A la clásica tradición tiranicida, de inspiración tomista, en el pensamiento político español (especialmente representada por la escuela jesuita con Juan de Mariana, Martín Antón del Río y, más moderadamente, Francisco Suárez), hay que añadir hoy la nueva escuela solo retóricamente “tiranicida” de los periodistas progres, borrachos de antiamericanismo. El último ejemplo, Lluis Bassets y su columna “El tirano, sin máscara” en El País, el pasado 11 de Mayo de 2017.
Ya sé que es pedir peras al olmo que los periodistas españoles, salvo alguna excepción, sean conocedores rigurosos de la historia del pensamiento político, e incluso conozcan el significado del término tiranía, ya que para ello, aparte del diccionario de la RAE, deberían haber leído a Platón, Aristóteles, Tucídides y Jenofonte, entre los clásicos, y a Leo Strauss (On Tyranny, New York, 1948) entre los modernos.
El artículo de Bassets es solo un síntoma de una enfermedad ideológica generalizada en España: el antiamericanismo, radical o “chic”, de los intelectuales, académicos o mediáticos (antiamericanismo cómico y estúpido, como sugeriría A. Gramsci hacia 1930 con gran perspicacia, desde la cárcel en Italia durante el Fascismo).
Algunos prestigiosos analistas políticos en Europa ya pronosticaron hace años el carácter patológico mental del antiamericanismo. El socialista Anthony Crossland en 1956 lo definió como “una neurosis izquierdista” y George Orwell lo subscribió; asimismo el liberal Jean- Françoise Revel (Ni Marx Ni Jesús, 1970) lo caracterizó como “uno de los problemas psicológicos más importantes de nuestro tiempo”; y el fino politólogo -y psiquiatra profesional- Charles Krauthhammer nos lo ha recordado en días recientes, a propósito de la “histeria anti-tiránica” (“tirano”, “golpista”, “dictador”, “fascista”…son algunos de los insultos) desatada por el Partido Demócrata y sus aliados mediáticos contra el presidente Trump tras la destitución del director del FBI.
El artículo de Bassets, por otra parte bastante insulso, pone de manifiesto la ignorancia por el autor del sistema político y constitucional estadounidense, intencionadamente olvida el corrupto historial del director del FBI durante la pasada campaña presidencial (véase: Andrew C. McCarthy, “James Comey´s Dereliction”, National Review, October 24, 2016) y se apunta a la obsesión progre –ahora atizada por los Demócratas y sus medios afines- de conseguir, evidentemente no el asesinato del tirano, sino un impeachment del presidente Trump, evocando insinuaciones o sensaciones “nixonianas” y comparaciones absurdas, sin fundamento legal, con el caso Watergate.
Por cierto hay un precedente: El País desinformó durante dos largos años, con las crónicas patéticas de Ernesto Ekáizer, sobre un presunto “Nuevo Watergate” y un posible impeachment del presidente George W. Bush a propósito del affair Wilson-Plame (un caso más bien de deslealtad, si no alta traición, del Secretario de Estado Colin Powell –después un converso obamita- y su adjunto Richard Armitage). El Washington Post también cometió el error y al final pidió disculpas a sus lectores. El País nunca tuvo ese detalle con los suyos.
De los medios de comunicación radicales de izquierdas no merece la pena hablar. Otros “tiranicidas” más moderados –insisto: con carácter puramente retórico e ironía por mi parte- , como los democristianos y liberal-conservadores (Antonio Jiménez y la COPE, Francisco Marhuenda en La Razón…), e incluso liberales “puros” (Eduardo Inda en OKdiario, Federico Jiménez Losantos en Libertad Digital, Pedro J. Ramírez en El Español…), en su histérica obsesión anti-Trump y anti-Le Pen han apostado, y estaban en su derecho, sucesivamente por Hillary Clinton en EEUU (2016) y por Emmanuel Macron en Francia (2017), siguiendo la estela de toda –repito: toda- la clase política en el espectro ideológico español (PP, Ciudadanos, PSOE, IU, Podemos, nacionalistas y separatistas periféricos, etc.). Todo ello abunda en esa especie de cultura del antiamericanismo que anega la información y la política españolas.
Si durante la Era Obama y la campaña presidencial de Hillary Clinton (y de Bernie Sanders) ese antiamericanismo se adormeció fue por la falsa percepción progresista y eurocéntrica de que EEUU por fin había visto la luz, y el Partido Demócrata estaba abandonando el “excepcionalismo americano” (Obama dixit), identificándose con el socialismo/estatismo europeos (Obamacare, etc.), y renunciando a su liderazgo mundial, o como mínimo, adoptando un estilo nuevo, el multiculturalista y multilateralista “Leadership from Behind”.
Pero se han llevado un gran chasco con el populismo americano, regenerador y auténticamente democrático por basarse en las elecciones populares sin mediación de las élites políticas o mediáticas, muy distinto a los que en España y Europa pretenden suplantar a la partitocracia y a la eurocracia sin renunciar al autoritarismo/totalitarismo partidista y estatista.
Libertades, Constitución e Imperio de la Ley versus Estado de Derecho y sus abogados del Estado, versus Estado Administrativo y sus “enarcas”. Primero el Tea Party, después Trump y el Trumpismo, han devuelto la iniciativa a la sociedad civil y al electorado independiente del Establishment, un regreso al “excepcionalismo americano” con un presidente “excepcional”, en el sentido de diferente a la clase política europea o a la convencional demócrata/republicana americana.
Como asegura David Horowitz (Big Agenda: President Trump´s Plan to Save America, 2016), “we are witnessing the worst nighmare of the American left”, pesadilla que parece haber contagiado a la izquierda mundial, reactivando su antiamericanismo. Cualquier cosa que escriban estos días los periodistas “tiranicidas”, ya se sabe, hay que sospechar que son…”fake news”.