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El peor presidente de la democracia española

El presidente español Pedro Sánchez (Foto: www.libremercado.com / EFE)
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El presidente español Pedro Sánchez (Foto: www.libremercado.com / EFE)

LA CRÍTICA, 5 OCTUBRE 2018

Por Manuel Pastor Martínez
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Tenía fácil evitarlo, después de las nefastas presidencias de Zapatero y de Rajoy. Sin embargo han bastado 100 días para conseguirlo...

Tenía fácil evitarlo, después de las nefastas presidencias de Zapatero y de Rajoy. Sin embargo han bastado 100 días para conseguirlo.

A comienzos de la Transición el PSOE presumía de 100 años de honradez, ante lo que algunos replicaban: y 40 de vacaciones (véase, por ejemplo, el título de la reciente obra de Enrique D. Martínez-Campos, El PSOE. Cuarenta años de vacaciones, CSDE, Madrid-Astorga, 2017). Hoy puede presumir de otro récord: más de 100 días de ilegitimidad, incompetencia y probable prevaricación en el gobierno. Se ha cumplido en el caso español bajo el liderazgo de Pedro Sánchez el futuro que Trotsky vaticinaba en 1917 para los todos los partidos socialistas (hoy añado yo también a los comunistas –incluidos los trotskistas- y populistas de izquierdas): pese a ocupar temporal y legal pero ilegítimamente el gobierno de España, simbólica y existencialmente están ya en el basurero de la historia.

Malo es ser un mal presidente, pero peor es si además es tonto. Luis Almagro, secretario general de la OEA, recomendó a Zapatero que no fuera un “imbécil”. Hagamos extensivo el consejo a su discípulo Pedro Sánchez, que a tiempo está si no dimite o lo retiran, de seguir por la senda de su maestro. En cualquier caso, muchísimo peor que ser un imbécil es ser un delincuente, y el caso del plagio de su tesis apunta en esa peligrosa dirección.

Ahora bien, lo peor de todo para una Nación no es tener un mal presidente, sino la peor clase política de nuestra historia democrática. Y todavía peor aún es tener una democracia de baja calidad, incompleta o no consolidada, como vengo señalando hace una década. Si bien la Transición fue ejemplar, la Consolidación sigue pendiente y en cierto modo se ha producido una regresión en la cultura política que obviamente repercute en la calidad de la clase política, y por supuesto, de manera concreta y puntual, en la estabilidad material y constitucional de la organización territorial de la Nación y del Estado.

Retrospectivamente creo que Adolfo Suárez (su sucesor Leopoldo Calvo Sotelo tuvo un mandato muy breve), con todos sus defectos e inexperiencia, ha sido el mejor presidente de nuestra democracia, específicamente en la fase de la Transición. Por el contrario, en lo que debería haber sido el proceso de la Consolidación, nuestros presidentes han fracasado estrepitosamente. Felipe González, que gozó del total apoyo de la Internacional Socialista y de la simpatía general europea e iberoamericana para la modernización y la “europeización” españolas, fue incapaz de impedir la corrupción de su partido y el crimen de Estado (por no referirme ahora a su responsabilidad en el infame golpe del 23-F). Por otra parte los méritos indudables del “atlantismo” y la liberalización económica de José María Aznar fueron enturbiados por los escándalos de sus amigos y colaboradores (Blesa, Villalonga, Ruiz Gallardón, Rato, etc.), y por los graves errores políticos en sus alianzas con los nacionalistas catalanes y en la elección –muy poco democrática- de su sucesor Mariano Rajoy.

Hablando claro y en concreto, me parece obvio que el obstáculo principal, aunque no el único, para la Consolidación democrática en España es el problema territorial y de la unidad nacional que de manera recurrente en nuestra historia reciente han planteado las Vascongadas y Cataluña, dos regiones españolas que durante la Transición desde la dictadura a la democracia se han beneficiado de toda clase de privilegios económicos, fiscales y políticos, gozando electoralmente de un sistema no competitivo que ha impulsado el crecimiento del nacionalismo y, especialmente en el caso catalán, del separatismo independentista.

El gravísimo error de todos los presidentes de la democracia española ha sido tolerar, negociar y pactar con este fenómeno central a mi juicio causante de lo que Ortega denominó a principios del siglo XX la España invertebrada. Y de todos ellos el presidente Pedro Sánchez es el que ha llevado a un extremo máximo la debilidad del Gobierno nacional ante las presiones y chantajes de los separatistas/independentistas catalanes.

Lamento decirlo pero Cataluña, contra lo que piensan los catalanes de sí mismos, ha demostrado repetida y fehacientemente que es una región y una subcultura hispánica que no ha sabido adaptarse a las pautas modernas occidentales de la democracia liberal y constitucional. Toda su historia contemporánea está jalonada de situaciones violentas y trágicas, claramente antidemocráticas, en las que el tan cacareado “seny” y la voluntad de “concordia” han estado ausentes.

Desde la “Semana Trágica” de 1909 hasta la Segunda República (1931-36) y la Guerra Civil (1936-1939), Cataluña ha sido, como la describieron Ernest Hemingway, George Orwell y muchos otros testigos extranjeros no precisamente derechistas, el paraíso de todos los revolucionarios, radicales, violentos y chiflados. Si durante la Transición democrática hubo un momento en que esa “cultura” antidemocrática fue monopolio de las Vascongadas, hoy resulta evidente que ha sido asumida casi en exclusiva por Cataluña.

Mi pesimismo sobre el asunto me impide imaginar cuándo y cómo se resolverá la crisis catalana. Me consuela pensar que el Jefe del Estado, el Poder Judicial, y en última instancia las Fuerzas Armadas y de Seguridad, siguen siendo los defensores de la Constitución. Y que lo único cierto es que el peor presidente de la democracia española tiene fecha de caducidad.

Manuel Pastor Martínez

Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid

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