Ni laicismo militante y combativo contra la religión, ni fundamentalismo religioso contra otras actitudes confesionales, laicas o ateas. Cada cual es libre de pensar como mejor le plazca y, sobre todo, en el terreno religioso que debe ser una parcela íntima y privada en la que nadie tiene derecho a inmiscuirse. Menos aún a imponer un estilo de vida o a considerar que le religiosidad ajena es un peligro para la libertad social.
El ateismo nazi, al que se ha referido Benedicto XVI en su viaje a Inglaterra, generó una política nefasta para el desarrollo pacífico de Europa, y aún del mundo, en el siglo XX. Es evidente, por el contrario, que el sentimiento religioso, templado y ecuánime, en cualquier comunidad nacional, contribuye a la convivencia pacífica, ya que, por principio, ninguna religión enseña otra cosa que hacer el bien y evitar el mal.
Que la doctrina se haya pervertido y que en nombre de Dios los hombres hayan politizado las religiones realizando verdaderas barbaridades, tales como la quema de herejes inquisitorial o la Guerra Santa musulmana, no quiere decir que el mal esté en la doctrina, sino en su instrumentación política.
El ejemplo histórico más evidente nos lo ofrece Roma. El Imperio Romano no se forjó quemando dioses ni arrasando templos, sino respetándolos. Donde Roma imponía su poder, no solo respetaba a los dioses de las potencias sometidas, sino que los incorporaba a su panteón. El gobierno del Imperio veía con buenos ojos la religiosidad del pueblo, porque era fuente de entendimiento y de buena convivencia, ya que la moral derivada de las creencias religiosas no hacía otra cosa que fomentar las buenas costumbres.
Cicerón decía que la historia es maestra de la vida. A la historia, pues, deberíamos de mirar y aprender de ella. Las actitudes radicales e iconoclastas, rara vez conducen a otra cosa que al enfrentamiento y al odio, malos compañeros de la buena convivencia. El atacar violentamente a las creencias ajenas no genera sino malestar social y enfrentamientos indeseables.
Ténganlo en cuenta nuestros políticos. Ya dijo Maquiavelo, (que no era precisamente un clérigo) que allí donde no se respeta la religión, se produce el desastre: “porque la religión produjo buenas costumbres, las buenas costumbres engendraron fortuna. Y del mismo modo que la observancia del culto divino es causa de grandeza de las repúblicas, así el desprecio es causa de su ruina”..
Y permítaseme concluir con una afirmación perfectamente liberal: No se puede combatir a la Religión pretextando la aconfesionalidad del Estado. Que éste no tenga religión oficial, no quiere decir que no se respeten las creencias de los ciudadanos, cuya única obligación, en la práctica de sus respectivas religiones, es no alterar el orden público. Y por lo que atañe a los ritos católicos, las Procesiones cuaresmales y de Semana Santa, Corpus, Patronos locales, etc. etc., no solo no alteran dicho orden, sino que son una tradición secular y que, además, procuran unos saneados ingresos al comercio, y a la hostelería. Es decir que, encima, contribuyen a la elevación del nivel de vida de las ciudades y pueblos que organizan dichos festejos.
Fernando Álvarez Balbuena