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¿Qué pasará cuando dejemos de ser mortales?

Ilustración: www.arete7cine.wordpress.com
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Ilustración: www.arete7cine.wordpress.com

La Crítica, 17 Julio 2017

Por Félix Ballesteros Rivas
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Cada vez oiremos hablar más de ello: la Ciencia trabaja para conseguir la Inmortalidad y, como no, damos por supuesto que alguna vez lo conseguirá. ¿Hay algún peligro en ello, aparte de que sea un timo? Al menos merece la pena pensar un poco sobre el asunto; vamos a ello.

He leído que un directivo de Google se toma varios cientos de pastillas cada día con la esperanza de prolongar su salud (o su vida, más bien) hasta que otra división de la macroempresa, grupo especializado en conseguir algo lo más parecido a la vida eterna, tenga éxito en sus investigaciones médicas.

No podemos descartar que esos esfuerzos tengan éxito en alguna medida, un Gran Éxito incluso, pero tampoco se puede descartar que la cosa quede en casi nada y los obsesionados en emular a Matusalén queden como unos patéticos engañados. Seguramente no será ni lo uno ni lo otro, por supuesto pero, para los efímeros como nosotros, nos vendría bien encontrarle un montón de pegas a la vida eterna, aunque sólo sea para consolarnos.

Suelo utilizar a menudo el símil de que La Vida es como un río: al principio un chorrillo que apenas merece nombre, poco más adelante un arroyo de montaña que se mueve con fuerza y ruido erosionando todo lo que encuentra a su paso (igual que los adolescentes) que, más adelante, alcanza la llanura, acepta afluentes, fertiliza los alrededores (los adultos cuando estamos en eso de trabajar y criar hijos podemos vernos así) y, en la plenitud de su caudal, un ‘rio de éxito’ llega ser el soporte de rutas de comercio (o ayudar a los hijos, o fundar empresas) y terminar desembocando en el océano para subir a los cielos (estoy hablando de la evaporación y las nubes) y, tras la lluvia, reiniciar el ciclo en otra montaña, con otro reguerillo de agua (los partidarios de la reencarnación encuentran un especial ajuste de esto con sus ideas).

Lo malo es si no hay un océano al que llegar, o está demasiado lejos. En ese caso los meandros se van haciendo más y más retorcidos para acabar en pantanos o en un lago o mar interior, normalmente en exceso salobre, de nivel estacional y poco dado a la biodiversidad.

SI viviésemos demasiado (ya veríamos cuanto es exactamente ‘demasiado’). ¿No terminaríamos siendo como esos ríos que acaban en el Mar de Aral en Asia, o el lago Chad en África?: Rodeados de esterilidad, con una utilidad agotada cauce arriba. No aportan a su entorno final más que los últimos residuos inaprovechables de lo que han recogido por el camino, quizá nada más que basura y metales pesados que envenenan el entorno en su destino.

Sí: los viejos somos muy útiles a la Sociedad con nuestra experiencia y todo eso, pero sin pasarse, que nuestras experiencias y nuestra profunda sabiduría, en su caso, fueron muy útiles para la sociedad en la que desarrollamos nuestra vida laboral, pero no necesariamente para el mundo de dentro de unos años en las que nuestros consejos estarán cada vez más desfasados.

Y no nos engañemos en algo muy importante: el mundo se mueve gracias al empuje de la juventud y de esas fuerzas que encontrábamos en donde hiciera falta cuando un hijo necesitaba cualquier cosa que nos pidiera. Pero si se prolonga la vida humana a simplemente al doble de la duración actual (una cifra modesta a la vista de cómo la Tecnología se ha comportado hasta ahora en otros campos: si la Medicina le coge el tranquillo al asunto igual que ha hecho la electrónica, estaríamos hablando de vivir milenios en cuatro telediarios), tendríamos que soportar que la mayor parte de nuestra existencia sería con nuestros hijos ya criados y emancipados, igual que los nietos, biznietos y tataranietos, que no nos necesitarían para nada y estarían más que hartos de que les contemos nuestras batallitas.

Eso, por supuesto, si lo de alargar la vida se hace en la fase saludable de ella, y no simplemente estirando la senilidad mientras el corazón reaccione a impulsos nerviosos o eléctricos que lo hagan latir.

En un mundo de gente con una esperanza de vida tan prolongada, independientemente de la edad de jubilación oficial, mucha más gente que ahora emprendería inversiones a largo plazo, huiría del riesgo financiero y la ecuación típica de que las inversiones con riesgo son las que pueden dar grandes beneficios se vería trastocada hasta el punto de que las iniciativas imaginativas, atrevidas, innovadoras en suma, se verían arrinconadas, sin fácil financiación… el progreso se ralentizaría en un momento en el que los recursos serían cada vez más escasos, en un tiempo en el que se necesitarían soluciones realmente originales para sacar adelante la Sociedad.

Un detalle muy revelador: si se repasan las biografías de la mayoría de los científicos de la historia, se puede ver que en casi todos los casos El Descubrimiento genial, La Aportación a la Cultura y a la Ciencia que les convirtió en alguien útil para la Sociedad, la hicieron muy al principio de su carrera profesional. Con abundantes excepciones, por supuesto, pero la Historia y las estadísticas nos dicen que después de los 35-45 años podemos hacer muchas cosas, pero si para entonces no hemos tenido La Idea Genial, es muy difícil que la tengamos después. Entonces, si los jóvenes se convierten en una minoría marginal, el peligro es que nos quedemos anclados en una sociedad no sólo envejecida, sino inmovilista en el campo de las ideas y de la cultura, un mundo en el que cada vez haya menos cosas nuevas bajo el sol.

¿Resultará que Moliere o Quevedo se conviertan en alguien tan actual como lo último que se estrene en los cines (o en lo que herede ese papel)? Porque lo que decía a cuenta de los científicos y sus ideas geniales es de aplicación en todos los campos; y, si no, repasemos la edad en la que los pintores, directores de cine o músicos han hecho sus obras más innovadoras. Por supuesto, no me refiero a las más perfectas, que suelen calificarse como realizadas con ‘una técnica muy madura’. Lo dicho, no habría diferencias (positivas) entre ‘los clásicos’ y lo último publicado.

Otro detalle a tener muy en cuenta: muchas enfermedades seguirán sin tener curación. Ello nos podría abocar a que una gran parte de nuestra vida la disfrutásemos arrastrando cualquier tipo de demencia (senil o de las otras), diabetes, reuma, ceguera o cualquiera de las lindezas que no tengan arreglo. Además, al vivir mucho más, con toda probabilidad tarde o temprano nos iban a caer todas y cada una de esas maldades.

Y eso si somos ricos, que si somos pobres lo más probable es que sólo tengamos derecho a las enfermedades y, de éstas, sólo a las gratuitas. Bueno, al menos al principio, porque todos los avances son primero para quien pueda pagarlos y, con el (a veces mucho) tiempo, llegan a los demás; aunque es probable que, por la propia naturaleza de la cuestión, lo de extender ‘urbi et orbe’ los beneficios de la supergeriatría se retrase todo lo posible.

Porque lo que sí le llegará a todos es la inevitable limitación de la natalidad. Es ineludible: si desciende la mortalidad y no se limita la natalidad, llegaría el día en el que los continentes estarían llenos y la gente se caería al agua por las costas. Y mucho antes habríamos acabado con todas las materias primas y, antes aún, no habría agricultura intensiva que nos (‘les’: yo no querría vivir allí) alimentase a todos.

En esa situación seguro que los derechos de procreación terminan estando disponibles con más flexibilidad para quien ‘aporte más’ a la Sociedad (para quien pague más, dicho en román paladino), mientras que los ‘menos favorecidos’, los de etnias marginales, los que exhiban cualquier inconveniente (quizá en alguna parte se consideraría un inconveniente tener un color de piel inadecuado), tendrían que parir a escondidas.

Limitar el crecimiento demográfico es ineludible a largo plazo en cualquier caso, por mucho que eso moleste a los políticos a los que una natalidad baja hace temblar al pensar en quién pagará las pensiones de dentro de unos años, pero es indudable que un alargamiento sustancioso de la vida agravaría el problema de forma crítica y haría necesario tratarlo con urgencia.

Aunque entonces podría pasar lo mismo que ahora ya se da en otro nivel: los países pobres no limitan su natalidad, pero exportan una parte de ella a las demás naciones: si eres chino y quieres tener varios hijos no tienes más que emigrar a Occidente y en unos años puedes satisfacer tus aspiraciones de paternidad.

Por cierto, en esa sociedad futura es improbable que se siga admitiendo la pena de muerte (en cuanto países como China o Estados Unidos se conviertan en civilizados). En esa situación, una pena de cárcel por treinta años no es tan dura, si se aspira a vivir muchos más después de salir de la celda, y más de uno llegaría a la conclusión de que puede merecer la pena darse el gusto de cargarse a otro ‘uno’. ¿Los crímenes, pasionales o fríos, aumentarán?

Resumiendo: siempre nos podremos morir de algo. Nuestros hijos seguro que vivirán más años, muchos más es posible, eternamente… casi que no.

Y, mientras tanto, preocupémonos de dejar un mundo algo mejor del que nos encontremos y, así, nuestros descendientes nos podrán recordar con una sonrisa.

Yo no me atrevo a pedirle más a La Vida.

Félix Ballesteros Rivas

16/07/2017

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Félix Ballesteros Rivas

Ingeniero de Telecomunicaciones y escritor.

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