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BRUNO ESTÁ DEPRIMIDO

BRUNO ESTÁ DEPRIMIDO
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La Crítica, 7 Febrero 2017

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Bruno está triste. Su mirada es melancólica, lánguida e inexpresiva. No entiende el porqué se ha llegado a esto. Sus movimientos ahora son lentos y pausados como si temiera herir las hierbas que pisa. Tras cada paso te mira como preguntando si lo está haciendo bien y luego baja la cabeza como si pidiera perdón por vivir. Algo ha cambiado en el entorno. Él era, hasta hace unos días, el centro de atención y alegría del barrio. Venían a verle desde la otra punta de Cápital City y a todos atendía, tuviera o no ganas, pues tal era su naturaleza y además para eso fue educado: hacer felices a los demás.

Y se pregunta… si no era suficiente con haberle recluido en apenas unas manzanas; con haberle convertido en un “castrati” que nunca podrá jugar con sus retoños; con impedirle marcar su territorio como le enseñaron sus padres... Era necesario además, en su condición de recluso, mantener las cadenas, regresarle de grado y –con las nuevas ordenanzas municipales– limitar su patio de recreo a un poco de asfalto y a las hierbas de las jardineras de su prisión.

Se pregunta Bruno si el causante del cambio fuera algún aprendiz de manipulador, que quisiera medrar contentando a amigos y enemigos. Se pregunta si el causante fuera algún vecino, desertor del arado y todavía con restos de “escaldajo” en sus ropas y con “pelo de la dehesa” que, devenido urbanita, desprecia lo que no sea él mismo. Se pregunta y se lamenta de no haber nacido en una ciudad civilizada europea donde los de su especie pueden entrar en todos los establecimientos públicos como si de seres libres se tratara.

Y además Bruno se maravilla de que la estulticia de los ediles que regulan todas estas cosas impongan unas sanciones desproporcionadas –solo al alcance de ellos mismos– e imposibles de cumplir: nada menos que casi 400 euros por mear fuera del tiesto. ¿?

Y mira Bruno al Parque de la Eragudina que nunca ha pisado, al que jamás hollaría con nada y al que –con la nueva normativa solo podrá ver en la distancia– lleno de botellas, vomitonas y vasos, pensando que tal vez su ciudad sea bimilenaria y augusta pero lo de noble, leal y benemérita le sobra. Luego, mete la cabeza entre las patas, te mira y a pesar de estar deprimido mueve un poco su plumosa cola de “golden fuego”. Y no la baja del todo porque Bruno es un golden. Es un golden maragato.

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