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En el binomio I-CI (Inteligencia-Contra Inteligencia) J. J. Angleton fue, en mi opinión, un miembro clave del triunvirato fundacional, del renovado Estado Profundo en EEUU durante la Guerra Fría, junto a los directores de la CIA Allen W. Dulles (1953-1961) y Richard Helms (1966-1973). Hay una foto famosa y muy peculiar de los tres en 1969 saliendo de una iglesia: Angleton en primer plano portando en sus manos una urna con las cenizas de Dulles, y Helms detrás acompañando a su viuda, llevándola del brazo.
Angleton no llegó a ser como los otros directores de la Inteligencia, lo fue de la Contra-Inteligencia, una especie de Gran Inquisidor, entre 1954-1974. Dulles, que lo nombró, y Helms que lo mantuvo durante la crítica y secreta etapa de la caza del topo practicada dentro de la Agencia (“Molehunt”), generaron y asumieron una especial y fuerte dependencia de Angleton.
Como Helms reconoce en sus memorias, la Contra-Inteligencia –que cuestiona críticamente los métodos y fuentes– es no obstante imprescindible para la validar y hacer fiable la Inteligencia, lo que la convierte en un poder decisivo en el binomio del factor I-CI. “Jesus” se convirtió así durante dos décadas en un poder invisible pero efectivo.
Es posible que la experiencia de la traición de su amigo Kim Philby (el topo soviético en el MI-6 británico, destinado en Washington DC y que asesoró en la formación de la CIA, antes de desertar en 1963) tuvo un impacto evidente en su desconfianza total, crítica-paranoica, casi patológica.
El momento clave en su deriva hacia el Estado Profundo fue la presidencia de John F. Kennedy.
Angleton y su esposa Cicely D’Autremont se relacionaron socialmente con el joven presidente (por la amistad que tenían con la última amante importante de JFK, Mary Pinchot, esposa de Cord Meyer, y con su hermana Toni Pinchot, esposa de Ben Bradlee, íntimos éstos del matrimonio Kennedy). Pero Angleton, que políticamente era conservador, había votado a Nixon y estaba totalmente convencido de que un gran fraude electoral en 1960 había llevado a JFK a la Casa Blanca. El asesinato del presidente en 1963 le haría profundizar en dicha deriva.
Muy recientemente Robert Kennedy Jr., sobrino de JFK (hijo del también asesinado senador Robert F. Kennedy siendo candidato presidencial en 1968) y ahora él mismo candidato presidencial del partido Demócrata, rivalizando con Joe Biden para 2024, ha declarado que la CIA fue responsable del magnicidio y del encubrimiento (relato de Jack Phillips, en The Epoch Times, May 7, 2023). Otro sobrino de JFK, el entonces congresista Patrick Kennedy (hijo del senador Edward Kennedy) comentó hace años que los autores del magnicidio seguramente eran agentes cubanos castristas.
La opinión de Patrick me parece más plausible, pero Robert tiene razón, a mi juicio, en que la CIA encubrió el asunto, probablemente por encargo del presidente Lyndon B. Johnson, que también encargó el famoso informe de la Comisión Warren (de la que formó parte Allen W. Dulles) donde se concluía con la gran mentira, pero muy conveniente, del “asesino solitario” (“lone nut”), Lee Harvey Oswald.
Angleton y Helms se encargaron de borrar todas las pistas que relacionaban a Oswald con los cubanos durante su corta visita a México DF, y asimismo los primeros informes del embajador norteamericano Thomas C. Mann, que insinuaban la responsabilidad de los hermanos Castro en el magnicidio, tal como ha investigado con gran rigor Jefferson Morley en sendas biografías, del hombre de la CIA en México, Winston Scott (2008), y del propio Angleton (2017).
Tras el magnicidio se intensifica la búsqueda del topo (“Molehunt”), el espía soviético que presuntamente había penetrado la CIA, según advertencias de un famoso desertor de la KGB, Anatoli Golitsin, enfrentado a las informaciones de otro desertor, Yuri Nosenko. Esta gran batalla en la sombra ocupó y paralizó a la CIA durante muchos años y le costaría a Angleton su destitución en 1974. Pero como percibió el director Helms (destituido también en 1973), no estaba claro que Angleton se equivocara. Una década después se descubrieron importantes topos en la CIA (Aldrich Ames) y en el FBI (Robert Hanssen). Ames confesó ya en prisión –recuerdo muy bien la entrevista que le hicieron en televisión– que era muy probable que su detención había servido para proteger a un topo más importante.
El llamado Estado Profundo es consecuencia de la paranoia acrítica del departamento de Contra-Inteligencia (que David Wise sugirió debería llamarse precisamente así: Departamento de Paranoia), pero después de “Jesus” ha tenido muy variadas y más siniestras actuaciones en la política estadounidense, desde el caso Watergate y el golpe silencioso contra Nixon, hasta el presunto fraude electoral de 2020 y los golpes más bien ruidosos contra Trump, bajo el patrocinio de las administraciones de Obama y de Biden, con personajes como James Comey (director del FBI) y John Brennan (director de la CIA), y un variopinto elenco de apoyos o colaboradores: Hillary Clinton, Christopher Steele, Robert Mueller, Adam Shiff, Jerrold Nadler, John McCain, Susan Rice, Samantha Power, Denis McDonough, Stefan Harper, Christopher Andrew, Andrew McCabe, James Clapper, casi todos los congresistas Demócratas y algunos RINO’s, y muchos funcionarios de la CIA y del FBI, junto a un buen número de periodistas en la prensa y en la televisión.
Hay tres excelentes biografías de “Jesus”: de Tom Mangold (Cold Warrior. James Jesus Angleton: The CIA’s Master Spy Hunter, New York, NY, 1992), de Michael Holzman (James Jesus Angleton, the CIA, and the Craft of Counterintelligence, Amherst, MA, 2007), y de Jefferson Morley (The Ghost. The Secret Life of CIA Spymaster, New York, NY, 2017).
Manuel Pastor Martínez