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San Luis Gonzaga: leyenda equivocada

Palazzo del Capitano, uno de los edificios del palacio ducal de Mantua. (Foto: Wikipedia).
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Palazzo del Capitano, uno de los edificios del palacio ducal de Mantua. (Foto: Wikipedia).

3 JUNIO 2018

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Este jesuita italiano fue hijo primogénito de un príncipe y su madre dama de honor de la reina Isabel de España, por lo que fue educado desde su niñez...

... para tan alta condición noble, lo que implicaba el saber del humanista y la preparación del guerrero. Nació en 1568 y murió 23 años después en Roma. Fue beatificado por Paulo V en 1605, y canonizado por Benedicto Xlll en 1726, quien lo declaró patrono de la pureza y de la juventud, títulos que confirmó, ya en el siglo XX, Pío XI.

Luis tuvo seis hermanos. ¡Pero qué dramático final el suyo! Ignacio Echániz, también jesuita, sintetiza estas dramáticas biografías: “Tres morirán niños o jóvenes; uno será apuñalado; a otro lo matará un tiro de arcabuz entre los brazos de su madre, herida también por siete puñaladas; otro será un tirano homicida repudiado; y otro, con aparente mejor suerte que los demás, vivirá acosado por el odio de sus súbditos. En medio de este trágico escenario se yergue la figura absolutamente angelical del primogénito”.

Ya de muy niño el padre, Don Ferrante, regala a Luis un arcabuz de juguete con el que el niño disfruta entusiasmado. El padre es nombrado por Felipe II jefe de varios miles de infantes para la conquista de Túnez. Se lleva a su hijo Luis de cinco años que convivirá con los soldados y presenciará sus continuas peleas, así como sus constantes expresiones soeces y bromas y gestos subidos de tono. Luis se identifica tanto con los soldados que, a pesar de su corta edad, es capaz de disparar una culebrina. El enfado de Don Ferrante se desarma ante los ruegos de sus mismos soldados que interceden por el niño, con el que se habían encariñado por su inocente valentía, y también por el propio orgullo del padre al comprobar en Luis la existencia de un verdadero guerrero.

Tras el éxito de la conquista Túnez, el padre permanece en Madrid hasta 1576 y en 1579, alcanza su máxima ambición: el título de príncipe del Sacro Romano Imperio. Pero su decepción y tristeza fueron difíciles de describir al encontrar a su vuelta a un Luis, rezador, muy rezador y estudioso. Más aún, observó que su hijo primogénito había conseguido dominar la cólera tan característica de su familia, e incluso le comunica que ha hecho voto de perpetua virginidad y que le pide que no lo obligue a tratar y ni siquiera hablar con mujeres.

En 1581, Don Ferrante debe trasladarse de nuevo a Madrid y Luis y su hermano Rodolfo entran como pajes del príncipe don Diego, heredero de Felipe II. En la corte de España el Libro de la oración y meditación de Luis de Granada le orienta de tal manera en su vida interior, que el 15 de agosto de 1583, en la Iglesia de Buen Consejo, decide ingresar en la Compañía de Jesús. El problema radica en el consentimiento paterno. En efecto, Don Ferrante usó todos los medios, durante meses y meses, para apartar a Luis de su vocación. No lo consiguió. De manera que, una vez que Luis cedió todos sus derechos a su hermano Rodolfo, quedó libre para profesar en la Compañía de Jesús.

Ya en el noviciado hubo de interrumpir sus estudios para poner paz entre dos familiares. Lo consiguió ante la admiración de todos, dado que parecía imposible conseguir dicha reconciliación. Y no sólo eso, sino que logró, además, que su hermano Rodolfo hiciera público su matrimonio secreto con Elena Aliprandi, a pesar de las aparentemente insalvables diferencias sociales entre las dos familias.

Luis tenía tal facilidad para la oración contemplativa que, con frecuencia no sabía dónde estaba, lo que unido a sus extraordinarias penitencias y austeridad de vida, propició esa leyenda que desviaba de su verdadera santidad. De hecho, Luis desconoció la tristeza, siempre estaba alegre, optimista, de buen humor y con un afán apostólico y de servicio a los pobres y enfermos. Manifestaba que “el Señor le había dado un gran fervor en ayudar a los enfermos y pobres… Cuando uno tiene que vivir pocos años, Dios lo incita más a emprender tales acciones” (al parecer tuvo una revelación de que su vida, como así fue, iba a ser muy breve).

Demostró ese don apostólico, con motivo de la peste que hubo durante los años 1590 y 1591. “Cuatro papas murieron en tan breve tiempo. Luis atendió con heroísmo a los apestados en S. Giacomo degli Incurabili, en S. Juan de Letrán, en Santa María de la Consolación, y en el hospital improvisado junto al Gesú, donde contrajo la enfermedad” (Mario Scaduto). Ya tocado de muerte, tuvo, no obstante, fuerzas para escribir a su madre una carta, recogida por el jesuita ya citado, P. Ignacio Echániz: “(Madre) Desde hace un mes estoy para recibir de Dios nuestro Señor el más grande favor que es posible recibir. Pero Él ha querido diferirlo y prepararme con la fiebre lenta que aún me queda, y así paso alegre los días con la esperanza de ser llamado dentro de poco de la tierra de los muertos a la de los vivientes, de la visión de estas cosas terrenales y caducas a la contemplación de Dios, que es todo bien”.

Murió, profundamente recogido, abrazado al crucifijo. Contaba 23 años y corría la noche del 20 al 21 de junio de 1591, por lo que su fiesta se celebra el 21 de este mes.

Como se ha dicho Luis mantuvo siempre la alegría interior gracias a su vida de contemplación, pero, como también se ha dicho su espiritualidad no ha sido bien entendida por algunos autores y ha suscitado comentarios, a veces, desafortunados. En este sentido, escribe su ya citado biógrafo Mario Scaduto, que “sus prácticas ascéticas en las que se extendieron sus antiguos biógrafos y que sólo han servido para suscitar prevenciones contra un santo que, a pesar de ello, ha alcanzado un culto verdaderamente popular en toda la Iglesia. El P. Archille Gagliardi, gran maestro de espíritu, temía que tan continua contemplación apartarse a Luis de la vida apostólica, propia de la Compañía de Jesús; mas el santo le contestó: “Si experimentase que producía en mí tales efectos, la tendría por sospechosa y poco buena para mí”. Los hechos de los últimos meses de su vida (los ya relatados referidos a su dedicación heroica a los apestados) sólo se explican plenamente teniendo en cuenta esa vida contemplativa proyectada hacia la acción apostólica.

Igualmente, esta incomprensión la pone de relieve, otro de sus biógrafos: “Patrono de la pureza adolescente y de la juventud, es una de esas glorias auténticas empañadas por una piedad ñoña que se ha ido posando sobre su recuerdo como una espesa capa de polvo; tanta insistencia en su misoginia, casi como una caricatura del casto José, ha puesto un énfasis desplazado y ridículo en su ejemplo de cristiano fuerte y decidido. Una devoción de buena fe no muy bien orientada insiste en lo negativo de su figura, pero la grandeza de Luis, que maravilló a santos como Carlos Borromeo y Roberto Belarmino, no está en sus actitudes de defensa contra el mundo, sino en la empresa de dedicación total a Dios con una generosidad y un arrebato que sólo podía tener un joven” (Carlos Pujol, LA CASA DE LOS SANTOS, Ed. Rialp, Segunda edición, 1991, p.215).

Pilar Riestra
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