Cuando se produce un Golpe de Estado, o gana el Golpe o gana el Estado.
Para analizar el caso del reciente Golpe de Estado en Cataluña no podemos renunciar a tener en cuenta dos principios filosófico-políticos básicos de la Civilización Occidental: primero, los regímenes democráticos pueden degenerar en regímenes demagógicos que eventualmente conducen a la tiranía (Platón, La República o el Estado, Libro VIII; Aristóteles, La Política, Libro Quinto, V); segundo, el gobierno de las leyes idealmente debe desplazar al gobierno de las personas (Platón, Las Leyes, Libro III; Aristóteles, La Política, Libro Cuarto, IV).
La historia de nuestra Civilización europea ofrece una variadísima fenomenología del golpismo, pero centrándonos en los tiempos modernos, podemos coincidir con Curzio Malaparte en su obra clásica de 1931, de que Napoleón Bonaparte protagoniza “el primer Golpe de Estado moderno” (Técnica del Golpe de Estado, Barcelona, 1960, capítulo V). Si la técnica fue esencialmente militar, con el ejército como instrumento, su sobrino-nieto Louis Bonaparte organizaría el primer golpe con una técnica político-militar, en el que se combinaron el ejército y un partido-movimiento político de corte populista autoritario y antiparlamentario. Karl Marx lo analizó brillantemente en su ensayo El 18 Brumario de Louis Bonaparte (1852). Muchos marxistas invocarán este texto clásico como una perfecta anticipación del fascismo, pero cierran los ojos a otros textos no menos clásicos que proponen la insurrección y el golpismo revolucionario en la tradición socialista-comunista-anarquista, en que el ideal autoritario (y eventualmente totalitario) no estará ausente: desde el análisis de la Comuna de Paris por Karl Marx en La Guerra Civil en Francia (1872), hasta los escritos de Lenin en los que plantea abiertamente la técnica insurreccional y golpista en Rusia entre Septiembre y Octubre de 1917.
Si los golpes bonapartistas y los estrictamente militares dominaron todo el siglo XIX y gran parte del XX y XXI (para nuestros lares y penates, véase Julio Busquets, Pronunciamientos y golpes de Estado en España, Planeta, Barcelona, 1982, donde se registran desde 1814 hasta el 23-F de 1981, cerca de sesenta casos), los golpes de tipo político, insurreccional y revolucionario, tras el breve experimento de la Comuna de Paris en 1871, tiene su perfecto modelo –que inspirará también a los golpes de tipo fascista– en el golpe de Estado de los bolcheviques en Rusia en Octubre/Noviembre de 1917, cuyo centenario se va a conmemorar mundialmente en las próximas semanas.
Malaparte afirma al inicio de su ensayo “Si el estratega de la revolución bochevique es Lenin, el táctico del Golpe de Estado de Octubre de 1917 es Trotsky (…) Lo que importa es la táctica insurreccional, es la técnica del Golpe de Estado.” (Ob. cit., páginas 9 y 13). Discrepo. Ciertamente Lenin fue el gran estratega en todos sus escritos hasta, incluido, El Estado y la Revolución (redactado en agosto/septiembre de 1917). Pero a partir de entonces, comenzó a proponer medidas tácticas concretas, recordando reiteradamente las palabras de Marx “la insurrección es un arte”, en sucesivos escritos entre Septiembre y Octubre/Noviembre: Los bolcheviques deben tomar el poder, El marxismo y la insurrección, La crisis ha madurado, ¿Se sostendrán los bolcheviques en el poder?, y diversas Cartas a los Soviets y a los camaradas bolcheviques.
Todos los Golpes de Estado llevan implícitos una dictadura. Nuestro Juan Donoso Cortés observó que la dictadura es la expresión de una decisión ante la ambigüedad. Frente al “diálogo eterno” del parlamentarismo utópico lo mejor es una decisión. Y frente a la dictadura insurreccional, es inevitable la dictadura preventiva del Gobierno, en el mejor de los casos en la forma de una dictadura constitucional, como insinuó el pensador español y desarrollaría su “discípulo” el pensador alemán Carl Schmitt.
Se han comparado las situaciones del 23-F y del 1-O, y los respectivos comportamientos de los Jefes de Estado, los Reyes Juan Carlos y Felipe. Creo que no son comparables. La actitud del actual Jefe de Estado no ha tenido la ambigüedad, por no decir complicidad, que tuvo la de su padre (no entro ahora en un análisis en profundidad, remito al lector a los trabajos de investigación sobre el 23-F casi definitivos de Jesús Palacios). El Rey Felipe ha encarnado cabalmente en la presente crisis el papel de guardián o “defensor de la Constitución” (Der Hüter der Verfassung, como teorizó Carl Schmitt en 1929-1931).
La Nación española ha resurgido desde las jornadas del 7 y 8 de Octubre. El Estado, representado por su Jefe, el Rey, lo había hecho días antes. Ambos, Nación y Estado, parece que gozan de buena salud. No puedo decir lo mismo del Gobierno, parte del sistema político de una democracia imperfecta, no consolidada (quizás fallida), entre otras causas por tratarse de un sistema partitocrático, no democrático.
Algunos consideran que este golpe catalán es o ha sido un golpe de Estado silencioso, simbólico, retórico, a plazos, diferido, o a cámara lenta. Otros prefieren conceptuarlo golpe soft, posmoderno, buenista, esperpéntico, valleinclanesco o boadellasco (podríamos llamarlo golpismo ubú-butifarrero), bobo, pelmazo, provinciano, cateto y ridículo. ¿No se han percatado los separatistas que el acrónimo DUI en lengua inglesa significa “Driving Under Influence”? Lo peor es el tiempo –¡más de cuarenta años!– que nos han hecho perder a todos, y el que nos harán perder en los años venideros.
El catalanismo político –conglomerado o abanico de posiciones ideológicas sobre la autonomía/soberanía de Cataluña– a lo largo de nuestra historia contemporánea ha producido algunas –muy pocas– figuras intelectuales y políticas brillantes (Almirall, Cambó, Tarradellas), pero la mayoría han sido personas desequilibradas o mediocres (Figueras, Pi y Margall, Prat de la Riba, Macià, Companys, Irla i Bosch, Pujol, Maragall, Montilla, Mas, Puigdemont… por nombrar solo a los dirigentes máximos).
Parafraseando a Hegel es conocida la frase de Marx de que la historia siempre se repite, la primera vez como tragedia, la segunda como farsa. En 1934 el presidente republicano Alejandro Lerroux impidió el golpe separatista catalán, pero no pudo evitar a corto plazo la tragedia de la Guerra Civil. Hoy espero que el sainete o esperpento catalán se resuelva simplemente bajando el telón con la maquinaria legal-constitucional.