No se puede aislar el discurso del Rey de la situación en que nos encontramos, y por tanto no valen solo los elogios a sus acertadas palabras, generales, rituales y previsibles, sin un signo más claro de orientación o recomendación política, lo cual no significa que el Rey tenga que “borbonear”, como en el pasado hicieron algunos de sus antecesores.
“…words, words, words.”
(Shakespeare, Hamlet, acto 2, escena 2)
Es evidente que los estudios de derecho que en su día realizó el entonces Príncipe de Asturias con diversos profesores -generalmente progresistas- de la Universidad Autónoma de Madrid, y después en la Georgetown University de Washington DC, no le han ayudado a alcanzar la precisión y profundidad necesarias que la gravedad del momento que afecta al sistema constitucional español requeriría hoy por parte del Jefe del Estado.
Estoy seguro que, sin duda, leyó el librito de su profesor socialista y tutor en derecho Elías Díaz, Estado de Derecho y sociedad democrática (1966), pero dudo mucho que alguien le recomendara la obra de Friedrich A. Hayek, The Constitution of Liberty (1960), que es más pertinente a los graves problemas que tenemos hoy en España. No insistiré en que el Imperio de la Ley (Rule of Law) es algo más profundo que el “Estado de Derecho”, como ya indicaron los más finos filósofos políticos modernos, desde Hume hasta Hayek: la Ley es anterior y superior al Estado (y por supuesto a todo “estatismo” y a los “abogados del Estado”).
Tengo también muchas dudas sobre el enfoque de la historia de España que recibió de su tutora privada, la afrancesada y radical PNN hasta los años ochenta, ex camarada de ácratas, marxistas y separatistas catalanes en el FLP, y hoy presidenta de la Real Academia de la Historia, recién ennoblecida por el anterior monarca como condesa de Gisbert.
En fin, no se puede pedir peras al olmo y, por otra parte, tenemos un joven Rey infinitamente mejor preparado y con mejor estilo que su antecesor. El discurso del Rey esta Nochebuena de 2015, lastrada por los resultados de las elecciones del pasado 20 de Diciembre, ha sido un buen discurso, pero incompleto e insuficiente.
Una pequeña objeción al decorado del acto. La silla en medio del gran salón palaciego…hace parecer al Rey un actor ensayando su papel con el grandioso decorado alrededor. Es poco serio en las circunstancias actuales, y habría que exigir a sus asesores mayor profesionalidad.
No se puede aislar el discurso del Rey de la situación en que nos encontramos, y por tanto no valen solo los elogios a sus acertadas palabras, generales, rituales y previsibles, sin un signo más claro de orientación o recomendación política, lo cual no significa que el Rey tenga que “borbonear”, como en el pasado hicieron algunos de sus antecesores.
Y las palabras deben ir acompañadas de hechos. La Jefatura del Estado, es decir, la Corona tiene que ser más activa como Defensora de la Constitución frente a los enemigos de la Nación y del sistema político, promoviendo y sancionando sin titubeos ciertas actuaciones necesarias del Gobierno y de la Justicia. Por ejemplo, los secesionistas y los anti-sistema ya deberían estar fuera de las instituciones constitucionales (por simple prevaricación: ¿no tienen todos que jurar o prometer la Constitución?), aún reconociendo sus derechos de libertad de expresión y de asociación pacífica.
Como vengo sosteniendo, ningún sistema democrático liberal puede legitimar las fuerzas de su destrucción (recordemos no solo a Lincoln ante los secesionistas durante la Guerra Civil; en este preciso momento, al menos dos gobernadores de los Estados Unidos –de Illinois y de Virginia-, cargos equivalentes a un presidente de la Generalidad, han sido destituidos y están procesados por corrupción y prevaricación).
Lo que voy a decir es algo que debería parecer normal en una Monarquía parlamentaria y democrática de Occidente, pero parece que los españoles estamos todavía psicológicamente incapacitados para asumir una cultura democrática liberal, tolerante y con voluntad de alcanzar consensos.
El Rey tendría que ser más explícito sobre cuáles son los requisitos y criterios constitucionales para constituir un gobierno y una oposición leal.
Concretamente, debería ser normal y posible un pacto de Gobierno PP-Ciudadanos-PNV-CC… Ya está bien de mirarnos y remirarnos el ombligo. En una democracia seria y consolidada, como por ejemplo (una vez más) la de los Estados Unidos de América, todos los partidos mencionados, que están ubicado dentro de un amplio espectro de centro-derecha, serían equivalentes a las diferentes corrientes internas que existen en el gran partido Republicano (o, incluso, en una buena parte del partido Demócrata de antaño, todavía no radicalizado bajo la desastrosa administración Obama).
Creo que conviene reconocer la importancia del PNV como contra-ejemplo de la extinguida CiU. Atrás quedan los intentos fallidos de Arzalluz e Ibarreche de radicalizar su partido frente a España. Debemos conceder que el PNV hoy mantiene una actitud de moderación, legítima en sus aspiraciones de máxima autonomía dentro del marco constitucional, que puede ser ejemplar e inspirar una mayor moderación a los nacionalismos (no separatistas) catalán, valenciano, gallego, etc. , no contaminados por el virus podemita u otras pandemias anti-sistema.
Si no acepta ahora la Gran Coalición, el PSOE debe liderar la oposición leal y responsable en el Parlamento, no dejándole tal posición a Podemos, por razones obvias de interés general, y de los propios socialistas en particular si no quieren terminar en el basurero de la Historia por simple irrelevancia. Además, el PSOE tiene que facilitar o colaborar, sin reservas mentales, en la investidura de una coalición mayoritaria en el Parlamento, por sentido común y sentido de la responsabilidad, en aras de la estabilidad del sistema (otro problema en que no entro ahora es el del candidato o candidata a la Presidencia del Gobierno).
Es la hora de tomar decisiones eficaces, aplicar la Constitución (sancionando los múltiples casos de prevaricación y otras vulneraciones de la Ley), y no perdernos en palabras y palabras, hueca retórica progresista y buenista (para el colmo, incluyendo el muermo del “cambio climático” y tópicos eufemísticos sobre la “sostenibilidad”, expresiones características de léxico estatista y colectivista), con letra y música celestial-constitucional de fondo.
He publicado dos artículos con el mismo título, “España, ¿una democracia fallida?” (en
Libertad Digital, Julio de 2010, y en
La Crítica, Diciembre de 2015). No me gustaría tener que publicar un tercero suprimiendo la interrogación.