox. El espacio del C-I ha sido abandonado por un PSOE agónico y podemizado, más parecido a la extrema-izquierda (en sintonía con Podemos y con los anti-sistema separatistas y comunistas).
Ciudadanos tiene que aclararse (Rivera y sus amigos deben dejar de decir tonterías sobre Vox) y decidir si es de C-D o de C-I (¿no han comprendido que Macron y Valls son desechos C-I del socialismo francés?). Hace tiempo que sugerí que probablemente en un futuro el espectro democrático español tendría que reconstruir el espacio C-I con Ciudadanos, los restos de UPyD y los moderados “huérfanos” del PSOE.
Ahora bien, una cuestión previa a la reestructuración ideológica y partidista —que necesariamente exige la urgente convocatoria de elecciones generales— sigue siendo la ilegalización de los anti-sistema (golpistas de todos los matices) y la enérgica defensa de la Constitución. Ante la gravedad de la crisis en Cataluña y la manifiesta debilidad del
gobierno Frankenstein, vengo señalando que, por desgracia, hoy solo podemos confiar plenamente en las defensas supra-política y jurídica, es decir, la Jefatura del Estado (el Rey con las Fuerzas Armadas) y el Poder Judicial.