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La subieron al Cielo: Asunción de la Virgen

Tiziano: La Asunción de la Virgen
Tiziano: La Asunción de la Virgen

28 JULIO 2018

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(...) Los Santos Padres y los grandes doctores, tanto si escriben como si predican a propósito de esta solemnidad, no se limitan a celebrarla como cosa admitida y venerada por el pueblo cristiano en general...

La devoción popular equipara, casi, la Asunción de la Virgen, con otros de sus dogmas. Su Inmaculada Concepción, declarado dogma en 1854 por Pío lX y vinculado, en esa devoción popular, a las apariciones de la Virgen en Lourdes; la Encarnación del Hijo de Dios, recordado a diario en el rezo del Angelus o del Regina Coeli; su Maternidad, Madre de Dios, que es el “título”, más importante y del que dependen todos los demás; y su Asunción en cuerpo y alma al cielo, que se celebra el 15 de Agosto y que fue proclamado dogma, por Pío Xll, en 1950, con las siguientes palabras:

"Después de invocar a Dios con muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey perenne de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo".

El vigente Catecismo de la Iglesia Católica, interpreta este dogma, en su número, 966: "Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo y enaltecida por Dios como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte (LG 59; cf. Pío XII, Const. apo. Munificentissimus Deus, 1 noviembre 1950: DS 3903). La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos: «En el parto te conservaste Virgen, en tu tránsito no desamparaste al mundo, oh Madre de Dios. Alcanzaste la fuente de la Vida porque concebiste al Dios viviente, y con tu intercesión salvas de la muerte nuestras almas (Tropario en el día de la Dormición de la Bienaventurada Virgen María).”

En efecto, san Juan Pablo ll, en su Audiencia de 2 de Julio de 1997, insiste en este significado: "El dogma de la Asunción afirma que el cuerpo de María fue glorificado después de su muerte. Así, mientras para los demás hombres la resurrección de los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo, para María la glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio".

Además, resulta acertada la cita del Catecismo al Tropario en el día de la Dormición, por cuanto de la misma manera que Adán y Eva, antes de su desobediencia, no eran inmortales, pero podían no morir, sino que en una a modo de “dormición” pasarían a la otra vida, la Virgen, sin pecado original ni ningún otro pecado, es lógico que pasara el tránsito de esta vida a la eterna, a través de algo parecido a una “dormición”.

Quizá el “biógrafo” de la Asunción de la Virgen que mejor ha sintetizado el contenido de la encíclica, que declara el dogma, la Munificicentissimus Deus, sea, Ángel Luis, SS. R., en La Asunción, Año Cristiano, 1954, en las páginas 389 a 397. Merece la pena, por su acierto y espiritualidad, difíciles de superar, reproducir algunos de sus párrafos, que comienzan por el minucioso y riguroso estudio histórico-teológico de la encíclica con relación a la creencia de la Asunción, ya desde los primeros siglos. “Siglo tras siglo y paso por paso se va siguiendo el camino recorrido por la piadosa creencia hasta llegar a la suprema exaltación de la definición ex cátedra. Desde los primeros siglos los cristianos creyeron y profesaron abiertamente que el cuerpo de María no estuvo sujeto a la corrupción del sepulcro ni fue reducido a cenizas el augusto tabernáculo del Verbo divino. Esta creencia se concretó a lo largo de los siglos en multitud de templos erigidos a la Asunción de la Virgen María. Sólo en España son 28 las catedrales consagradas a la Virgen en ese su sagrado misterio. Y muchas más son las imágenes que presentan la Asunción de María. Añadir ahora a las ciudades, diócesis y regiones enteras, así como Institutos religiosos que se han puesto bajo el amparo y protección de María en esta advocación y se comprueba la pujanza de dicha creencia en el pueblo cristiano. En el famoso sarcófago romano de la Iglesia de Santa Engracia, en Zaragoza, muy probablemente de principios del siglo lV, aparece en una de estas representaciones. También pintaron la Asunción de la Virgen, Rafael, Juan de Juanes, el Greco, Guido Redding, Palma, Tintoretto, etcétera, etcétera. A la misma altura, con la misma elocuencia, proclamaron su Fe, con su gubia o pincel, nuestros incomparables imagineros del Siglo de Oro, reproduciendo el episodio en retablos. Pero de modo más espléndido y universal, comenta la encíclica, se manifiesta esta creencia en la sagrada liturgia. Ya desde muy remota antigüedad se celebra a en Oriente y Occidente solemnes fiestas litúrgicas en conmemoración de este misterio… Los Santos Padres y los grandes doctores, tanto si escriben como si predican a propósito de esta solemnidad, no se limitan a celebrarla como cosa admitida y venerada por el pueblo cristiano en general, sino que desentrañan su alcance y contenido, precisan y profundizan su sentido y objeto, declarando con exactitud teológica lo que a veces los libros litúrgicos habían sólo fugazmente insinuado.”

La tradición teológica considera que el privilegio de la Asunción, es como una consecuencia necesaria del amor y la piedad filial de Cristo hacia su Santísima Madre, por lo que sigue el autor citado: “… y encuentran sus raíces en aquel insigne oráculo del Génesis que nos presenta a María asociada con nuestro divino Redentor en la lucha y la victoria contra el demonio. Y por lo que al Nuevo Testamento se refiere, consideran que las palabras del arcángel: Dios te salve, la llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre las mujeres, puede significar que el misterio de la Asunción debe ser un complemento lógico de la plenitud de gracia otorgada a la Virgen y una particular bendición contrapuesta por el Altísimo a la maldición que recayó un día sobre la primera mujer. Y aún cobra mayor fuerza a este argumento si tenemos en cuenta que la carne de María era y es la carne de Jesús: da qua natus est Jesus. ¿Podría Cristo permitir que aquel cuerpo inmaculado, del que se amasó y plasmó su propio cuerpo, sufriera la humillante putrefacción del sepulcro, secuela y efecto del pecado original? Si el desdoro y humillación de la madre redunda y recae siempre sobre los hijos, ¿no redundaría sobre el mismo Hijo de Dios esta humillación de la Virgen, su Madre? ¿Puede concebirse que Cristo no la preservara después de la corrupción del sepulcro, cuando para ello bastaba anticipar una prerrogativa que al final de los tiempos disfrutarán todos los elegidos?”

Por su parte, el hagiógrafo del siglo XlX, Juan Croisset, reproduce una antigua tradición de la Iglesia, fundamentada en varios hechos históricos, según la cual (he corregido la ortografía y algo la sintaxis, para facilitar la lectura): “La opinión más recibida en la Iglesia, basada en la tradición, es que después de la ascensión del Salvador a los cielos y de la venida del Espíritu Santo, vivió la Virgen 23 años y algunos meses más en este mundo. Aunque era tan abrasado y vivo el deseo que tenía la Señora de seguir en el cielo a su querido Hijo, consintió quedarse en la tierra para el consuelo de los fieles, y para atender a las necesidades de la Iglesia recién nacida, conviniendo que su presencia sufriese, de alguna manera, la ausencia corporal de Jesucristo. Hacía casi 12 años que residía en Jerusalén la santísima Virgen, cuando los apóstoles y los discípulos se vieron precisados a retirarse de aquella ciudad por la persecución que los judíos suscitaron contra los fieles. Y si el maravilloso progreso que hacía el Evangelio la colmaba de gozo y de consuelo, se templaba mucho éste por el furor con que era perseguida la Iglesia. Cuando la Virgen dejó Jerusalén, se encaminó a Éfeso en compañía de San Juan hacia el año de 45 del Señor; pero sosegada un poco la persecución, se restituyó a aquella ciudad, en la cual permaneció el resto de su vida... Es cierto que habiendo sido preservada del pecado original por especial privilegio, como también de toda otra culpa durante su santísima vida, no estaba sujeta a la muerte, que es pena del primero; más habiéndose sujetado a ella Jesucristo, no quiso María eximirse de padecerla o dormirla… Seis circunstancias, a cual más prodigiosas, observan los santos padres en la Asunción de la santísima Virgen. Primera, su muerte, que muchos de ellos y algunos martirologios lo llaman sueño: Dormitio. Segunda la glorificación de su alma en el mismo momento de su separación. Tercera, la sepultura de su santo cuerpo en el lugar de Getsemaní. Cuarta, su gloriosa resurrección tres días después. Quinta, su triunfante Asunción en cuerpo y alma a los cielos. Sexta, su coronación en la gloria por la santísima Trinidad.” En efecto, la Ascensión, el Señor la hizo por su propio poder, pero la Asunción de la Virgen no fue por su poder, sino que fue assumpta por la Trinidad.

En fin, merece la pena terminar con la reproducción de dos pasajes de santos (de los muchos que se citan) referidos a la Asunción, tal y como los recoge el propio Croisset: San Pedro Damián: “Éste es uno de los más célebres días del año, por ser el día en que la santísima Virgen, digna por su nacimiento del trono real, fue elevada por la santísima Trinidad hasta el trono del mismo Dios, y colocada tan alto junto a la admirable Trinidad, que se arrebata hacia sí los ojos y la admiración de los ángeles. A la verdad el misterio de este día es superior a todas nuestras expresiones.” San Bernardo: “La Asunción de María es tan inefable como la generación de Cristo. Pasmados de admiración a vista de una gloria que tiene suspensos y como embargados de asombro a los mismos ángeles.” (Juan Croisset, NOVÍSIMO AÑO CRISTIANO, 1803, pp.235-237).

Quizá lector pienses que existen en este artículo demasiadas reproducciones y citas, pero he considerado que para tratar la Asunción de la Virgen, ¿qué mejor manera que dejar hablar al Papa que declaró el dogma, la Encíclica que lo promulgó, la historia de su tradición, la argumentación de los teólogos y las frases de los santos que tan unidos vivieron a Dios y a la Virgen?

Pilar Riestra
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