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ACERCA DEL ARTÍCULO 155

¿Infantilismo revolucionario?

El Presidente Mariano Rajoy aplica el artículo 155 de la Constitución Española
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El Presidente Mariano Rajoy aplica el artículo 155 de la Constitución Española

28 OCTUBRE 2017

Por Pedro F. R. Josa
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(...) Cuando intentas curar una enfermedad lo primero que debes evitar es confundir los síntomas con la causa. De lo contrario puedes agravar los males que intentas aplacar. El 155 es el “sana culito de rana” de nuestro equipo médico, que sigue sin entender a lo que nos enfrentamos...

En mayo de 1918 Lenin escribió un artículo titulado “Acerca del infantilismo «izquierdista» y del espíritu pequeñoburgués”, en el que señalaba que “lanzar frases sonoras es una propiedad de los intelectuales pequeñoburgueses desclasados”, mientras que para el verdadero revolucionario solo cabía una posibilidad, actuar. Por eso mismo, “sería un error evidente dar rienda suelta a los chillones y palabreros, que se dejan arrastrar por el «brillante» revolucionarismo, pero que son incapaces de efectuar una labor revolucionaria firme, reflexiva y sopesada, que tenga en cuenta también las dificilísimas transiciones”.

Si nos olvidamos por un momento de la contaminación independentista y nos centramos en el trasfondo real del asunto catalán, atinadamente señalado por sabios observadores de la realidad como Gaspar Ariño Ortiz o Manuel Pastor, ¿cómo describir la presente revolución catalana? ¿Es infantil o por el contrario, es un proceso ya maduro? La cuestión no es baladí, por cuanto de su respuesta dependerá la eficacia de la aplicación del tristemente famoso artículo 155 de nuestra Constitución.

Si fijamos tan solo nuestra atención en el aspecto político-institucional de la actual crisis, no hay duda alguna, el infantilismo de las élites soberanistas catalanas es manifiestamente insultante. La naturaleza burguesa del nacionalismo catalán pervive aún en gran parte de sus élites, incluso de las nuevas de izquierda, donde a más de uno su apellido se le queda corto.

Son vocingleros loquinarios profesionales, que han hecho de la estridencia y el radicalismo la base de su representación, pero tan cobardes que cuando sus seguidores se parten la cara por ellos, son incapaces de acudir a su lado, y en su lugar, buscan cualquier refugio desde el cual seguir escupiendo su revolucionarismo de boquilla (ahí están las imágenes del 1-O, todos ellos votando en colegios seguros mientras sus seguidores se enfrentaban a la policía). Solo son gallitos de salón y americana.

De ser ese el único revolucionarismo en la actual Cataluña no habría mayor problema. El artículo 155, con elecciones incluidas, sería una respuesta contundente y eficaz. Equivalente al castigo que recibe un niño cuando se porta mal. Todo muy infantil.

Pero me temo que aplicarlo ahora equivale a dejar sin televisión a un adolescente cuando llega a casa más tarde de lo acordado. No solo se reirá en tu cara, sino que no le importará nada. Hace años que ni mira el televisor porque lo suyo es el móvil, la tablet o el ordenador. Y mientras tú, como madre y padre, te quedas sorprendido ante su indiferencia, sin comprender que el tiempo de los castigos ya pasó, que tu hijo es tan persona como tú, es decir, con tantos o más recursos que sus padres. Es un adulto que puede vivir perfectamente sin televisor.

Pues mucho me temo que el revolucionarismo catalán, el de verdad, el que se lleva cocinando en la sombra de las aulas escolares y los comités populares durante décadas, ya es lo suficientemente maduro como para poder prescindir de sus instituciones y políticos. Da igual que les prohíbas ver el televisor, hace años que están desconectados… y tú sin saberlo, preocupado por tus cosas, te das cuenta de repente, y el bofetón te lo acabas llevando tú.

Creer que con la aplicación del 155 se resolverá siquiera el desafío institucional es de ilusos que no comprenden la realidad no solo catalana, sino de todo proceso revolucionario. Los políticos torpes están en todas partes, aquí y allí.

Hace tiempo que el revolucionarismo catalán ha vaciado de poder las instituciones catalanas. El Govern y el Parlament no les representan y no les dolerá lo más mínimo que sean intervenidos y controlados por Madrid. El soberanismo ha ido minando conscientemente su poder, y con ello la base democrática de su sistema, para colocarlo fuera de las instituciones, donde de verdad puede controlarlo, incluso con el 155 en marcha.

Como demuestran los constantes vaivenes de Carles Puigdemont, las instituciones catalanas legalmente constituidas son solo la fachada de un edificio en ruinas. El Govern ha traspasado el poder real al Gabinete de Coordinación, o Estado Mayor, como se le conoce. En él se encuadran representantes de Junts pel Sí, es decir, del PDeCAT y ERC, los partidos en el poder; más delegados de la Asamblea Nacional Catalana (ANC) y Ómnium Cultural (OC), cuyos líderes se encuentran en prisión acusados de sedición; a los que hay añadir ex altos cargos como el omnipresente Artur Mas y delegados del sector empresarial independentista como Xavier Vendrell (antiguo terrorista de Terra Lliure devenido en consejero y facilitador empresarial, fue Consejero de Gobernación con Pasqual Maragall y diputado regional con ERC por diez años).

A esta estructura semioficial habría que sumar los Comités de defensa del referéndum (CDR), creados en su día para movilizar a los partidarios de la consulta independentista y enseñarles a resistir la previsible acción policial contra la misma, y que hoy han derivado en comités de defensa de la república. A pesar de su fuerte conexión con ANC y OC, y reivindicar un carácter transversal, se encuentran dominados en su mayoría por la Candidatura de Unidad Popular (CUP). En ellos hoy se imparten talleres de desobediencia civil no violenta contra las posibles medidas que el Gobierno central de Madrid pueda tomar en virtud del 155. Así entrenan su gimnasia revolucionaria.

Este es el verdadero poder en la Cataluña independentista, que no independiente. No es un poder legítimo, no ha salido de las urnas ni representa a todos los catalanes, tampoco se encuentra en las instituciones constitucionales ni estatutarias. Precisamente por eso al Govern le resultó muy fácil violar la Constitución, el Estatut y sus propias leyes de desconexión y de consulta. Porque la revolución no conoce más ley que la del pueblo, y el pueblo revolucionario habla hoy en el Estado Mayor y los CDR.

Por eso también Puigdemont pedía ahora continuar la lucha, porque esto no ha acabado con la declaración del Estado catalán independiente en forma de República, para llevarlo a cabo se tendrán que incendiar las calles, tal y como ha anunciado ya la CUP. Será en una pira de tamaño regional.

Que el incendio no escale a nivel nacional se debe principalmente al papel del PSOE, que como ya he señalado en artículos anteriores, es el fiel de nuestro actual sistema político. Si he criticado con dureza a su Secretario General, ahora alabo a Pedro Sánchez, cuyo apoyo al 155 es no solo una decisión valiente por su parte, sino que aleja a España de un nuevo abismo al que le ha querido arrastrar Podemos, que ahora llora sus lamentos por no haber contagiado al hermano mayor con sus derivas revolucionarias.

Y es que estamos como siempre, con las izquierdas radicales aliándose con los separatistas y terroristas de todos lares para llevar al traste este proyecto de convivencia llamado España. Si hemos llegado hasta aquí, todos sabemos por qué. Durante décadas los grandes partidos han cebado al separatismo a cambio de apoyo político, dividiendo a la ciudadanía en españoles de primera y de segunda, curiosamente, los primeros adquiriendo su estatus por renegar de su españolidad, mientras el resto nos hemos partido el lomo para ser simples mindundis ahistóricos.

Ahora esos mismos partidos que han alentado el separatismo intentan conjurarlo con un mero instrumento jurídico, con implicaciones políticas, sí, pero al fin y al cabo mero trámite legal. No comprenden, o no quieren comprender, que el carácter revolucionario del actual independentismo catalán tiene una dimensión socio-cultural mucho más importante que la política. ¿Por qué si no se molestarían en dominar sectores clave como el educativo o el informativo? El resultado lo vemos hoy en las calles, con miles de jóvenes adoctrinados en el odio a lo español portando la senyera como si de un talismán mágico se tratara. Con una TV3 que representa el 31% del gasto total de las televisiones autonómicas corrompiendo las mentes de sus espectadores con todo tipo de falsedades. Falsedades que en las aulas se han convertido en manuales didácticos sin que nadie en Madrid lo haya impedido. La propaganda al servicio de la revolución es desde hace mucho lo único que conocen centenares de miles de adolescentes, esos a los que no les hace falta la televisión porque viven en, por y para la Catosfera.

En estas condiciones el 155 llega demasiado tarde, y unas elecciones en diciembre no servirán para gran cosa. En Madrid no se han enterado aún de que no se trata de una independencia, sino de una revolución. Tan ocupados han estado en otros menesteres que cuando tienen que gobernar de verdad, no saben ni por dónde empezar, y ahora aplican un corte analógico en plena era digital.

Cuando intentas curar una enfermedad lo primero que debes evitar es confundir los síntomas con la causa. De lo contrario puedes agravar los males que intentas aplacar. El 155 es el “sana culito de rana” de nuestro equipo médico, que sigue sin entender a lo que nos enfrentamos.
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