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¿Ovejas? ¿Borregos? ¿Cabrones? ¿…?

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LCL/ PHILIP BUSTERO

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¿En un rebaño tradicional aparte de los perros de carea no había también unos de defensa? ¿Qué narices hacen ante un peligro como este? No digo que los mastines leoneses se coman a los pastores –solo faltaría– pero al menos podían ladrar que para algo están.

Tal vez le cueste creerlo pero la sociología y las ciencias políticas tienen mucho que ver con el mundo del pastoreo. En especial el de ovejas y cabras. Al fin y al cabo en ambos casos se trata de una ciencia o arte (me inclino por lo segundo) para cuidar, conducir y explotar a unas sociedades animales de individuos gregarios que se sienten libres pero no hacen otra cosa que dejarse ordeñar por el zagal de turno.

No siempre el director –pastor o político según el caso– de estos rebaños es el dueño de ellos, siendo frecuente que el auténtico propietario y beneficiario sea alguien con mucha pasta –en ocasiones algún avezado pastor reconvertido a empresario– que poco a poco ha ido esclavizando voluntades, aumentando manadas y esquilando los pelos de todos a golpe de pequeña ración diaria de pienso como complemento a los escasos pastos que siembra. Para ellos solo somos parte de la majada. De poco vale que haya ovejas que se consideren libres pues su libertad va poco más allá de elegir la compañera de pesebre y de alguna modorra excursión fuera del grupo, antes de que los perros de carea, cual policías diligentes, les reconduzcan a la piña. A poco más llega su libertad.

Bueno sí, está permitido balar ¡baaaaaaah! o ¡beeeeeeeh! –que para eso se sienten libres, ¡leches!– y con los balidos aprobar o desautorizar al pastor de turno se trate del de morral tradicional con manta a cuadros del Val de San Lorenzo o del de mochila y parka gore-tex con todo-terreno al lado.

La confusión en el hatajo viene cuando pastores de viejas teorías y nuevo cuño, sin pasar por la fase de aprendiz o zagal, tan sólo con unos pocos años de recibir enseñanzas de los grandes rabadanes o mayorales –que cual catedráticos ilustres enseñan ahora allende los mares donde sus enseñanzas pastoriles no son tergiversadas– incitan al rebaño con un nuevo balido: ¡buuuaaaah!, ¡buuuaaaah!, internacionalmente reconocido en el mundo de los ungulados como balido de protesta ante el abuso pastoril de quedarse con parte del escaso pienso.

Y claro está, casi la mitad del rebaño –en el que además de ovejas se incluyen cabras (que siempre tiran al monte), borregos (que balan a la vez los tres balidos anteriores) y cabrones (que además de joder no dan leche ni lana)– harto de pasar hambre y de que le puteen, sigue a los nuevos pastores sobre todo si están adornados de sonrisa de Mona Lisa y coleta que hay que seguir como si del rabo del líder de una manada de ñús se tratara. Esos, como encantadores de ovejitas, son capaces de convencer al grupo hasta de consumir estramonio como dieta perfecta para lana sedosa. Eso sí, prometen triple ración de pienso para todos sin necesidad de moverse del redil. ¡Casi ! No cuentan con que el del almacén de piensos ya está harto de vender “fiao” y lo poco que venda será al triple de lo que vale y no por mucho tiempo porque este “ganao” ya lo conoce.

No están muy claras las intenciones de estos nuevos pastores: ¿llevar a todo el rebaño a una isla abrupta lejos de los pastos fértiles? ¿Emprender un camino de aventura apriscando donde se pueda y trashumando cuando convenga? ¿Convertirse en ganaderos y dueños del rebaño? ¿Son en realidad unos enviados de los ganaderos para exprimir todavía más las ubres vacías? Pan o Fauno –a elegir coño, que somos un rebaño libre– tienen la respuesta.

Pero una cosa: ¿En un rebaño tradicional aparte de los perros de carea no había también unos de defensa? ¿Qué narices hacen ante un peligro como este? No digo que los mastines leoneses se coman a los pastores –solo faltaría– pero al menos podían ladrar que para algo están.