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San Basilio El Grande y San Gregorio Nacianceno

San Basilio El Grande y San Gregorio Nacianceno
San Basilio El Grande y San Gregorio Nacianceno

4 ENERO 2018

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Resulta lógico que la Iglesia venere a la par a estos dos santos, a estos dos amigos, puesto que vieron la luz casi al mismo tiempo, el año 330, nacieron en familias...

Resulta lógico que la Iglesia venere a la par a estos dos santos, a estos dos amigos, puesto que vieron la luz casi al mismo tiempo, el año 330, nacieron en familias profundamente cristianas, murieron en Capadocia (Turquía), ambos son Padres de la Iglesia, escritores eminentes, sabios teólogos, obispos contra su voluntad y capaces de enfrentarse con éxito al César y a los arrianos.

La liturgia de la Iglesia, los recuerda en la oración colecta de la Misa del 2 de Enero: “Señor Dios, que te dignaste instruir a tu Iglesia con la vida y doctrina de san Basilio Magno y san Gregorio Nacianceno, haz que busquemos humildemente tu verdad y la vivamos fielmente en el amor”.

La enseñanza espiritual que dieron en su tiempo, y que se prolonga hasta el nuestro, es la de que ambos sacrificaron sus deseos más fuertes, sus anhelos más íntimos de soledad y retiro por defender a la Iglesia. En efecto, ambos, con su sacrificio, sirvieron a la Iglesia como la Iglesia necesitaba ser servida (hispanidad.com).

Según el Concilio Vaticano ll, AÑO LITÚRGICO y AÑO CRISTIANO responden a la misma santificación cristiana del tiempo. ''Lo que hoy llamamos Año Litúrgico celebra el tiempo colocando en el centro la economía de la salvación, es decir subrayando con intensidad, por encima de la presencia de los santos, el misterio de Cristo; lo que se acostumbra por llamar Año Cristiano, celebra también el tiempo cristiano, pero dando relieve sobre todo a la contemplación de los testigos de la fe q han vivido heroicamente, pero quizá sin advertirlo, tan explícita y contemplativamente, el misterio de Cristo que ha sido también para ellos la raíz de su santidad, (Pedro Farnés Sherel).

Como tras el Concilio Vaticano ll, casi se ha omitido la contemplación de la vida de los santos, su identificación con Cristo y que encarnaron, para ejemplo y entendimiento de todos, el Evangelio, las Sagradas Escrituras y la Tradición, Benedicto XVl, ha pedido a los cristianos que volvamos a contemplar todos los días, el santo de ese día, especialmente de aquéllos cuya vida conocemos -sin necesidad de recurrir a la leyenda o a piadosas tradiciones-, de manera fehaciente, por escritos y documentos válidos desde el punto de vista histórico.

Por ello, ha dedicado, ya a los dos primeros santos que se celebran en la Iglesia, el 2 de Enero, San Basilio el Grande y San Gregorio Nacianceno, dos Audiencias Generales, fundamentando la exposición de sus vidas en documentos históricos incontestables

En la Audiencia General del miércoles, 4 de Julio de 2007, habló de San Basilio el Grande y entre otras muchas cosas, recordó que San Basilio es uno de los grandes Padres de la Iglesia, a quien los textos litúrgicos bizantinos definen como una «lumbrera de la Iglesia». Fue un gran obispo del siglo IV, al que mira con admiración tanto la Iglesia de Oriente como la de Occidente por su santidad de vida, por la excelencia de su doctrina y por la síntesis armoniosa de sus dotes especulativas y prácticas.


Como se ha dicho, nació alrededor del año 330 en una familia de santos, «verdadera Iglesia doméstica», que vivía en un clima de profunda fe. Estudió con los mejores maestros de Atenas y Constantinopla. Insatisfecho de sus éxitos mundanos, al darse cuenta de que había perdido mucho tiempo en vanidades, él mismo confiesa: “Un día, como si despertase de un sueño profundo, volví mis ojos a la admirable luz de la verdad del Evangelio..., y lloré por mi miserable vida” (cf. Ep. 223: PG 32, 824 a).

Atraído por Cristo, comenzó a mirarlo y a escucharlo sólo a Él (cf. Moralia 80, 1: PG 31, 860 b c). Con determinación se dedicó a la vida monástica en la oración, en la meditación de las sagradas Escrituras y de los escritos de los Padres de la Iglesia, y en el ejercicio de la caridad (cf. Ep. 2 y 22), siguiendo también el ejemplo de su hermana, santa Macrina, la cual ya vivía el ascetismo monacal. Después fue ordenado sacerdote y, por último, en el año 370, consagrado obispo de Cesarea de Capadocia, en la actual Turquía.

Con su predicación y sus escritos realizó una intensa actividad pastoral, teológica y literaria. Con sabio equilibrio supo unir el servicio a las almas y la entrega a la oración y a la meditación en la soledad. Aprovechando su experiencia personal, favoreció la fundación de muchas «fraternidades» o comunidades de cristianos consagrados a Dios, a las que visitaba con frecuencia (cf. san Gregorio Nacianceno, Oratio 43, 29 in laudem Basilii: PG 36, 536 b). Con su palabra y sus escritos, muchos de los cuales se conservan todavía hoy (cf. Regulae brevius tractatae, Proemio: PG 31, 1080 a b), los exhortaba a vivir y a avanzar en la perfección. De esos escritos se valieron después no pocos legisladores de la vida monástica antigua, entre ellos san Benito, que consideraba a san Basilio como su maestro (cf. Regula 73, 5).

En realidad, san Basilio creó una vida monástica muy particular: no cerrada a la comunidad de la Iglesia local, sino abierta a ella. Sus monjes formaban parte de la Iglesia particular, eran su núcleo animador que, precediendo a los demás fieles en el seguimiento de Cristo y no sólo de la fe, mostraba su firme adhesión a Cristo —el amor a Él—, sobre todo con obras de caridad. Estos monjes, que tenían escuelas y hospitales, estaban al servicio de los pobres; así mostraron la integridad de la vida cristiana.

San Juan Pablo II, hablando de la vida monástica, escribió: «Muchos opinan que esa institución tan importante en toda la Iglesia como es la vida monástica quedó establecida, para todos los siglos, principalmente por san Basilio o que, al menos, la naturaleza de la misma no habría quedado tan propiamente definida sin su decisiva aportación» (carta apostólica Patres Ecclesiae, 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de enero de 1980, p. 13).

Como obispo y pastor de su vasta diócesis, san Basilio se preocupó constantemente por las difíciles condiciones materiales en las que vivían los fieles; denunció con firmeza los males; se comprometió en favor de los más pobres y marginados; intervino también ante los gobernantes para aliviar los sufrimientos de la población, sobre todo en momentos de calamidad; veló por la libertad de la Iglesia, enfrentándose a los poderosos para defender el derecho de profesar la verdadera fe (cf. san Gregorio Nacianceno, Oratio 43, 48-51 in laudem Basilii: PG 36, 557 c-561 c). Dio testimonio de Dios, que es amor y caridad, con la construcción de varios hospicios para necesitados (cf. san Basilio, Ep. 94: PG 32, 488 b c), una especie de ciudad de la misericordia, que por él tomó el nombre de «Basiliades» (cf. Sozomeno, Historia Eccl. 6, 34: PG 67, 1397 a). En ella hunden sus raíces los modernos hospitales para la atención y curación de los enfermos.

Consciente de que «la liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza» (Sacrosanctum Concilium, 10), san Basilio, aunque siempre se preocupaba por vivir la caridad, que es la señal de reconocimiento de la fe, también fue un sabio «reformador litúrgico» (cf. san Gregorio Nacianceno, Oratio 43, 34 in laudem Basilii: PG 36, 541 c). Nos dejó una gran plegaria eucarística, o anáfora, que lleva su nombre y que dio una organización fundamental a la oración y a la salmodia: gracias a él el pueblo amó y conoció los Salmos y acudía a rezarlos incluso de noche (cf. san Basilio, In Psalmum 1, 1-2: PG 29, 212 a-213 c). Así vemos cómo la liturgia, la adoración, la oración con la Iglesia y la caridad van unidas y se condicionan mutuamente.

Con celo y valentía, san Basilio supo oponerse a los herejes, que negaban que Jesucristo era Dios como el Padre (cf. san Basilio, Ep. 9, 3: PG 32, 272 a; Ep. 52, 1-3: PG 32, 392 b-396 a; Adv. Eunomium 1, 20: PG 29, 556 c). Del mismo modo, contra quienes no aceptaban la divinidad del Espíritu Santo, defendió que también el Espíritu Santo es Dios y «debe ser considerado y glorificado juntamente con el Padre y el Hijo» (cf. De Spiritu Sancto: SC 17 bis, 348). Por eso, san Basilio es uno de los grandes Padres que formularon la doctrina sobre la Trinidad: el único Dios, precisamente por ser Amor, es un Dios en tres Personas, que forman la unidad más profunda que existe, la unidad divina.

En su amor a Cristo y a su Evangelio, el gran Padre capadocio trabajó también por sanar las divisiones dentro de la Iglesia (cf. Ep. 70 y 243), procurando siempre que todos se convirtieran a Cristo y a su Palabra (cf.De iudicio 4: PG 31, 660 b-661 a), fuerza unificadora, a la que todos los creyentes deben obedecer (cf. ib. 1-3: PG 31, 653 a-656 c)…

En el año 379, san Basilio, sin cumplir aún cincuenta años, agotado por el cansancio y la ascesis, regresó a Dios, «con la esperanza de la vida eterna, por Jesucristo, nuestro Señor» (De Baptismo 1, 2, 9). Fue un hombre que vivió verdaderamente con la mirada puesta en Cristo, un hombre del amor al prójimo. Lleno de la esperanza y de la alegría de la fe, san Basilio nos muestra cómo ser realmente cristianos.

En otra Audiencia General, miércoles 8 y 22 de agosto de 2007, habló del amigo, casi “hermano”, de san Basilio, esto es de san Gregorio Nacianceno originario también, como Basilio, de Capadocia. Ilustre teólogo, orador y defensor de la fe cristiana en el siglo IV, fue famoso por su elocuencia y también tuvo, como poeta, un alma refinada y sensible.

Gregorio nació de una noble familia. Su madre lo consagró a Dios desde su nacimiento, que ocurrió sobre el 330. Después de la primera educación familiar, frecuentó las más célebres escuelas de la época: primero fue a Cesarea de Capadocia, donde trabó amistad con Basilio, futuro obispo de aquella ciudad, y vivió después en otras metrópolis del mundo antiguo, como Alejandría de Egipto y, sobre todo, Atenas, donde de nuevo encontró a Basilio (cfr. «Oratio 43»,14-24; SC 384, 146-180).

Evocando esta amistad, Gregorio escribirá más tarde: “En aquel entonces, no sólo yo sentía una auténtica veneración hacia mi gran Basilio por la seriedad de sus costumbres y por la naturaleza y sabiduría de sus discursos, sino que animaba también a otros, que aún no le conocían, a hacer otro tanto… Nos guiaba la misma ansia de saber. Y éste era nuestro reto: no quién sería el primero, sino quién ayudaría al otro a serlo. Parecía que tuviésemos una sola alma en dos cuerpos” (Oratio 43,16-20; SC 384 154-156.164). Son palabras, que de alguna manera, describen el autorretrato de esta noble alma. Pero también puede imaginarse que este hombre, que estaba proyectado fuertemente más allá de los valores terrenos, sufriera mucho por las cosas de este mundo.

Cuando volvió a casa, Gregorio recibió el bautismo y se orientó hacia la vida monástica: la soledad, la meditación filosófica y espiritual, le fascinaban… Como confía en su autobiografía (cfr. «Carmina [histórica] 2»,1,11 «de vita sua» 340-349: PG 37,1053) recibió la ordenación presbiteral con cierta duda, porque sabía que después debería ejercer como pastor, ocuparse de los demás, de sus cosas y, por ello, no podría estar ya recogido en la meditación pura. Sin embargo, después aceptó esta vocación y asumió el ministerio pastoral en plena obediencia, aceptando, como le sucedió a menudo durante su vida, el ser llevado por la Providencia allí a donde no quisiera ir (cfr Jn 21,18). En el 371 su amigo Basilio, Obispo de Cesarea, contra el deseo del mismo Gregorio, quiso consagrarlo como Obispo de Samina, una región estratégicamente importante de Capadocia. Sin embargo, y debido a distintas dificultades, no tomó nunca posesión, y permaneció en la ciudad de Nacianzo.

Hacia el 379, Gregorio fue llamado a Constantinopla, la capital, para guiar a la pequeña comunidad católica fiel al Concilio de Nicea y a la fe trinitaria. La mayoría, por el contrario, se había adherido al arrianismo, que era “políticamente correcto” y que los emperadores consideraban políticamente útil. De esta manera, se encontró en minoría, rodeado de hostilidad.

En la pequeña iglesia de la «Anástasis» pronunció cinco «Discursos Teológicos» («Oraciones» 27- 31; SC 250, 70-343), precisamente para defender y hacer inteligible la fe trinitaria. Son discursos que se han hecho famosos por la seguridad de la doctrina, la habilidad del razonamiento, que hace realmente comprender que ésta es la lógica divina. Y también el esplendor de la forma lo hace hoy fascinante. Gregorio recibió, como consecuencia de estos discursos, el apelativo de “teólogo”: Así se le llama en la Iglesia ortodoxa: el “teólogo”, Y esto porque la teología no es para él una reflexión meramente humana, o menos todavía el fruto de complicadas especulaciones, sino que deriva de una vida de oración y de santidad, de un diálogo constante con Dios. Y precisamente así hace que aparezca ante nuestra razón la realidad de Dios, el misterio trinitario…

Mientras participaba en el Segundo Concilio Ecuménico de 381, Gregorio fue elegido Obispo de Constantinopla, y asumió la presidencia del Concilio. Pero de pronto se desencadenó una fuerte oposición contra él, hasta que la situación se hizo insostenible. Para un alma tan sensible, estas enemistades eran insoportables… Volvió a Nacianzo y se dedicó al cuidado pastoral de aquella comunidad cristiana durante unos dos años. Después se retiró definitivamente a la soledad en la cercana Arianzo, su tierra natal, dedicándose al estudio ya la vida ascética. En este periodo compuso la mayor parte de su obra poética, especialmente autobiográfica: El «De vita Sua»,… que nos hace sentir la primacía de Dios y por eso nos habla también a nosotros, a nuestro mundo: sin Dios, el hombre pierde su grandeza, sin Dios no hay humanismo auténtico. En una de sus poesías, había escrito dirigiéndose a Dios: “Sé benigno, Tú, más Allá de todo” («Carmina [dogmática]» 1,1,29: PG 37,508). Y en el año 390 Dios acogía entre sus brazos a este siervo fiel, que le había defendido en sus escritos con una aguda inteligencia y que le había cantado con tanto amor en sus poesías.

En mérito a la brevedad no he reproducido, ni mucho menos, todo lo que Benedicto XVl dijo de estos dos santos. Sin embargo, no quiero terminar sin poner de manifiesto que hubo un tiempo en que se enfadaron Basilio y Gregorio. Pues bien, nuestro profundo conocedor del Santoral, Francisco Pérez González, se refiere a este enfado en los siguientes términos: “¿Por qué tuvieron que llegar al extremo de enfadarse los dos amigos obispos? Quizás quisiera la Iglesia, al unir sus fiestas en el calendario oficial, darnos a entender que las antiguas incomprensiones y rencillas quedaron superadas. De hecho, el listo, bueno y santo Gregorio -le llamaban el teólogo por la profundidad de su doctrina-no hizo ascos a predicar un magnífico panegírico de su amigo; realzó su entrañable amistad, sus afanes comunes, su esfuerzo por sacar a flote siempre la verdad; dijo de él sublimidades verdaderas, llenas de respeto y caridad. Este punto menos ejemplar, puede servirnos a los furiosos apasionados y anancásticos para que nos demos tanta importancia a las contrariedades, enfados, disgustos y amarguras, y no lleguemos a la cólera y al arrebato” (Francisco Pérez González, Dos Mil Años de Santos, Ediciones PALABRA, 2001, p. 29).

Pilar Riestra
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