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Las dos “Santa Catalina”

Santa Catalina de Alejandría, representada con una rueda, uno de los símbolos de su martirio. Icono del monasterio homónimo situado en el monte Sinaí, siglo XVII.
Santa Catalina de Alejandría, representada con una rueda, uno de los símbolos de su martirio. Icono del monasterio homónimo situado en el monte Sinaí, siglo XVII.

4 NOVIEMBRE 2017

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Dedicado a la que quiero como mi hija.

Santa Catalina Labouré y Santa Catalina de Alejandría

Santa Catalina Labouré

Fueron 17 hermanos. Nueve murieron. Todos los demás estudiaron, menos Catalina que “justamente sabía leer y escribir” y que, con 12 años (Catalina nació el 2 de mayo de 1806) se puso al frente del hogar, de la casa y de la granja. El fallecimiento de su madre, cuando contaba 9 años le afectó tanto que, según el testimonio sorprendido y repetido de varios familiares, vieron a Catalina coger una silla, acercarla a una imagen de la Virgen, subirse a la silla y decir: “Ahora Tú eres mi única Madre”.

Tres años después del fallecimiento de su madre, María Luisa ingresó en la Hijas de la Caridad, por lo que, como se ha dicho, Catalina, con 12 años tan sólo, se constituyó en el ama de casa. Sin embargo, Catalina no dudaba de que su verdadera vocación era la de religiosa, por lo que rechazando a sus pretendientes y obviando con gran dolor la obstinada oposición de su padre, que ni siquiera se despidió de ella, ingresó en el mismo convento de las Hijas de la Caridad que su hermana María Luisa.

Comenzaron pronto las visiones de Catalina y su confesor le ordenó que las escribiera. Tenemos la suerte de que estos autógrafos de 1833 se encuentran en Madrid y fueron estudiados exhaustivamente durante el proceso de beatificación. En esencia la Virgen le pidió tres cosas: la acuñación de una medalla con la Virgen de cuyas manos brotaban las gracias que continuamente derramaba sobre todos los hombres; la realización de una imagen de la Virgen con el globo terráqueo en la mano; y la fundación de una asociación de Hijos e Hijas de María. Con relación a esta última petición, sé que ha llegado esta asociación a contar, a fines del siglo pasado, con cerca de novecientos mil miembros; y respecto de la Virgen del globo, es oportuno señalar que en la actualidad se la considera la Reina de las Misiones.

Pero, sin duda lo más conocido es lo referente a la medalla. Aprobada la acuñación de la misma en 1832 por Monseñor de Quelen, en apenas 4 años se habían distribuido cerca de 40 millones de medallas, porque era tal la cantidad de milagros que, de manera espontánea, las gentes la llamaron: la Medalla Milagrosa. Así mismo, como el dogma de la Inmaculada Concepción aún no era oficial, la Medalla, con las palabras Concebida sin pecado, influyó en el papa Pío lX para proclamar este dogma de la Inmaculada Concepción el 8 de diciembre de 1854.

Los centenares, quizá millares, de milagros de la Medalla, aunque estaban en boca de todos, nadie sabía de donde procedía la Medalla, puesto que no conocían a la vidente, la futura santa Catalina, dado que había recibido órdenes de no hablar de las apariciones nada más que con su director espiritual. Pero la inexplicable conversión del judío Alfonso de Ratisbona, investigada minuciosamente por el cardenal Patrizzi por encargo de Vaticano y que demostró la autenticidad del milagro, hizo todavía más increíble que nadie supiera de donde procedía la Medalla. De hecho, los 45 años que Catalina vivió como monja, fue como portera y encargada de los ancianos y de la granja.

Catalina murió el 31 de diciembre de 1876, conforme había predicho: “no veré el nuevo año”. Quizá -demostrando la opinión que se tenía entonces de las mujeres sobre su capacidad para guardar un secreto-, fue por lo que Pío Xl en su Beatificación, dijo: “! Y pensar que un secreto de tanta importancia pudiera ser guardado durante 45 años por una mujer…!”.

Catalina sufrió, y mucho, a lo largo de su vida. Su hermana María Luisa, cuyos pasos ella quería seguir, después, incluso, de ser Superiora, dejó los hábitos. Su confesor el Padre Aladel y su Superiora Sor Dufes la hicieron sufrir lo indecible por su incomprensión, desconfianza y las pruebas a las que la sometieron… Pero siempre sufrió en silencio, al punto, que cuando Pío Xll la canonizó, lo hizo con el título de la “Santa del silencio”.

En la página de la Asociación de la Medalla Milagrosa, ammespanol.org, se lee: “Cuando su cuerpo fue exhumado en 1933, estaba tan entero como el día en que fue sepultada. Su cuerpo incorrupto está protegido por un cristal debajo del altar lateral en el 140 Rue du Bac en París, debajo de uno de los sitios donde Nuestra Señora se le apareció. En la Capilla de la Aparición se puede ver el rostro y los labios que por cuarenta y seis años mantuvieron un secreto que desde entonces ha conmovido al mundo… El hecho de que santa Catalina posara sus manos sobre el regazo de la Santísima Virgen no la convirtió en santa. Ella no realizó milagros personalmente, ni tampoco practicó una caridad heroica como lo hicieron otros grandes santos. No fue pobre materialmente como lo fueron los niños de Fátima o santa Bernardita. Ella nació en una familia de la clase media alta de las praderas y viñedos de Borgoña, en Francia… La santidad de Catalina se desarrolló en la mitad de un siglo de servicio fiel como una sencilla Hija de la Caridad”.

Santa Catalina de Alejandría

Los datos históricos que se conservan de Santa Catalina de Alejandría son muy escasos. La edición original griega de la “passio” es del siglo Vl y dado que su martirio fue el 25 de noviembre del año 305, ha transcurrido demasiado tiempo entre su martirio y el texto que lo relata.

Hecaterina (la futura Santa Catalina), era hija única, muy rica, de llamativa belleza, perteneciente a la nobleza de Alejandría –algunos afirman que de estirpe real- e increíblemente docta. Con motivo de que el Emperador Maximino (Magencio en la leyenda) ordenó, bajo pena de tortura y muerte, sacrificar a los dioses, Catalina se enfrentó con el Emperador. Éste hizo reunir a los más sabios de la ciudad para convencer a la joven. Sin embargo, ante el asombro general, fue la joven quien convenció a los sabios que se convirtieron al cristianismo, por lo que el Emperador los condenó a la hoguera, pero éstos, antes de morir, pidieron a Catalina la señal de Cristo (por ello se la considera patrona de los filósofos y de las doncellas).

La indignación del Emperador, al parecer, se convirtió en rabia y odio, cuando, a pesar de sus halagos, Catalina no renegó de sus creencias.La hizo azotar con nervios de buey, pero Catalina siguió sin ceder. La redujo a prisión y al hambre y la sed sin conseguir su objetivo; y lo que fue peor para el prestigio del Emperador, durante su prisión, Catalina convirtió a la emperatriz Augusta y al tribuno Porfirio. Deformada la mente del Emperador por su fracaso, ideó, con la ayuda de un herrero y un carpintero, una cuádruple rueda de afiladas cuchillas destinada a provocar un suplicio atroz y la muerte a Catalina.

No se sabe a ciencia cierta cómo salió ilesa (por ello se representa a Santa Catalina con la rueda), pero lo cierto es, que ante su creciente desprestigio el Emperador mandó decapitar a Catalina. Tampoco se sabe a ciencia cierta cómo fueron a parar sus restos al Monte Sinaí, donde un antiguo monasterio ortodoxo lleva su nombre y conserva sus reliquias. Su fama -que ha casi eclipsado la de Moisés-, culto y devoción, se han hecho universales. Así mismo, ha tenido un reflejo, igualmente universal en el arte; por ejemplo en la pintura: el Sposalizio mistico de Correggio (Louvre) y los cuadros de Rafael, Tintoretto, Caravaggio,…

Escribe Carlos Pujol: “…Pero tal vez lo más atrayente del personaje, según lo describe su “pasión”, no es tanto la muerte a manos de infames sicarios, sino su ansiosa búsqueda de la Verdad en el ambiente blando y cosmopolita, corrompido y ecléctico de la Alejandría de su época. Su santo se celebra el 25 de Noviembre. (Carlos Pujol, La casa de los Santos, ediciones Rialp, 1989, p. 390).

Termino con el último párrafo de la biografía de Francisco Pérez: “Sea lo que fuere en cuanto se refiere a la historia comprobable, lo cierto es que la figura de nuestra santa lleva en sí la impronta de lo recto y sublime que es dar la vida por la Verdad que con toda fortaleza se busca, y, una vez encontrada, se posee firmemente hasta la muerte. Esto es lo que atestigua la tradición, la leyenda y el arte. (Francisco Pérez González, Dos Mil Años de Santos, Ed. PALABRA, 2001, Tomo ll, p. 1432).

Pilar Riestra
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