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Esta capacidad permitió dotar a nuestra Armada de una fuerza moderna y tecnológicamente avanzada –debe resaltarse que todas las unidades actualmente en servicio en la Armada han sido diseñadas y construidas por la industria nacional– y colocar a nuestros astilleros a un nivel tecnológico internacional.
El éxito no se circunscribió únicamente a crear una flota avanzada, equilibrada, comparable a cualquiera de las marinas de los países de nuestro entorno; el gran éxito también consistió en los logros en exportación. Hay que recordar los tres portaaeronaves –uno a Tailandia y dos a Australia– las cinco fragatas a Noruega, tres destructores a Australia, submarinos a Chile y a Malasia y diversas unidades de combate menores a otros países. Y lo que es destacable es que estos contratos se lograron en competición con los mejores astilleros del mundo. Todo esto se tradujo en millones de horas de trabajo para los astilleros y para toda la base industrial que los apoya.
El modelo del éxito que lo permitió fue simple y eficaz, basado en tres pilares: los astilleros públicos como el elemento tractor y aglutinador de todo el tejido industrial que forma este sector estratégico; la Armada como impulsora de conceptos innovadores y su disposición a apostar siempre por la industria nacional. Y, por último, el contar siempre caso por caso con un socio tecnológico que garantizase el éxito, reduciendo riesgos. Modelo, acompañado por un procedimiento de financiación innovador que permitió acometer los programas de modernización, que hubieran sido inviables únicamente con el presupuesto de la Armada.
Un nuevo escenario
Pero el escenario esta cambiado radicalmente. Nos encontramos inmersos en las Cuarta Revolución Industrial (CRI), una transformación profunda, extensa y acelerada que está cambiando muchos aspectos de nuestra civilización y que, sin duda alguna, afectará profundamente al ámbito naval.
Adicionalmente, se está librando una guerra en las fronteras de la UE y de la OTAN de incierto e impredecible final, que con toda seguridad terminará desembocando en una nueva guerra fría que acarreará una carrera armamentística, lo que a su vez acelerará la entrada en servicio de nuevos sistemas de armas y unidades.
El impacto de la CRI en el entorno naval va a ser transversal, transformando la composición de la fuerza naval e impulsando la aparición de nuevas armas y sistemas y de unidades mucho más complejas. En el ámbito industrial, la transformación exigirá recurrir a nuevos procesos de ingeniería de sistemas, y sin duda alguna, a la restructuración del tejido de nuestra base tecnológica e industrial (BTI).
La futura estructura de la fuerza
El entorno operativo naval evoluciona a un espacio de combate multidominio, multidimensional, digital, hiperconectado y robotizado; el escenario actual acelerará cambios en la composición de las flotas.
Sin duda alguna, el factor que influirá decisivamente en la composición de la futura fuerza naval será la proliferación de vehículos y plataformas no tripuladas autónomas e inteligentes en todos los dominios navales, operando juntamente con plataformas tripuladas.
Nuevas armas, actualmente aun en estado de desarrollo, tales como láseres de alta potencia, misiles hipersónicos, armas no cinéticas, etc. estarán disponibles en el futuro inmediato para su integración a bordo. Sin olvidar que en un entorno digitalizado las unidades se están convirtiendo en super centros de proceso de datos. Por otra parte, la creciente presión para que las marinas cumplan con normas civiles de protección ambiental conducirán al empleo de sistemas de propulsión revolucionarios.
Las futuras fuerzas navales serán una fuerza hibrida compuesta por plataformas tripuladas y no tripuladas operando en un espacio de combate hiperconectado por redes tácticas en tiempo real en todos los dominios.
Desarrollar, construir e integrar esta fuerza del futuro será el gran reto de la base tecnológica e industrial naval en el futuro.
Nuevos procesos de adquisición
Parece intuitivo que, en una época de cambios tecnológicos exponenciales impuestos por la CRI, en la que los ritmos de renovación tecnológica se miden en meses, no nos podemos permitir períodos de gestación de los sistemas de armas y nuevas unidades de diez o más años, porque el resultado será que, a la entrega, estarán plagadas de obsolescencias irreversibles, o lo que es casi peor, muchos de los suministradores críticos habrán desaparecido debido a la dinámica propia de la CRI. Resulta imprescindible reducir el periodo de gestación y esto requiere el rediseño del proceso clásico de ingeniería de sistemas.
La gran capacidad de proceso, almacenamiento y gestión de datos de que disponemos hoy (recuerde el lector la Ley de Moore) y las numerosas herramientas informáticas comerciales en el mercado de diseño gráfico y simulación, nos permiten desarrollar casi completamente un producto complejo (como son un submarino o una fragata), simular la estrategia constructiva óptima y los procesos correspondientes de su cadena de valor en el dominio virtual antes de pasar al mundo real de la grada. En otras palabras, nos permiten, gestionando los riesgos, simultanear el diseño y la producción y, por lo tanto, reducir el tiempo total de gestación significativamente.
Este es el paradigma “del teclado al cliente” (“de las gafas al cliente” cuando maduren las herramientas de metaverso) en el que toda la cadena de valor del producto esté digitalizada. Si se me permite la burda simplificación, cero papeles en el proceso productivo.
La transformación de la base tecnológica industrial
Es difícil prever cómo la CRI transformará la base tecnológica industrial, pero –con independencia de cuál sea su evolución– es imperativo que todo el tejido industrial, incluidas las PYME evolucione al modelo de Industria 4.0. En su conjunto la BTI, será cada vez más compleja, extensa y distribuida, más interconectada, y en la que de las industrias de sistemas tendrán un peso creciente.
Los astilleros públicos han sido hasta ahora el elemento aglutinante de la base tecnológica naval industrial, con la particularidad de que son el único segmento de toda la industria militar bajo control público y por lo tanto nacional.
En el buque del futuro todos sus sistemas tales como el sistema de combate, el sistema de generación de energía, el sistema de control de plataforma, estarán completamente integrados en lo que será el buque sistema.
Tanto el concepto de buque sistema como la integración de una futura fuerza híbrida requerirá la figura del integrador principal como garante del proceso de ingeniería de sistemas. Cabe preguntarse si los astilleros seguirán siendo el elemento de cohesión de la BTI y evolucionarán para asumir el papel de integrador o emergerá una nueva entidad que realice esta función.
Partiendo de la base de que, si queremos una Armada a la altura de las exigencias de nuestra Defensa Nacional y poder hacer frente a los compromisos que se derivan de la seguridad compartida con nuestros aliados, independientemente de cómo evolucione la BTI, resulta imprescindible mantener en el futuro la capacidad nacional de diseño, construcción de plataformas navales y de integración a bordo de los sistemas de armas más avanzados.
En definitiva, necesitamos una industria naval militar nacional, eficiente, tecnológicamente avanzada, competitiva, económicamente viable, y capaz de responder a los requisitos operativos de la Armada y competir en el mercado internacional cada vez más difícil, y eso exige estar en la punta de lanza de la innovación tecnológica en productos y procesos.
Nacional, ya que, aunque haya que recurrir a la adquisición exterior de sistemas complejos, la industria nacional debe estar capacitada para integrar, apoyar y evolucionar los citados sistemas. Es impensable que estemos dependiendo de empresas extranjeras para temas operativos sensibles que afectan a nuestra seguridad. El principio de soberanía tecnológica debe de prevalecer sobre cualquier consideración.
Económicamente viable, ya que ni la cartera de pedidos ni el presupuesto del Ministerio de Defensa pueden por sí solos mantener la BTI. Resulta imprescindible volver a los niveles de exportación recientes; ¡exportar o desaparecer!
No es un secreto que el mercado de la exportación no está sujeto a las leyes de la oferta y la demanda, intervienen muchos factores variados, pero también es cierto que en los concursos internacionales, hay que estar en los primeros lugares de la parrilla de salida y esto requerirá acometer la urgente conversión de todo el tejido industrial al modelo 4.0.
Tecnológicamente avanzada
Como ya se indicó, toda la BTI requerirá una profunda transformación hacia el concepto de industria 4.0. En particular los astilleros tienen que apostar por sacar el máximo partido a las tecnologías que nos ofrece la revolución digital en la que estamos inmersos y de esta manera recuperar y mantener nuestra ventaja competitiva en el mercado internacional y reducir plazos y costes para la Armada.
El uso en los productos y los procesos de tecnologías tales como el “Internet de las cosas”, el uso extensivo de Inteligencia Artificial, la realidad virtual, proceso en la nube, simulación avanzada, “big data”, impresión 3D, robots cooperativos, exoesqueletos, nuevos materiales etc., van a transformar radicalmente a los astilleros tal como los conocemos hoy, y en general a toda la industria naval militar. Lo mismo que ocurre en el entorno operativo la BTI evoluciona hacia un tejido digital, hiperconectado y robotizado.
Conclusión
Cabe pensar que la Cuarta Revolución Industrial van a producir una profunda transformación de la base tecnológica e industria naval.
Esta restructuración debería estar presidida por el requisito de dotar a la fuerza naval de las futuras unidades que aseguren que en caso de conflicto nos coloque en posición de combatir desde la superioridad tecnológica.
Además, esta transformación debe estar orientada a recuperar la ventaja competitiva en el mercado de exportación de unidades complejas de alto valor añadido que aseguren la viabilidad de la BTI, y adicionalmente nos coloque en mejor situación para participar en programas de cooperación con nuestros aliados.
Dada la complejidad del tejido industrial que impone la CRI y la masa crítica que se requiere para asegurar el éxito de los programas de obtención y tener una voz de peso en Europa, parece recomendable la creación de un potente consorcio industrial nacional similar al de algún país de nuestro entorno, que integre a los astilleros y a las empresas líderes de sistemas en un solo ente empresarial.
En cualquier caso, debe prevalecer el principio de soberanía tecnológica. La capacidad de diseñar, construir e integrar a bordo los sistemas de armas más complejos debería considerase un activo estratégico para la Defensa Nacional.
Jose Manuel Sanjurjo Jul
Vicealmirante (RR)
Vicepresidente de la Real Academia de Ingeniería.