La prolongación de la caótica situación que vive España como consecuencia del diabólico juego de Puigdemont y sus compañeros de aventura independentista unilateral nos lleva a todos a un punto de saturación que empieza a ser insoportable.
Si como parece el Gobierno de España ha desencadenado el procedimiiento de puesta en marcha del Artículo 155 de la Constitución, bienvenida sea la decisión. Solamente esperamos que este proceso de control de la autonomía que se ha salido de la legalidad sea rápido y ejemplar, y que nos devuelva a todos la sensación y la seguridad de vivir en un Estado de Derecho en el que el respeto a las leyes sea su paradigma.
El precio que deberemos seguir pagando todos los españoles es soportar las melifluas disquisiciones de la clase política, en la que cada uno desde su particular interés y bandera nos seguirá confundiendo. El mejor ejemplo nos lo acaba de dar Pedro Sánchez anunciando por un lado su apoyo a las medidas del Gobierno y por otro resaltando su acuerdo con el mismo para abrir su deseada reforma de la Constitución.
Porque fíjense ustedes: la reforma de la Constitución que persigue Pedro Sánchez no es precisamente aquella que fije definitivamente la soberanía de los españoles y la integridad del territorio español, que eliminaría también definitivamente las aspiraciones secesionistas de cualquier parte de España, sino todo lo contrario: la búsqueda del acomodo de estos últimos que lleva, indefectiblemente, para ser aceptada, al cuestionamiento de esos dos conceptos.
¿O acaso Pedro Sánchez defiende una reforma de la Constitución que elimine la discriminación positiva de los nacionalismos en la Ley Electoral y que saque de la cancha a aquellos partidos políticos que cuestionen la soberanía nacional y la integridad del territorio, como así se protegen las democracias más importantes y consolidadas del mundo?
Así son las cosas y, el que no quiera verlas, pues nada: a seguir mareando la perdiz.